Chile es un país atrapado. Atrapado por un malestar que no ceja, por una desconfianza profunda hacia los políticos y las instituciones, por una suerte de melancolía persistente. “La política anda mal”, dice el hombre de la calle. “Hay una crisis institucional”, repiten las mujeres en los supermercados. “El modelo neoliberal fracasó”, vocean los estudiantes en las marchas.
Pero -y esta es la paradoja- esta desazón convive con un reconocimiento -a veces implícito, a veces abierto- de que en los últimos 25 años ha habido logros importantes. Todos hinchan el pecho cada vez que un ranking internacional confirma que Chile está a la cabeza de la región latinoamericana, que es el país más dinámico, el más respetado, el que mayor admiración suscita en tierras lejanas. Pero eso no es todo. Las familias chilenas se enorgullecen de lo que cada una de ellas ha alcanzado durante el último cuarto de siglo: de su tránsito a la clase media, del título universitario de una de sus hijas, de las vacaciones soñadas, de la beca que ganó el sobrino. En el Chile actual conviven la satisfacción personal y el malestar social. Para muchos es un contrasentido, pero es así.
El próximo presidente o presidenta enfrentará un desafío extraordinario: satisfacer una demanda creciente por transparencia, participación y democracia, sin poner en jaque los logros que el país ha alcanzado en materia económica. Deberá liderar un cambio profundo donde Chile se transforme en un lugar más amable, igualitario y tolerante, y al mismo tiempo acelere su tasa de crecimiento, moviéndose hacia la prosperidad y el desarrollo.
Desde hace unos días circula un libro cuyo objetivo es, precisamente, ayudar a enfrentar este desafío. Se trata de “95 propuestas para un Chile mejor”, un esfuerzo de 12 profesionales coordinados por Klaus Schmidt-Hebbel, bajo el nombre de Res Publica. El equipo incluye a académicos puros y a expertos en políticas públicas; a militantes de la Concertación y de la Alianza, y a independientes; a sociólogos, politólogos, economistas y abogados; a un ingeniero y un miembro del clero. Hay dos ex ministros -Alejandro Ferreiro (Concertación) y Juan Andrés Fontaine (Alianza)- y un número importante de posibles miembros de futuros gabinetes. En pocas palabras, una especie de “dream team” de la cosa pública.
“95 propuestas” es un texto notable e innovador, valiente y persuasivo, realista y soñador. Un documento que debe ser leído por políticos veteranos y en ciernes; también por el público en general. Y si bien no es un informe de consenso -los autores han indicado que en más de un tema hubo desacuerdos-, enfrasca la discusión del “qué hacer” dentro de límites bien definidos y ofrece alternativas más o menos convergentes.
Un diagnóstico preocupante
El libro puede leerse de diferentes maneras. La más obvia es como un largo catastro de propuestas (95) para mejorar la política y las condiciones sociales, para llevar al país a la prosperidad y a la inclusión social. Hay algunas simples y simpáticas, como fomentar el uso de la bicicleta; otras controversiales, como instaurar un seguro de salud universal y obligatorio a través de Fonasa; y otras urgentes, como resolver el tema energético y así evitar un futuro de negrura y apagones. También hay algunas sumamente polémicas, como legalizar el uso de todas las drogas. Además, hay recomendaciones de consenso, como aumentar la subvención escolar (aunque el monto sugerido de 70% sorprenderá a muchos).
Pero si bien esta lectura como catastro es útil, no es necesariamente la más interesante. Una segunda manera de leer este documento es como un diagnóstico implícito de la realidad nacional. Es un diagnóstico en tres partes, todas preocupantes: la primera nos dice que desde hace más de una década el crecimiento económico ha sido un crecimiento sin productividad. Los aumentos de eficiencia, el principal motor de toda expansión duradera y saludable, han sido exiguos desde hace tiempo. En segundo término, el crecimiento no ha sido inclusivo ni ha contribuido a la convergencia de niveles de vida. Hoy en día, la distribución del ingreso es casi tan mala como hace una generación. Y en tercer lugar, la red de apoyo social a los más débiles continúa siendo minúscula. Chile crece, pero millones de chilenos siguen siendo enormemente vulnerables.
A partir de este diagnóstico nacen propuestas encaminadas a re-dinamizar el proceso económico, a producir un salto en la productividad, a mejorar decididamente la distribución del ingreso, a proporcionar salud y educación de calidad, a fomentar la inclusividad y el conocimiento de “el otro”, a proteger el medioambiente y profundizar la democracia.
