Por qué los economistas tienen razón: las expectativas racionales y el principio de incertidumbre en la economía. Parte II

Traducido por Mariano Spector del original en inglés

La esencia de la decisión permanece impenetrable para el observador, y a menudo, incluso, para la propia persona que toma la decisión – John F. Kennedy (1963)

En mi artículo anterior expliqué por qué las crisis no pueden ser predichas y por qué las teorías que no son de expectativas racionales no puede ser al mismo tiempo creídas y correctas. Las expectativas racionales captan el principio de incertidumbre de la economía: nuetro comportamiento depende de las teorías que creemos. En este artículo quiero profundizar sobre la relevancia de estas ideas.

Un ejemplo sencillo ilustra la conexión entre las expectativas racionales y el principio de incertidumbre. En la historia de Conan Doyle » El problema final «, escrita en 1893, Sherlock Holmes está siendo perseguido por su archi-enemigo, el malvado y brillante profesor Moriarty. Si Holmes se puede escapar a Francia gana; si Moriarty puede atrapar a Holmes primero, él será el ganador. El desenlace de la historia encuentra a Holmes en un tren con destino a Dover, y a Moriarty en otro tren persiguiendo a Holmes. La única parada intermedia es en Canterbury. Si ambos bajan en la misma parada, Moriarty captura a Holmes y gana. Si se bajan en distintas paradas, Holmes será el ganador.A pesar de la supuesta genialidad de Holmes y Moriarty, su creador Conan Doyle no comprendía las expectativas racionales – en las historia Holmes razona que Moriarty pensará que él va a Dover, por lo que se baja en Canterbury, mientras que Moriarty sigue hasta Dover y pierde el juego. Pero ¿por qué el supuesto genio matemático Moriarty no comprende el razonamiento de Holmes y

baja también en Canterbury? ¿Y por qué Holmes no anticipa esto y baja en Dover?

A pesar de que podemos repetir esta lógica infinitas veces, hay un equilibrio de expectativas racionales – este requiere que los jugadores tengan creencias probabilísticas en vez de ciertas. Si cada uno cree que el otro tiene un 50% de probabilidad de bajar en Canterbury o Dover, luego cada uno tiene una probabilidad del 50% de ganar el juego, sin importar lo que hagan – y de hecho están dispuestos a tirar una moneda para decidir.

Comencé este ensayo con una cita de John F. Kennedy, «La esencia de la decisión permanece impenetrable para el observador, y a menudo, incluso, para la propia persona que toma la decisión «. Esta fue la inspiración del libro escrito por el destacado politólogo Graham Allison, titulado La esencia de la decisión – un libro muy crítico de la teoría de la elección racional. Esto es irónico: la esencia de la elección racional es que las razones últimas de una decisión resultan impenetrables – tal vez incluso para la mismísima persona que toma la decisión.

No conozco a nadie que afirme que es imposible engañar a algunas personas en algunos casos. Si uno implementá políticas y regulaciones difíciles de comprender, no tiene mucho sentido hacer ondear la bandera de las «expectativas racionales» afirmando que todos van a responder inmediatamente de la mejor manera posible. Luego, incluso si aceptamos que las personas ajustan su comportamiento racionalmente para dar cuenta de una nueva comprensión de la realidad en lugar de repetir los mismos errores una y otra vez, nos podemos preguntar cuánto tiempo tarda. En estudios de laboratorio, puede ser necesario repetir una situación 10, 50 o incluso 500 veces antes de alcanzar un equilibrio de expectativas racionales. ¿Cuánto tiempo se tarda en un mundo real mucho más complicado? ¿Años? ¿Décadas? En la práctica el ajuste puede ser sorprendentemente rápido. Un ejemplo dramático tuvo lugar el 11 de septiembre de 2001.

En la década de 1988 a 1997 hubo aproximadamente 18 secuestros de aviones comerciales por año. La gran mayoría terminó pacíficamente, y había evidencia de que cuanto más largo el secuestro, mayor la probabilidad de un final pacífico. Consecuentemente – y racionalmente – los pilotos y azafatas eran capacitados según la «estrategia común» aprobada por la FAA. Ésta establecía que las demandas de los secuestradores debían ser satisfechas, que el avión debía ser aterrizado lo antes posible, y que las fuerzas de seguridad debían manejar la situación. A los pasajeros se les indicaba permanecer en calma en sus asientos, y éstos seguían ese consejo. Al personal de vuelo se le enseñaba a no poner en peligro a los pasajeros actuando de forma «heroica». Esta «estrategia común» era racional, exitosa, y fuertemente convalidada por décadas de experiencia.

