Perplejidad es la palabra que mejor describe la reacción de los observadores extranjeros ante el espectáculo de la política chilena. Una perplejidad que nace de la enorme cantidad de tonterías que muchos de nuestros políticos dicen y hacen. Claro, hay tonterías grandes, tonterías medianas y minitonterías. Pero todas son tonterías al fin y al cabo, y lo que es más grave es que la mayoría de ellas quedan impunes, flotando en el aire, con un tufillo de verdad. Son tonterías pegajosas, que se repiten sin cesar, y que se difunden a través de las redes sociales. Hay gente ingenua que las cree por el solo hecho de que alguien las dijo en un programa de radio, o porque las publicó un diario.
¿Queremos ser como Ecuador?
Hace unos días, el precandidato presidencial por el Frente Amplio, Alberto Mayol, alabó al sistema económico de Ecuador y afirmó que Chile debiera seguir algunas de las políticas impulsadas en ese país. El sociólogo hizo esta afirmación al criticar los resultados del “neoliberalismo” en Chile. Pero resulta que si uno compara a Chile y a Ecuador, los resultados son abismantemente favorables a nuestro país. Un paralelo de este tipo indica, en forma instantánea, que no hay nada, absolutamente nada, que justifique las afirmaciones de Mayol.
Empecemos por lo más simple. Durante la primera mitad de los años 1980, Chile y Ecuador tenían un ingreso per cápita idéntico. Los dos países eran como dos gotas de agua, cada uno con un ingreso por habitante de casi cuatro mil dólares; Chile con 3.696 dólares y Ecuador con 3.697 (esto está medido, como corresponde, usando la metodología de paridad de poder de compra).
Después de tres décadas, en el año 2016, el ingreso per cápita en Chile era de casi 24 mil dólares (23.696), mientras que el de Ecuador apenas se empinada por sobre los 11 mil (11.037).
Vale decir, dos países que partieron exactamente en el mismo lugar, hoy tienen una diferencia de uno a dos: Chile tiene un ingreso per cápita que supera al de Ecuador en un 100%. Nótese que no estoy hablando de un poquito más alto. ¡Se trata de más del doble!
¿A qué se debe esta diferencia abismal? La respuesta es muy simple: Chile siguió un modelo de mercado basado en la apertura, la innovación y en los aumentos de la productividad, mientras que Ecuador se embarcó en una política proteccionista, repleta de trabas y regulaciones, restricciones y distorsiones, una política populista no muy diferente a la seguida por Venezuela, Bolivia, y Argentina durante los Kirchner.
¿Estarían los chilenos dispuestos a que sus ingresos cayeran a menos de la mitad, con tal de tener un sistema “antineoliberal”, como el impulsado por Rafael Correa y admirado por el precandidato Alberto Mayol Miranda? Desde luego que no; enfáticamente, no.
Corrupción y transparencia: la historia de dos países
Pero los problemas de Ecuador no están restringidos a la economía. Van mucho más allá. Para empezar, ha tenido problemas políticos serios. Como es bien sabido, el gobierno de Rafael Correa ha impuesto restricciones severas al funcionamiento del sistema democrático y ha actuado con un autoritarismo solo superado por la Venezuela de Maduro (para ser justos, esto es algo que Mayol reconoce).
Según la ONG Freedom House, Ecuador tiene un sistema político que sólo es parcialmente libre. En contraste, Chile es considerado como uno de los países con mayor libertad política en el mundo entero. En una escala de 1 a 7 (donde 1 es lo mejor), Ecuador obtiene un 3 en “libertades políticas” y un 4 en “libertades civiles”. Chile tiene un 1 (la nota máxima) en ambas categorías. En lo que a “libertad de prensa” se refiere, Ecuador está calificado entre las peores naciones del mundo; Chile, entre las mejores.
Otra ONG sumamente respetada, Transparencia Internacional, acaba de publicar su último ranking sobre la percepción de corrupción en el mundo entero. En este estudio, los países con menor corrupción obtienen un puesto más elevado, mientras que los más corruptos quedan rezagados. En el estudio para el año 2016, Dinamarca y Nueva Zelandia aparecen como los dos países con menor corrupción en el globo, seguidos por Dinamarca y Suecia. En los últimos años, Chile perdió el galardón de ser el país menos corrupto de América Latina (ese puesto ahora lo tiene Uruguay). Sin embargo, y a pesar del caso Caval, de las colusiones y otros escándalos, Chile está en el lugar 24, infinitamente mejor -vale decir menos corrupto- que Ecuador, que se encuentra en la posición 120.
Pero esto no termina aquí: de acuerdo al Indice de Performance del Medioambiente de la Universidad de Yale, Ecuador es un depredador de la naturaleza. Según el último ranking del EPI (la sigla en inglés de este índice), correspondiente al año 2016, Ecuador está ubicado en el lugar 103. Chile, en comparación, está en el lugar 52. Este no es un puesto particularmente destacado, pero supera con mucho a Ecuador, el país insignia de uno de los candidatos del Frente Amplio (los países mejor ubicados son Islandia y Finlandia).
¿Y la desigualdad?
¿Y qué pasa con la distribución del ingreso? ¿Ha tenido Ecuador, en los últimos años, una mejoría en la distribución del ingreso? ¿Y si ha sido así, ha sido este progreso más rápido que el experimentado en Chile? A mediados de los años 80, Ecuador tenía un coeficiente Gini de 50,5, mientras que el coeficiente en Chile era de 56,2. Vale decir, en el punto de nuestra comparación, Ecuador tenía una distribución del ingreso más igualitaria que la chilena.
¿Qué pasó desde entonces? Desde mediados de 1980 la distribución del ingreso mejoró en Chile, un poco más rápido que en Ecuador. El coeficiente Gini cayó en 5,7 puntos en Chile, y en 5,1 puntos en Ecuador. Hoy en día, el índice Gini en el país del Guayas es 45,4, mientras que el de Chile anota 50,5. La distribución sigue siendo más igualitaria en Ecuador que en Chile, pero la brecha se ha ido cerrando. Esto indica, una vez más, que el tema distributivo sigue siendo una asignatura pendiente en nuestro país.
Dado todo lo anterior, cabe preguntarse ¿qué quiso decir, exactamente, Alberto Mayol cuando aventuró que Chile debiera emular a Ecuador? La verdad es que no lo sé. De hecho, debo reconocer que sus declaraciones me sorprendieron, porque si bien no he estado de acuerdo con las ideas del sociólogo, siempre lo he considerado una persona seria y bien informada, un polemista de fuste, y bien intencionado. Creo -y esto es tan sólo una conjetura- que en esta ocasión el precandidato fue víctima de un alboroto, y de una retórica rápida y sin mayor reflexión, de un afán de disparar desde la cadera sin tomarle verdadero peso a sus declaraciones. Porque la verdad es que nadie, en su sano juicio, puede decir que Chile debiera haber seguido la senda del Ecuador. Ese era, sin dudas, el camino equivocado. El camino de la mediocridad, el autoritarismo, la corrupción y la falta de transparencia.
En las próximas elecciones estará en juego el futuro de Chile. Después de cuatro años de un gobierno menos que mediocre -un gobierno malo, para ser francos-, es necesario enmendar el rumbo. Y el primer paso en este proceso es dejar de lado las tonterías y embarcarnos en un debate serio y profundo, informado y relevante, un debate que hable con la verdad sobre los desafíos y las oportunidades que enfrenta nuestro país.