La semana pasada, y después de más de seis meses de ausencia, viajé a Santiago. Encontré un país cambiado y dubitativo. Una nación golpeada por las catástrofes de la naturaleza y por las acciones de sus elites.
Un país pálido y sin ninguna serenidad. Una nación a la deriva.
El discurso de la Presidenta Bachelet del día martes no hizo nada por cambiar mi impresión sobre el estado de las cosas. Al contrario, la acentuó. Es difícil entender que al terminar su alocución la Mandataria no haya dado una conferencia de prensa y aceptado preguntas de los periodistas. El discurso dejó más dudas de las que elucidó.
Digamos las cosas como son: la ciudadanía estaba esperando un discurso con un alto contenido político, un discurso que cambiara el estado de ánimo y el sentimiento de orfandad en el que el país está sumido; una disertación que indicara que hay luz al final del túnel y que habrá un nuevo equipo que nos guiará hacia la salida. Pero no hubo nada de eso. Lo que la gente escuchó fue una larga lista de ideas que circulaban desde hace tiempo, de vaguedades y plazos absurdamente cortos, de promesas que ya se han escuchado una infinidad de veces. Lo más llamativo fue la propuesta de hacer obligatorio un curso -o quizás es más de uno– de educación cívica. Fuera de eso, nada.
El problema chileno es político y no institucional; algunas instituciones son débiles, eso es cierto, pero no están mortalmente dañadas. Y los problemas políticos requieren de soluciones políticas. Es necesario que los líderes de la nación se junten alrededor de una mesa y discutan un plan de rescate y escapatoria. Deben hacerlo en forma transparente, pero es algo que no se puede postergar.
La preocupante falta de gravitas
Uno de los problemas más serios del momento político nacional es que los líderes no generan confianza. No tienen ascendientes. Les falta gravitas.
Un amigo al que le hablé sobre el tema me dijo que no entendía, que gravitas era un término foráneo para él. Le expliqué que era una de las virtudes romanas, y que significaba tener peso y ser serio, poseer una mínima circunspección.
“Ah”, dijo mi amigo, “quieres decir que los líderes tienen que ser gordos”.
Su comentario me causó risa, pero enseguida le dije que el suyo era un comentario políticamente incorrecto, que bordeaba lo ofensivo. No se trata de kilos, agregué, de lo que estamos hablando es de peso específico, de experiencia, y del respeto que suscitan entre sus pares y la población. Mi amigo se encogió de hombros, masculló unas palabras que no entendí y cambió de tema.
Con el paso de los días me pareció que la definición de mi colega era muy ilustrativa, y que uno podía usarla, sin ánimo de ofender, para resumir los atributos de diferentes políticos. Y cuando uno lo hace descubre que, efectivamente, ser “gordo” (en el sentido figurativo y no físico) en política tiene una enorme ventaja. Desde luego, hay “gordos” buenos y “gordos” malos, tal como los “flacos” se dividen en esos dos grupos.
Por su peso los conoceréis
El problema nacional es que hoy en día la política está repleta de “flacos”, de personajes livianos, con poco peso específico, sin ascendiente, que no son admirados y en los que nadie confía. Un país repleto de políticos “flacos” no es un país saludable, es un país desnutrido.
Una lista de políticos nacionales e internacionales puede ilustrar lo que quiero decir. Como se verá, el peso político no está relacionado con la posición ideológica de los individuos, tampoco con la edad.
José Miguel Insulza, Edmundo Pérez Yoma y Pancho Vidal son políticos “gordos”. Vidal es un “gordo malo”, pero “gordo” al fin.
Peñailillo y Arenas son “flacos”. Elizalde también. Nicolás, a veces es “gordo” y a veces es “flaco”. Un político fluctuante.
Heraldo es “flaco” y eso debiera ser materia de preocupación para todos los ciudadanos de la larga y angosta franja de tierra.
Angela Merkel, la canciller alemana, es “gorda”, políticamente hablando, desde luego.
Hollande y Cameron son “flacos”. Obama, definitivamente “flaco”. Raquítico, casi.
Maduro es “flaco” y Chávez era “gordo”, muy “gordo”.
Raúl es “flaco”, y aún hoy en día Fidel es “gordo”.
Rajoy es tan “gordo” como Zapatero es “flaco”.
Entre los jóvenes políticos chilenos, Camila Vallejo es “gorda” (en serio que sí), Giorgio Jackson es más bien “flaco”, aunque podría engordar. Ernesto Silva es “flaco”, tal como su colega Macaya.
Y así, podría seguir por páginas de páginas. Podría hablar de Churchill y Roosevelt, del doctor Allende y Jorge Alessandri -todos “gordos”-, pero creo que la idea ya está clara.
El problema de la derecha chilena es que no tiene ningún “gordo”. Ni en ejercicio ni a la espera. Su último “gordo” fue Pablo Longueira, pero problemas de salud lo sacaron de circulación. Una pena y una pérdida para el país.
La izquierda, en contraste, está llena de “gordos”, de los buenos y de los malos. Pero ninguno está hoy en día involucrado en política activa. La izquierda, de hecho, tiene en sus filas al político de mayor peso específico del hemisferio: Ricardo Lagos Escobar. Tener un “gordo” habilidoso, canchero y con experiencia en la banca es un gran activo, una ventaja sin paralelos.
¿Qué hacer?
Hay que engordar a la política chilena. Alimentarla y darle nutrientes. Darles un rol central a políticos que, por un lado, sean representantes fidedignos de la voluntad nacional y de las distintas posiciones partidarias, y que, por otro, tengan un peso específico contundente, una visión histórica que entienda el pasado y que mire el futuro, y que logren destrabar a este país trabado, paralizado casi.
Esto sólo se va a lograr si hay un cambio de gabinete que sustituya al ejército de “flacos”, hoy día en el poder, por gente de peso.
El Informe Engel, por más profesional y competente que sea, no es un sustituto de un programa de alimentación de nuestros políticos. Sus recomendaciones deben implementarse “además”, y no “en vez” de un programa nutritivo y vitamínico.
Además de perder a sus “gordos”, Chile perdió lo que Eugenio Tironi llama “el relato”. Y sin relato las reformas no son más que una colección de proyectos desarticulados, de ideas sueltas cuya suma es escuálida. El relato anterior no es un relato interrumpido, es un relato roto, un relato que naufragó después de ser aguijoneados por los misiles de Penta, SQM y Caval.Y como está roto no se puede recuperar ni enmendar. Hay que sustituirlo.
El nuevo relato tiene que ser un relato amplio, que implique una visión compartida por la mayoría de la población.
¿Qué tipo de país queremos? ¿Cómo nos vemos en una generación? ¿Cómo lograremos una nación más amable y tolerante, más inclusiva y moderna, más libre y respetuosa, más igualitaria y creativa, más eficiente y productiva?
No tengo una respuesta detallada.Pero lo que sí sé es que esto no pasa por seguir adelante con anteojeras. El programa de la Nueva Mayoría ya fue superado por la historia, por nuestros propios errores, por la multitud de “flacos” que sin que nadie se diera cuenta poblaron la política, y dejaron fuera a hombres y mujeres de peso, de experiencia y con una visión moderna del futuro.
Alimentemos la política. Es necesario. Si no lo hacemos, moriremos de inanición.
Quizás entendí mal pero me parece que quieres que los políticos tengan una visión, un ideal ha alcanzar y unas creencias solidas o que no tengan dudas de ellas, en estos tiempos eso es difícil de encontrar y hasta políticamente incorrecto.
Saludos.
Zorba