La realidad cambió abruptamente el 11 de septiembre de 2001, cuando los secuestradores, en lugar de aterrizar los aviones y plantear sus demandas, utilizaron el avión secuestrado para realizar ataques suicidas contra objetivos en tierra. La respuesta racional ya no era la pasiva «estrategia común», sino la resistencia a cualquier precio. De hecho, desde el 11 de septiembre de 2001, los pasajeros y las tripulaciones de vuelo, que rara vez se habían resistido hasta ese momento, raramente han dejado de resistirse. Una búsqueda rápida en Google para «pasajeros someten secuestradores (passengers subdue hijackers)» muestra decenas de resultados solamente durante el último año.

¿Cuánto tardó en revertirse la establecida y exitosa «regla común?» La línea de tiempo es instructiva. A las 8:42 am el 11 de septiembre de 2001 despegó el vuelo 93 de United Airlines. La primera evidencia del cambio de régimen se produjo cuatro minutos más tarde, cuando el vuelo 11 de American Airlines se estrelló contra la Torre Norte del World Trade Center. Diecisiete minutos más tarde, el vuelo 175 de United se estrelló contra la Torre Sur del World Trade Center. Veinticinco minutos más tarde, a las 9:28 am, el vuelo 93 de United Airlines fue secuestrado. Nueve minutos más tarde el vuelo 77 de American Airlines se estrelló en el lado oeste del Pentágono. Les tomó solamente otros 20 minutos a los pasajeros y las tripulaciones para ajustar su comportamiento: a las 9:57 am los pasajeros y la tripulación de United Airlines 93 atacaron a sus secuestradores. Transurrió solamente una hora y 11 minutos entre la primera evidencia de un cambio de régimen hasta que la respuesta racional fue identificada y aplicada. Tuvo lugar en un avión ya en el aire y en base a la limitada información obtenida a través de unas pocas llamadas telefónicas. Sin embargo, el ajuste no fue pequeño. Fue peligroso y dramático. Los pasajeros y la tripulación del vuelo 93 arriesgaron – y sacrificaron – sus vidas.

En nuestra vida diaria y en situaciones familiares no es de extrañar que actuemos de manera racional – y los economistas conductuales y los psicólogos no suelen discutirlo. En su lugar, apuntan a eventos dramáticos (tales como colapsos de las bolsas y los traders que venden presas del pánico) como evidencia de la importancia de la irracionalidad. Sin embargo, la evidencia del Vuelo 93 del 11 de septiembre muestra lo contrario: una cuidadosa, deliberada y racional – y aun así extremadamente rápida – decisión fue tomada en medio de una situación inesperada y desconocida. Y la evidencia de las crisis y pánicos financieros es desacertada: si la bolsa está colapsando, es completamente racional correr hacia las salidas.

Es cierto que las políticas y regulaciones complicadas no van a ser entendidas de inmediato. En efecto: parece característico de las regulaciones y las entes reguladores que funcionan mejor al principio, antes de que la gente tenga la oportunidad de encontrar las «lagunas» regulatorias y antes de que las empresas tengan la oportunidad de «capturar» a los reguladores haciendo que trabajen para ellos. Puede ser que nuestra mejor alternativa sea la implementación de políticas que engañen a la gente por un tiempo. Pero en caso de ser es así: hagamoslo con el entendimiento de que están condenadas al fracaso. Las únicas políticas e instituciones robustas -aquellas que pueden perdurar en el tiempo- son los que se basan en las expectativas racionales – aquellas que, una vez entendidas, continuarán funcionando.

Si hay algo en lo que los economistas ordinarios y los economistas conductuales pueden estar de acuerdo es este artículo de opinión escrito en 2010 en el New York Times por dos economistas conductuales :

Mientras los legisladores la utilizan para elaborar políticas, se está haciendo claro que se le está pidiendo a la economía conductual que resuelva problemas para los cuales no está diseñada. De hecho, pareciera que en algunos casos la economía conductual está siendo utilizada como un recurso político, permitiendo a los legisladores evitar dolorosas pero más efectivas soluciones basadas en la economía tradicional.