Chile, un país sin liberales

Uno de los aspectos más interesantes -y preocupantes- de la última encuesta CEP  es que sugiere que en Chile hay una profunda ausencia de liberales. No sólo hay una escasez de líderes políticos de corte liberal, sino que hay pocas personas que crean que el principio básico en torno al cual debe organizarse la sociedad es la libertad individual, libertad que debiera plasmarse tanto en lo económico como en lo valórico y social.

En efecto, la sección “actitudes” de la encuesta confirma algo que muchos ya presentíamos: la mayoría de los chilenos son muy conservadores en lo que a valores se refiere.

El matrimonio gay, institución que hoy existe en prácticamente todos los países avanzados -incluso en muchos países de la región-, es aceptado por menos del 40% de los encuestados. La adopción homoparental tiene un nivel de aprobación incluso más bajo (36%). El suicidio asistido -malamente conocido en Chile como eutanasia- tampoco genera apoyo; para ser justos, este es un tema controvertido incluso en los países europeos. Y para qué hablar del aborto. Cuatro de cada cinco chilenos rechazan en forma terminante el tipo de ley que hoy existe en todos los países desarrollados, leyes que les permiten a las mujeres decidir en forma libre e individual si quieren poner término a un embarazo, dentro de un cierto plazo (habitualmente hasta 16 semanas).

Conservadurismo económico

Pero el conservadurismo no sólo afecta el tema de valores sociales; también está presente en lo que se refiere a la organización económica y social del país. Hay un gran número de chilenos que cree que el Estado debe inmiscuirse en casi todo, reglamentando la vida diaria de los ciudadanos; un Estado poderoso que debe salir al “salvataje” de moros y cristianos, que debe controlar las identidades de los peatones nocturnos y decidir dónde y cómo deben estudiar los niños y jóvenes. Mientras en la mayoría de los países -y especialmente en los países a los que debiéramos aspirar a parecernos, como Nueva Zelandia y Australia- los ciudadanos quieren limitar el alcance del Estado y asegurarse de que sus funcionarios no se transformen en policías permanentes, en Chile un número elevado de personas quiere más Estado. Este conservadurismo económico es particularmente pronunciado en las fuerzas de izquierda, tanto en la Nueva Mayoría como en el Frente Amplio.

Dos ideas absolutamente conservadoras -y, por qué no decirlo, absurdas- que uno de los precandidatos del Frente Amplio ha planteado en los últimos días son las siguientes: que el Estado se haga dueño de un 20% de las “empresas estratégicas”, y que este 20% sea expropiado con pagos a plazos (¿bonos?). En prácticamente todo el mundo la tendencia es moverse en la dirección opuesta; reducir el rol productivo del Estado, para ampliar su papel de articulador de nuevas ideas y tecnologías, al mismo tiempo que proveer un marco regulatorio eficiente, que no asfixie a los emprendedores. Este precandidato llegó a la ridiculez de decir que si “solo se expropiaba un 20% de las empresas” el país no iba a sufrir en los mercados internacionales, ni iba a ver reducida su habilidad para obtener nuevos créditos.

En esta área es interesante contrastar estas ideas ancladas en un pasado nostálgico con las de un grupo de académicos y políticos que han sugerido vender hasta un 30% de Codelco en el mercado nacional e internacional para lograr dos objetivos: financiar proyectos de inversión en infraestructura física y social, incluyendo aquellos relacionados con las demandas mapuches, y terminar con el limbo legal y de gestión en el que la Contraloría ha puesto a la firma estatal.

De Velasco a Kast

La decisión del Servel de no certificar a Ciudadanos de Andrés Velasco como partido político fue un duro golpe para el liberalismo chileno. Una de las únicas instancias organizadas que bregaba por ideas modernas y que defendía la libertad en forma inteligente -tanto la libertad económica, como la individual y social- fue cercenada de la vida política del país. Personas valiosas y valientes, como Jorge Errázuriz, Juan Ignacio Correa, Viviana Pérez y Patricio Arrau, además del propio Velasco, han quedado sin voz institucional y no podrán exponer sus propuestas e ideales en las próximas elecciones presidenciales y parlamentarias.

Queda, entonces, tan solo Felipe Kast como la esperanza de quienes apoyan las ideas liberales. Pero, por alguna razón, Kast no prende entre los ciudadanos. De acuerdo la encuesta CEP, Kast es conocido por tan solo el 47% de los encuestados, y su imagen negativa (36%) excede a la positiva (22%) en más de 10 puntos porcentuales. Además, tan solo un 3,6% de los encuestados declara que votarán por él durante las primarias de Chile Vamos. (En contraste, Andrés Velasco es conocido por 62% de los encuestados y su apreciación positiva supera a la negativa).

¿Qué pasa con Kast? ¿Por qué marca tan bajo? Porque si bien las ideas liberales no son del todo populares, ellas debieran generar un apoyo en el orden del 12 al 15%, por lo menos.

La verdad es que no sé cuáles sean las razones de la baja popularidad de Kast, pero tengo dos conjeturas. La primera es que su actitud no-liberal sobre ciertas políticas sociales -y, en particular, sobre el aborto- aleja a los votantes jóvenes. Muchos lo ven como un “liberal selectivo”, lo que, en cierto modo, es una contradicción de términos. Una segunda posibilidad, relacionada a la anterior, es que al quedarse en Chile Vamos, un conglomerado dominado por la UDI y por el ala confesional de RN, Kast ha generado sospechas sobre su liberalismo; se ha producido una especie de “dime con quién andas y te diré quién eres.”

Pero sea cual fuere la razón de fondo, la verdad es que a pesar de sus actuaciones notables en foros y debates -cómo olvidar su performance brillante en el “mano a mano” con Mayol-, Kast no llegará muy lejos este año. Lo suyo, entonces, es decidir qué hacer en el futuro. Por el bien del país, debiera seguir adelante y aunar fuerzas con Andrés Velasco. Luchar por armar un polo liberal y moderno de verdad -liberal tanto en lo económico como en lo social-,  luchar por un ideario que defienda a las personas de un Estado intruso y rapaz, y de tantos talibanes de derechas e izquierdas.

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