Chile necesita un Estado fuerte
Quizás una de las mayores sorpresas es que hay un reconocimiento de que, para seguir avanzando, Chile necesita un Estado mucho más fuerte. Uno con potestades claras, con capacidad de regular y proteger; un Estado que pueda asignar recursos, guiar las acciones de los ciudadanos, nivelar la cancha para que gane el que es verdaderamente mejor; también que cuide de quienes van quedando atrás, de los más desvalidos y menos afortunados. Se necesita un Estado que cuente con mayores recursos -en el documento hay dos propuestas de reforma tributaria-, para ayudar a financiar las aspiraciones de los chilenos.
Pero como el Nobel Douglass North ha enfatizado, un Estado fuerte no es lo mismo que un Estado grande o intruso. En las sociedades exitosas el Estado es fuerte pero limitado. Hace pocas cosas, pero las hace bien, en forma transparente, con eficiencia, sin corrupción. Es un Estado que no se deja capturar por los grupos de interés.
Además, Chile necesita una democracia más profunda y representativa. El documento hace una serie de recomendaciones que van desde lo más básico (que el voto de los chilenos valga lo mismo en todo el territorio nacional y que las autoridades regionales sean elegidas por voto directo), pasando por lo cuestionable (financiar con dineros públicos a partidos políticos relativamente cerrados), hasta lo imposible (reemplazar el actual sistema presidencial por uno parlamentario). Hay de todo, y ahí está la riqueza de este texto.
Inclusividad y capital social
Un país inclusivo es un país donde los ciudadanos tienen experiencias similares, donde se comparten hojas de ruta, donde hay conversaciones transversales. En las últimas décadas, Chile se ha alejado de estos principios y se ha transformado en un país crecientemente fragmentado, en el que cada vez es más difícil conocer a “el otro”. Un país en el que la gente se parapeta -ya sea de forma real o figurativa- en sus barrios, rodeados de personas como ellos, sin aventurarse más allá de las fronteras conocidas y cómodas. Así no se forma una nación; a lo más hay una confederación de grupos que se miran con recelo.
Este libro contiene una serie de propuestas tendientes a revertir esta situación. Lo más interesante es un afán claro por fomentar lo que los sociólogos llaman el “capital social”, o espíritu de cuerpo y comunidad. Ello requiere de mayor confianza interpersonal, de instancias de encuentros.
Entre las propuestas destinadas a acrecentar el capital social -y fomentar la inclusividad- cabe mencionar tres: impulsar un programa amplio de microcrédito dirigido, especialmente, a las mujeres; crear un Servicio Juvenil Voluntario; y fomentar la integración social en los barrios por medio de viviendas integradas y urbanizaciones que sean atractivas para distintos estamentos de la sociedad.
El documento también reconoce que para mejorar la convivencia, potenciar la productividad y avanzar por la senda de la igualdad es necesario modernizar las relaciones laborales. Dos de las propuestas llaman la atención: fomentar la negociación colectiva y permitir la huelga reglada en el sector público, y limitar la contratación de reemplazantes en caso de huelgas y mediación obligatoria.
Peligros y ausencias
“95 propuestas para un Chile mejor” es un documento audaz y moderno. Es un texto progresista, en el sentido profundo del término. Pero también es un documento con ausencias y peligros. Entre las primeras hay tres particularmente importantes: nada se dice sobre los pueblos originarios; hay un silencio sobre temas culturales; y no hay detalles sobre qué hacer en materia curricular en la educación superior. Son todos temas de importancia, que sin duda serán discutidos en las campañas.
Un documento tan ambicioso como este también encierra algunos peligros. El más claro viene de la abundancia. La mesa que Schmidt-Hebbel y sus colegas nos han servido es demasiado variada y rica. Contiene nada menos que 95 platos. Y ante esta situación hay dos riesgos: atolondrarse y, por ende, terminar con indigestión; o sufrir una parálisis y caer en la inactividad y no hacer nada. La respuesta, claro, es jerarquizar; ofrecer paquetes alternativos; opinar sobre la secuencia y velocidad de las reformas propuestas.
No sé qué vaya a pasar en Chile durante los próximos cuatro años. Pero lo que sí sé es que estas propuestas deben ser parte central de nuestra conversación sobre el devenir, sobre nuestro futuro como nación.