Nacional-populismo, energía y cambio climático en peligro

 

Las principales empresas petroleras del mundo han dado un vuelco significativo hace ya años en su enfoque hacia la producción de energía y el cambio climático, diversificando sus planes hacia renovables y haciendo negocios en un mundo que va camino a la des-carbonización. Las más abiertas a este cambio de paradigma, y algunas de las grandes, como Exxon-Mobil, Shell o BP, han incluso apoyado abiertamente, a fines del año pasado, la idea de implementar a nivel mundial un impuesto a las emisiones de CO2, algo que goza del apoyo mayoritario de los economistas en el mundo. En esta visión, que ha venido emergiendo estos años, la energía es parte de un sistema complejo y evolutivo que genera, y está condicionado por, muchas contingencias y riesgos globales y locales que hacen intrínsecamente incompleto, imperfecto y falible a cualquier escenario sobre el que quiera definirse la política energética, la que hoy no puede pensarse sin referencia al cambio climático. Y los precios e impuestos no serán instrumentos suficientes para promover la energía limpia, el cambio tecnológico y la eficiencia energética pero son un elemento coordinador esencial para los mismos.

La Argentina ha hecho un esfuerzo de actualización y acercamiento a esta agenda global, empezando por revertir el papelón de su mala performance en el Acuerdo de París y por cambiar el discurso con mayor énfasis hacia renovables. Si todavía no ha emergido un panorama claro de la política energética en esta dirección es porque ha sufrido las consecuencias de errores en la política de precios que debería tener el país en el largo plazo, la que todavía está sin definir. La actual política de precios sostén, por encima de los valores de frontera, a la producción de hidrocarburos se da de bruces con el discurso anterior. Es cierto que la resultante de los impuestos al CO2 va a ser precios más altos de los combustibles derivados. Pero la Argentina tiene precios altos no para limitar, sino para subsidiar a la producción de hidrocarburos. Así como tiene impuestos altos a los cigarrillos no sólo para desestimular sino también para subsidiar la producción de tabaco. La Argentina es un caso raro en este tema de corregir externalidades, hay que decirlo.

Pero la preocupación de esta nota va más allá de la Argentina. El problema actual más preocupante es global. Y se debe a dos eventos que han acontecido apenas en las últimas semanas y generan dudas sobre para donde va a ir el mundo. El primero de ellos, y el de menor preocupación para mí, ha sido el referéndum del Brexit. La Gran Bretaña de la última década, la del informe Stern y el compromiso por el crecimiento con bajo CO2, ha sido uno de los campeones del nuevo paradigma mundial. Gran parte de esta nueva y moderna “estrategia de país”  que adoptó el Reino Unido venía a mi entender explicada por la competencia diplomática de tener un rol global en referencia a Europa, poniendo más bien presión al continente en estos temas. Se dice que el Brexit no cambia radicalmente este panorama, porque el compromiso institucional del país hacia la des-carbonización es muy elevado. Pero ¿en realidad sabemos que no lo cambia? ¿Era autónomo ese compromiso o se derivaba de la competencia diplomática por logar influencia global? El problema se agrava porque las nuevas autoridades que han emergido del Brexit, incluyendo al canciller Boris Johnson, tiene menos compromiso –por no decir dudas o críticas abiertas- hacia la política de cambio climático que sus antecesores.

El segundo problema es más grave y acaba de ocurrir el pasado lunes 18 de junio cuando la convención del Partido Republicano de los EEUU que aclamó la nominación de Donald Trump a la presidencia, presentó una plataforma en la que aparecen cuatro páginas dedicadas a la política energética y el cambio climático que son una verdadera regresión a nivel nacional con consecuencias globales, dado el rol y compromiso que los EEUU asumieron en el Acuerdo de París. La plataforma sucumbe al lobby carbonífero estadounidense y llama limpia a la energía proveniente del carbón, rechaza el Acuerdo de París y la idea de un impuesto al CO2, favorece la descentralización de decisiones ambientales hacia los gobiernos estaduales para acelerar los permisos de exploración y explotación en áreas protegidas, pide bloquear los aportes a los fondos globales, se propone reformar la EPA para limitar su atribuciones y usa un lenguaje reaccionario contra la comunidad científica en el más puro estilo de la doctrina negacionista.

Este verdadero desastre institucional del Brexit y de la convención republicana – porque se trata de dos países centrales para la democracia mundial- podrá ser, todavía no lo sabemos, el producto de una nueva respuesta a las circunstancia globales de los sectores más conservadores del capitalismo que –como hace 35 años con Reagan y Tatcher- buscaron un reposicionamiento global como forma u oportunidad de reconfigurar el poder mundial. Cualquiera sea el caso, el futuro del planeta luce hoy bastante más oscuro que antes. En sentido literal, no metafórico.