Hace dos semanas fueron las elecciones en Catalunya. Las dos agrupaciones que explícitamente proponían la independencia, Juntos por el Sí y la Candidatura de Unidad Popular (la CUP) sumaron mayoría absoluta en el Parlamento catalán. Pero cuando sumamos la cantidad de votos, suman un poco más del 48%. Este no es un dato menor, pues estas elecciones tenían un sentido plebiscitario.
Mi recorrido empezó en la avenida Meridiana, el 11 de septiembre pasado, día de Catalunya. Cientos de miles de personas salieron a la calle a pedir por la independencia. Todo muy pacífico y civilizado. Lo que yo percibí, emanando de esa multitud era hartazgo, cansancio de un trato que perciben injusto. Pero había algo que no me terminaba de cerrar. Había hartazgo, pero no se detectaba indignación. Había cansancio, pero no se percibía clima de revolución.
El domingo pasado, luego de las elecciones, salí a la Plaza Catalunya, donde alguna vez fui a festejar un campeonato del Barca. Pero no había nadie. Luego me entere que Juntos por el Sí, la coalición que saco casi el 40% de los votos, tenía su acto en una plaza en el Born. Allí fui, y llegue un poco después que los candidatos habían hecho sus discursos. No había clima de fiesta. Quizás porque sacaron menos votos de los que esperaban. Quizás porque no les quedaba claro (ni lo está claro aún) como formaran gobierno, pues sus socios en el proyecto independentista, la CUP, ha anunciado que no los apoyaran en el parlamento. Nada permitía imaginar que ese era el festejo por el cambio de una época.
Al volver a casa, se escuchaba un poco a lo lejos, un grupo de gente recorría las callecitas del barrio gótico y que sí festejaba con enorme entusiasmo. No lo puedo asegurar, porque me estaba yendo a dormir, pero me quedó la sensación que eran los militantes de la CUP, que triplicaron su caudal de votos.
Tengo muchos amigos que votaron por Juntos por el Si el domingo 27. Ninguno era independentista hace cinco años. Varias veces en el pasado les pregunté detalles concretos sobre cómo imaginaban el proceso que iba a llevar a que tuvieran un pasaporte catalán. Nunca obtuve respuestas concretas. Pero ninguno era independentista hace cinco años…
¿Cambiará la época? Es difícil decirlo. Personalmente, me queda la sensación de que la mayoría que apoyo a Juntos por el Si pide cambios radicales cuando piden por la independencia. Están, sin duda, hartos del trato que reciben. No intentaré explicarlo, les dejo una nota fantástica
http://politica.elpais.com/politica/2015/09/28/actualidad/1443444620_419732.html
¿Cómo sigue esto? No habrá novedades muy pronto. La discusión sobre la conformación del gobierno catalán será seguramente compleja y larga. Hay elecciones nacionales el 20 de diciembre, con chances concretas de que cambie el interlocutor en Madrid.
Hace unos meses, pensaba que, con casi la mitad de la ciudadanía pidiendo la independencia, era muy difícil volver marcha atrás y buscar, a través del dialogo, alternativas negociadas que dejen satisfechas a las partes. Mucho español no catalán ve con malos ojos los reclamos catalanes.
Hoy no percibo un clima revolucionario. La elección dejó manifiesto a toda España el descontento de una enorme cantidad de gente. Hoy me parece que la alternativa negociada quizás tiene alguna chance. Pero lo que no veo es cómo se puede construir una Catalunya dentro de España donde cada uno encuentre su lugar bajo el sol.
Juan Pablo,
El artículo de JC en El País, un medio al servicio del PSOE y abiertamente opuesto al PP, poco o nada aporta a entender Cataluña y sugiero leer este otro que también critica a Rajoy y el PP pero por lo menos da un contexto algo más claro del problema
http://blogs.elconfidencial.com/espana/mientras-tanto/2015-10-04/una-bomba-de-relojeria-esta-a-punto-de-estallar_1046530/
España sigue siendo un país muy dividido. Hoy la excusa es Cataluña, ayer lo fue el País Vasco, y antes de ayer 500 años de lucha por un pedazo de poder y riqueza entre bandos definidos por varios criterios, no solo por el territorio. España nunca ha llegado a ser una nación–como no lo fue la Yugoslavia de Tito–y jamás lo será como tampoco lo son otros países de la UE. Las circunstancias post-Franco permitieron un respiro a esa lucha, pero tan pronto como se pudo aprovechar la bonanza de haberse vuelto a integrar en la economía europea y mundial, las viejas divisiones han vuelto (en Cataluña ya fueron notorias durante Zapatero) y como ocurre en medio de la tempestad no se ve salida. El artículo de Sánchez en El Confidencial muestra algo muy común en España, esto es, cómo la frustración por no tener idea alguna de cómo salir bien parado del conflicto lleva a denunciar a todos los demás (su bronca contra Rajoy me causó risa). En otros momentos de conflicto intenso en la historia de España, algunos intelectuales se hicieron famosos por sus denuncias y unos pocos también por sus propuestas aunque no fueran tomadas en cuenta. Hoy, sin embargo, vivimos en un mundo plagado por columnistas partidistas que no tienen ideas y sólo pueden denunciar algo que les cuesta entender y mucho más aceptar.