El 7 de abril pasado comenzaron las elecciones en India, que durarán hasta el 12 de mayo. El evento es interesante por una cantidad de razones. Para empezar, es la elección más larga de la historia. Segundo, hay más de 814 millones de personas que podrán votar, que también las convierte en un récord.
Por otra parte, por la importancia creciente de India en el concierto económico mundial, nos debería interesar qué va a suceder con ese mercado, y cómo eso podría afectarnos. Al fin y al cabo, India es la I en BRICS.
En ese sentido es una buena noticia que la persona con mayores probabilidades de ganar, de acuerdo a las encuestas y las apuestas, es Narendra Modi. Este político de 64 años ha sido una figura central en el estado de Gujarat desde el 2001: ha servido como “gobernador” (Chief Minister) por cuatro períodos consecutivos. Durante este período la región tuvo un crecimiento económico mayor que el del resto del país, y eso se ha atribuido en general (aunque no en forma unánime) a una serie de reformas instauradas durante sus mandatos. La economía India es increíblemente regulada, y distorsionada, y en ese sentido una política económica razonable puede tener un gran impacto. Si Modi lograra repetir su buena labor en Gujarat a nivel nacional, eso afectaría el bienestar de mucha gente (no sólo el de los indios, sino también el de sus socios comerciales).
La mala noticia es que el candidato tiene un pasado complicado (por ponerlo en términos suaves) en lo que tiene que ver con la violencia entre hindúes y musulmanes. Aún después de la Partición (la creación de India y Pakistán en 1947), donde murieron entre 200.000 y 1.000.000 de personas (dependiendo de la estimación), la India ha sido el escenario de una gran cantidad de conflictos étnicos, religiosos y políticos, que a menudo han terminado con centenares de muertos. Una de las fuentes recurrentes de conflictos son los enfrentamientos entre hindúes y musulmanes.
Según la base de datos de Varsheney-Wilkinson, entre 1950 y 1995 hubo alrededor de 1.200 enfrentamientos y motines entre los dos grupos, que terminaron con más de 7.000 muertes, y decenas de miles de heridos. Entre 1982 y 1995, hubo un promedio de 48 de esos incidentes por año, y más de 5.000 muertes. Quizás estos números parezcan chicos, pero aún para aquellos que no fueron víctimas directas de la violencia, resultan a menudo consecuencias importantes, como desplazamientos, o pérdida en la calidad de vida, o en el sustento económico.
Aún en este contexto, lo sucedido en Gujarat, el estado gobernado por Modi, en el 2002 es grave. En un período de unos tres meses murieron (según cifras oficiales, disputadas por varios grupos como “muy chicas”) más de mil personas, y otras 200 desaparecieron. La mayoría de las víctimas fueron musulmanes (790 según las cifras oficiales).
Varias fuentes acusan a Modi (que se declara un nacionalista hindú) de haber permitido esta ola de violencia contra los musulmanes. Sólo como ejemplo de esta presunción, Estados Unidos impuso una “prohibición de darle visa” a Modi en 2005, y el Reino Unido tuvo sus relaciones cortadas con el dirigente durante más de 10 años.
Economía de los conflictos
Hace un par de semanas estuve reunido en New York University con Debraj Ray, uno de los académicos más importantes a nivel mundial en el tema de conflicto, y hablamos de este tema.
El foco de la conversación fue uno de sus artículos sobre este tema, “Implications of an economic theory of conflict: Hindu-Muslim Violence in India”, conjunto con Anirban Mitra, a aparecer en el Journal of Political Economy. En él, analiza un modelo económico donde los agentes de un grupo (digamos los hindúes) pueden trabajar, o atacar a los de otro grupo, y los miembros de la facción opuesta (los musulmanes, en el modelo) pueden dedicar sus recursos a trabajar o a defenderse. Una pieza importante del modelo es que hay dos “tecnologías” disponibles para defenderse: escudarse en otra gente del mismo grupo o invertir en “cosas” como rejas y armas y guardias de seguridad. Dada la estructura del modelo, los grupos de menores ingresos elegirán la primera forma, que tiene la característica que no cambia mucho cuando cambian los ingresos (la cantidad de protección no sube mucho si sube el ingreso).
El modelo tiene una predicción muy clara: cuando los ingresos de un grupo pobre aumentan, aumentará la violencia contra ellos. La intuición es sencilla. Cuando aumenta el ingreso del grupo pobre no cambia mucho la defensa que ejercen de sus activos, pero al aumentar el botín potencial del grupo atacante, se vuelve más redituable atacar. Por otro lado, cuando aumenta el ingreso del grupo relativamente más rico (si se mantiene el ingreso del grupo pobre), ello reduce los ataques que ejercen pues no les vale la pena “perder tiempo”, que ahora vale más, en atacar a un grupo cuyos ingresos se han mantenido constantes.
Los autores analizaron todas las instancias de conflicto entre hindúes y musulmanes en la India desde 1950 al 2000 (extendieron la base de Varsheney-Wilkinson desde 1995 a 2000) para ver si la predicción del modelo se cumplía. Uno de los problemas, sin embargo, es que los datos de enfrentamientos no dicen quien inició un conflicto.
Aún así, procedieron a realizar el siguiente análisis estadístico. Por un lado ubicaron cada uno de los conflictos en su base en una región y fecha. Luego, cruzaron esa información con datos de niveles de gasto de cada hogar (como medida de “riqueza”) y de orientación religiosa del jefe del hogar. Lo que encontraron parece confirmar las predicciones del modelo.
Los datos indican que cuando aumenta el gasto de los musulmanes, aumenta el número de enfrentamientos (utilizan también número de muertos, y de víctimas incluyendo heridos), y que cuando aumenta el gasto de los hindúes, cae el conflicto. Como dije más arriba, como es difícil “identificar” a quien inició un conflicto, no hay certeza que cuando aumenta el ingreso de los musulmanes sean los hindúes quienes inician los conflictos. Sin embargo, el hallazgo conjunto y asimétrico del efecto del ingreso parece indicar que sí hay causas económicas en estos enfrentamientos.
Los autores complementan este estudio teórico y estadístico con el estudio de algunos casos puntuales donde los analistas describieron los episodios como originados por motivos económicos. Por supuesto, no todos los participantes en los conflictos tienen que estar motivados económicamente, ni siquiera la mayoría. Pero podría suceder que una parte interesada “disfrazara” una disputa económica como un problema entre grupos religiosos para obtener el apoyo de un mayor número de personas.
Modi y gobierno nacional. Nadie sabe lo que deparará el futuro. Pero si Modi hizo la “vista gorda” durante los episodios de violencia en Gujarat en el 2002, y gana las elecciones, eso no son buenas noticias para los musulmanes residentes en India. Aún así, hay dos motivos para ser optimistas. En primer lugar, las cosas que funcionan en política local no siempre funcionan a nivel nacional. Algunos analistas sostienen que si quiere mantenerse varios años en el poder deberá moderar el discurso “radical” de nacionalismo hindú (que le funcionó a nivel local); como aún es joven para estándares indios, muchos creen que se moderará.
En segundo lugar, si logra implementar reformas económicas que favorezcan el crecimiento, quizás la violencia entre grupos se torne una forma relativamente menos lucrativa de obtener recursos, y los episodios del 2002 se vuelvan sólo un triste recuerdo, y no un mal presagio.
Una versión de este artículo apareció en el diario El País. Agradezco a los editores la posibilidad de publicarlo en Foco Económico.