Las superestrellas son escasas; quizá por eso brillan con tanta notoriedad. Lo vemos en el deporte y la música. También en las empresas. En los países desarrollados, la actividad económica está dominada por empresas grandes, tendencia que se ha agudizado en el último tiempo. Actualmente, las ventas de empresas con ingresos anuales superiores a 500 millones de dólares -excluyendo los bancos- representan un 77% del PIB de los países más ricos, doblando la participación que tenían a mediados de los 90.
Un reciente reporte de la consultora McKinsey muestra que este mismo patrón se da en países en desarrollo de alto crecimiento. Para el subconjunto de países de mayor dinamismo en las últimas décadas, las ventas de grandes empresas representan cerca de dos tercios del PIB, triplicando su participación en veinte años. En cambio, la concentración es mucho menor en los países en desarrollo de bajo crecimiento, donde las empresas grandes representan una fracción menor y estable de la actividad económica.
Esta tendencia a mayor concentración en países ricos o en vías de serlo parece perturbadora. ¿Es necesariamente negativo este fenómeno, o podría ser virtuoso? El ciclo de vida de las superestrellas nos entrega una pista. Hay concentraciones que aportan valor y otras que lo destruyen.
En los países en desarrollo que crecieron fuerte, las superestrellas de hoy no son las de ayer: menos de la mitad de las empresas que hoy dominan la generación de utilidades lo hacía hace dos décadas. En cambio, en los países que sistemáticamente crecen poco, algo más del 60% de las empresas más grandes son las mismas que hace 20 años.
La relación entre crecimiento y concentración no es sorpresiva. Está bien documentado que el tamaño de las empresas está relacionado con su productividad, por lo que el dominio de unas pocas empresas puede ser una fuente de crecimiento para la economía. Para ello es necesario que esto sea fruto de la innovación y las buenas ideas, y no del proteccionismo o trabas regulatorias.
En los países de alto crecimiento, la concentración es alta, pero no es fácil mantener el liderazgo. Esta es la concentración virtuosa, con el consumidor como principal beneficiado. En cambio, la mayor diversificación en los países de bajo crecimiento refleja falta de innovación y poca competencia. Es la diversificación dañina: poca entrada, poca salida, poco dinamismo.
Castigar el crecimiento de las compañías con el puro objetivo de menor concentración puede terminar aniquilando el crecimiento. Con mercados verdaderamente competitivos, la lista de superestrellas se engrosará, pero los que se mantengan en el podio lo harán a punta de innovaciones y no de protecciones. El consumidor será el principal beneficiado.