La desigualdad es sexista

Ante la pregunta de cómo enfrentar la desigualdad global, Christine Lagarde, directora gerente del Fondo Monetario Internacional, respondió en un foro reciente que «la desigualdad es sexista» y que por tanto buena parte de su solución pasa por la equidad de género.

Por cierto, hay leyes que dificultan la participación plena de las mujeres en la sociedad, leyes laborales que por lo general les asignan un rol y un costo desproporcionado en lo que se refiere a la maternidad y las tareas de cuidado.

Pero también, y quizá primordialmente, el problema es uno cultural, y derivado de ello, de actitudes.

El Informe Género, Educación y Trabajo, recientemente lanzado por ComunidadMujer, muestra cómo las brechas entre hombres y mujeres en Chile se acumulan y amplían a lo largo del ciclo de vida.

En efecto, el estudio muestra cómo niñas y niños nacen con un potencial de desarrollo similar. En los primeros meses de vida, las niñas incluso muestran mayores habilidades que los niños en lo cognitivo y social, mientras que en lo motriz no hay diferencias.

Asimismo, en cuarto básico, cuando cumplen 10 años, no existe una brecha significativa en los resultados del Simce de matemáticas por género, aunque hay una ventaja a favor de ellas en lenguaje.

Esta ventaja en lenguaje permanece en el tiempo, mientras que comienza a aparecer una diferencia en matemáticas a favor de los hombres -medida tanto por la prueba Simce del Mineduc como en la prueba PISA de la OCDE-, que se va volviendo cada vez más marcada.

En un mundo en que los empleos mejor remunerados son aquellos que requieren de creatividad, flexibilidad y capacidad para resolver problemas complejos y abstractos, esta desventaja en matemáticas -y también en ciencias- es una limitación real para las oportunidades de desarrollo laboral de las mujeres.

La evidencia científica sobre las iguales capacidades de hombres y mujeres en matemáticas y ciencias es abundante. De hecho, en algunos países las niñas obtienen mejores puntajes que los niños en matemáticas en la prueba PISA (Jordania, Qatar, Tailandia, Malasia e Islandia).

Esta evidencia sugiere que la raíz de la brecha está en estereotipos de género reforzados por la cultura, que desde temprano son asimilados como parte de la realidad, incluso por las propias niñas.

En efecto, es ilustrativo que las jóvenes chilenas reporten menor confianza que los jóvenes en sus capacidades para adquirir y aplicar conocimientos en matemáticas (PISA 2012). De acuerdo a un informe de la OCDE, buena parte de la diferencia de género en rendimiento en matemáticas en la prueba PISA se explica por esta diferencia en la confianza en las propias habilidades.

Todo ello moldea sus decisiones futuras y cuán amplias serán sus oportunidades laborales. Es así que más de un cuarto de los jóvenes chilenos que rindieron la prueba PISA en 2012 dicen que desean seguir una carrera en ingeniería y computación, mientras que apenas el 6% de las jóvenes reportan las mismas preferencias.

Para cerrar estas brechas no queda más que superar los sesgos en los mensajes que entregamos a niñas y niños desde pequeños.

No se trata solo de si los vestimos de rosado o celeste; también de si les enseñamos a todos a tomar desafíos y a pensar como científicos desde su primera infancia. Por lo mismo, debemos permitir que las niñas se ensucien y rompan las rodillas igual que los niños. Es difícil experimentar y descubrir sin ensuciarse y es difícil aprender a volver a ponerse de pie sin caerse.

Los establecimientos educacionales también deben abordar esta problemática. Un estudio reciente de investigadores de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile muestra que los profesores de educación básica en nuestro país esperan que las niñas rindan menos en matemáticas que los niños.

Por cierto, no es fácil cambiar las actitudes de un día para otro, ni menos la cultura, pero hay acciones que pueden abordarse desde la política pública, como una normativa que promueva la corresponsabilidad, la publicación de textos escolares libres de estereotipos, y una formación de educadores que les permita adquirir conciencia de estos sesgos y de lo que verdaderamente significa educar con igualdad.

Dar a niñas y niños las mismas oportunidades de crecer y desarrollarse implica abordar de manera decidida la tarea de superar estos sesgos socioculturales, desde lo normativo y desde todos los espacios de socialización y formación.

EDUCAR CON IGUALDAD PARA UNA INSERCIÓN LABORAL PLENA DE LAS MUJERES.