La crisis británica es, sobre todas las cosas, el resultado de un calamitoso liderazgo político. La calidad institucional, que dábamos por descontada en países desarrollados, con democracias sólidas y establecidas, resultó ser mucho más frágil y precaria de lo que imaginamos. Porque no necesitó de grandes declaraciones de guerra o de catástrofes imprevisibles. Sólo necesitó de pequeñas mezquindades, de cálculos parroquiales, que se encadenaron y complementaron hasta llegar a tomar dimensiones impensadas. Para tener una idea del rol de los protagonistas vale la pena repasar algunas de sus irresponsabilidades.
La gestación del plebiscito
Desde los últimos días de Margaret Thatcher, siempre hubo en el Partido Conservador británico una minoría euro-escéptica, opuesta por principio a adoptar regulaciones de la Unión Europea (UE). Cameron no era un euro-escéptico, pero tampoco un defensor acérrimo. De todas maneras, hacia 2006, cuando asumió como líder del partido, éste no era un tema relevante. Sin embargo, y desafiando lógicas, la participación en la UE entró en la agenda. ¿Por qué? Los que entienden dicen que para entusiasmar a los más carcamanes dentro de su partido que, por cierto, tomaron en serio su sugerencia y llevaron al plebiscito como bandera.
Cameron asumió como Primer Ministro en 2010 en coalición con los Liberal-Demócratas, fervientes defensores de la UE, con lo cual el plebiscito quedó pospuesto. Algunos pocos conservadores se sintieron traicionados y se sumaron al partido independentista británico UKIP. En su segunda campaña electoral, Cameron quiso asegurarse la base hiper-conservadora y euro-escéptica del partido, prometiendo el plebiscito que nunca pensó que perdería. Al fin y al cabo, en su cálculo, era impensable que el electorado votara irse de la UE con el costo absurdo que eso tendría en la economía. En retrospectiva, esa promesa no era necesaria para su elección. Cameron ganó ampliamente y sin necesidad del apoyo del ala más conservadora. De hecho, los parlamentarios de todos los partidos, inclusive del partido conservador, se oponían en amplia mayoría a irse de la UE. (El partido independentista UKIP tiene un único parlamentario electo.)
Así nació el plebiscito: de un cálculo electoral (incorrecto) de Cameron en el interior del partido conservador.
La pelea de los compañeros de colegio
¿Cómo describir a Boris Johnson, el político británico más popular de ese momento? Su rasgo más distintivo, además de su pelo rubio platinado y siempre desaliñado, es su inusual sentido del humor. Es ingenioso, incorrecto y auto-peyorativo. Saltó del periodismo a la política. Fue intendente de Londres, una de las ciudades más globales e internacionales del mundo, la gran ganadora de la UE. Y el anfitrión de las maravillosas olimpíadas de Londres.
Quizás por su estilo desaliñado y su excentricidad, a Boris Johnson no se lo considera parte del establishment. Y este detalle es algo cómico dado su pedigrí. Es un egresado de Eton, el colegio pupilo más exclusivo del mundo y fue parte de los clubes sociales más patricios de Oxford. En ambas instituciones, compañero de Cameron. Íntimos amigos desde los 15 años.
Johnson, amigo de Cameron, intendente del centro financiero de la UE, quien hasta ese momento jamás se había pronunciado en contra de la Unión, sorprendió a todos cuando decidió liderar la campaña pro-salida. Posiblemente él tampoco pensó que esa campaña tenía chances de ganar. Al fin y al cabo, en su cálculo, era impensable que el electorado votara irse de la UE con el costo absurdo que eso tendría en la economía. Y quizás por eso decidió liderar la campaña y decir barbaridades que probablemente ni él mismo creía (llegó a sugerir que Barak Obama apoyaba quedarse en la UE por resentimiento anti-británico de ex-colonia africana). Perder por poco era ganar. Su carisma en todos los diarios. Podría desafiar a Cameron en la próxima elección.
Así, de una pelea de amigos por la sucesión del partido conservador, salió la campaña más efectiva y mentirosa del plebiscito.
¡Hasta la oposición siempre!
Quizás el más euro-escéptico entre estos políticos sea Corbyn, el líder del Partido Laborista, el partido que siempre defendió la causa europea. Corbyn no proviene de las zonas industriales ni mineras. Es un líder de la izquierda joven y urbana, un globalofóbico en medio de la ciudad global.
El laborismo, con él a la cabeza, fue la desgracia de la campaña pro-UE. Son muchas las anécdotas sobre su falta de colaboración y su boicot activo a los esfuerzos de sus compañeros. Se fue de vacaciones en medio de la campaña, se rehusó a participar de actos, puso condicionalidades a sus compañeros de escenario y en sus discursos evitó referencias a la UE. Un desastre de esos que sólo se logran con esfuerzo. Con el mismo ahínco con el que se empecina en transformar al Partido Laborista en un eterno partido de oposición.
Las regiones tradicionalmente laboristas fueron el centro del torbellino. Las zonas industriales y mineras fueron las más golpeadas por la globalización y el avance tecnológico y las que expresaron mayor descontento con el aumento de la inmigración y el establishment británico. Y el discurso populista-fascista del partido independentista UKIP, ése del que Cameron se defendía, avanzó más que nada sobre estos bastiones laboristas.
Así, con la invalorable ayuda de un setentista globalofóbico, el futuro institucional del Reino Unido se decidió en una interna cerrada del partido conservador.
El referéndum
Tal vez lo más sorprendente de este proceso fue la fragilidad institucional del Reino Unido y la UE. Un cambio fundacional como éste se decidió por una diferencia ínfima en un plebiscito del que participó un 70 porciento del electorado. Los británicos votaron opciones dicotómicas sin siquiera saber de cuál de los infinitos arreglos institucionales fuera de la UE se trataba. De hecho, según nuevos sondeos de opinión, muchos votantes se arrepienten de su voto pro-salida al descubrir la falsedad de algunas promesas de campaña. Se podría haber requerido mayorías especiales. Se podría haber propuesto un cronograma de varias consultas populares para asegurar consistencia de opiniones. Los laboristas y los conservadores en el Parlamento no priorizaron la lógica.
El Brexit dejó a la economía británica, y a la del resto de Europa, en una profunda incertidumbre. También son inciertas sus consecuencias sobre el futuro político de países en situaciones similares. Donald Trump, Marine Le Pen y otros líderes populistas-fascistas festejaron el resultado del plebiscito. Al mismo tiempo, se despertó en el continente una renovada valorización de la Unión, empezando por los jóvenes británicos, quienes quieren definitivamente quedarse en la UE. El voto protesta y anti-sistema que nutrió al Brexit también puso en primer plano un fenómeno que se va tejiendo desde hace cuatro décadas: la creciente desigualdad e incluso caída en los estándares de vida de gran parte de la población. La exclusión de esta gente de los enormes beneficios que trae la globalización es, al fin de cuentas, el más relevante de los fracasos del actual liderazgo político.