En su artículo reciente en Foreign Policy, Javier Corrales argumenta que Venezuela hoy es un país mayoritariamente de clase media. Siguiendo los métodos de estratificación por ingreso propuestos por el Banco Mundial, Corrales clasifica cada decil de ingreso en Venezuela según su estrato (pobre (P), clase media baja (MB), clase media alta (MA) y clase alta (A)). Abajo replico su tabla siguiendo las indicaciones del apéndice a su artículo (Tabla 1). Es evidente, como resalta Corrales, que según esta medida para el 2012 la mayoría de los venezolanos pertenecían a la clase media. Aunado a ello, la distribución contrasta considerablemente con la observada en 1990, esto como resultado del salto a la clase media de una proporción importante de los estratos pobres durante el reciente auge petrolero (particularmente a partir de 2006).
Para Corrales, de ser cierta esta estratificación de clases, no ha de sorprendernos que las protestas observadas en Venezuela en estos últimos meses sean lideradas por la clase media. ¿Qué ha de esperarse en un país de clase media si no son las demandas típicas asociadas a este estrato? Por lo general estas incluyen no solo mejores resultados económicos sino también mejores resultados de gobernanza e institucionalidad democrática. Minimizar su impacto en un país mayoritariamente de clase media es absurdo y, en el caso del gobierno, una torpeza.
¿Es Venezuela un país mayoritariamente de clase media?
La tabla de Corrales, aunque ilustrativa del por qué la revolución bolivariana logró arraigarse en amplios sectores de la población venezolana, oculta dinámicas recientes fundamentales para comprender las protestas y la caída en la popularidad del gobierno de Nicolás Maduro.[1] En un país altamente dependiente de los ingresos petroleros, definir movilidad social únicamente en términos de ingreso es problemático, ya que se corre el riesgo de interpretar aumentos transitorios de consumo, financiados con la renta petrolera, como aumentos permanentes de bienestar.
No cabe la menor duda de que la bonanza petrolera de la última década y las políticas (re)distributivas del gobierno aumentaron el ingreso de los estratos más pobres en Venezuela, abultando la clase media, al menos según la estratificación del Banco Mundial. Sin embargo, en la medida que estos resultados no sean reflejo de un crecimiento en la productividad de los venezolanos, sino más bien de un aumento de consumo financiado con renta, los mismos son altamente dependientes de la dinámica de los ingresos petroleros. Una vez que este flujo se estabilice o comience a mermar, como ha venido ocurriendo desde 2013 por diversas razones, el modelo no solo se vuelve inviable, sino que sus aparentes éxitos pueden desvanecerse rápidamente.
Para tener una idea de lo que ello implicaría, reconstruí la tabla de Corrales usando los mismos datos del Banco Mundial pero haciendo la reconversión usando la tasa de cambio del mercado paralelo (Tabla 2). Mientras que al tipo de cambio oficial, la estratificación, muestra claramente un país de clase media, al tipo de cambio paralelo este ya no es el caso. Según esta tabla, Venezuela es un país mayoritariamente pobre.
¿Cuál de los dos cuadros es más fiel a la realidad actual? La respuesta depende de la capacidad del gobierno de mantener sus políticas distributivas, principalmente un tipo de cambio fijo sobrevaluado, lo cual a su vez depende de un sostenido flujo de dólares. Es probable que la Tabla 1 se aproxime mejor a la realidad imperante entre 2004 y 2012, en pleno auge petrolero y apogeo de las políticas de gasto del gobierno, no obstante desde el 2013 la realidad ha estado rápidamente convergiendo hacia el segundo cuadro (Tabla 2), a medida que el flujo de dólares decrece y se vuelve más errático.
Algunos resaltarán, correctamente cabe decir, que el tipo de cambio paralelo no es un proxy adecuado del tipo de cambio que resultaría en un mercado libre. Lo cierto es que el tipo de cambio libre estaría entre ambos extremos. Esto merece dos comentarios: primero, en este momento, la falta de claridad en la política económica del gobierno está forzando que la realidad se parezca mucho más al segundo cuadro de lo que se justifica, dado que siguen siendo altos los precios petroleros. En particular, la incertidumbre en torno al acceso a dólares ha hecho que los productos o sean marcados al tipo de cambio paralelo o simplemente dejen de importarse o producirse por falta de insumos.
Segundo, lo relevante no es cuál de los dos cuadros es más fiel a la realidad sino la tendencia. Lo cierto es que los aparentes logros observados en la Tabla 1 se están rápidamente desvaneciendo, con la tendencia claramente hacia la realidad representada en la Tabla 2. Así lo evidencian las cifras de pobreza más recientes del Instituto Nacional de Estadísticas. Según el INE, entre el segundo semestre del 2012 y el segundo semestre del 2013 el número de hogares pobres aumentó en 416,326, es decir en un 28%. De este aumento, un 45% (189,086) corresponde a hogares que ahora pasan a pobreza extrema. En agregado, el porcentaje de hogares pobres en Venezuela pasa de 21.2% a 27.3% del total de los hogares, mientras que el porcentaje de hogares en pobreza extrema crece de 15.2% a 18.5%. El desempeño de la economía venezolana a lo largo del 2014 sugiere que estas cifras han seguido en aumento.[2]
Es cierto que en esta última década muchos venezolanos, especialmente de los estratos más pobres, lograron mejorar su condición producto de la distribución de la bonanza petrolera. En particular, como ha sido el caso en gobiernos anteriores, a través de un tipo de cambio sobrevaluado. Sin embargo, a medida que ha mermado el flujo de dólares por razones bien conocidas pero que van más allá de este artículo, la precariedad de estos resultados se ha vuelto evidente.
No solo ha cesado la movilidad social hacia arriba, sino que aquellos que habían logrado escalar en los rangos de ingreso, ahora están siendo arrastrados hacia abajo. Es esta dinámica, y no la realidad estática representada en uno u otro cuadro, la que está alimentado el malestar en Venezuela.
Queda por evaluar, según lo que resalta Corrales, si la “nueva” clase media se identifica con demandas tradicionales de este estrato, como lo son mejoras en la institucionalidad democrática y mayor rendición de cuentas. No obstante, la velocidad y los mecanismos mediante los cuales se produjo esta movilidad, por distribución y no por aumentos de productividad, sugieren lo contrario.
¿Es esta realidad tan diferente a 1989?
Desafortunadamente los datos sobre la distribución de ingreso de la CEPAL solo llegan hasta 1990. No obstante, podemos analizar la serie de ingreso medio (en dólares internacionales con base 2005) medida al tipo de cambio fijo y paralelo (Figura 1). El crecimiento de la brecha entre ambas series es evidente desde 2004. La misma tendencia puede observarse en el período previo a 1989. Al igual que en 1989, lo que estamos viendo hoy en día es la confrontación de expectativas infladas, formadas durante un período de auge y promesas grandilocuentes, y una realidad cada vez más amarga.
En 1989 las consecuencias de esta confrontación fueron traumáticas. En esta oportunidad la brecha entre las expectativas infladas y la realidad es posiblemente mayor. De acertar en esta narrativa, las protestas que se han observado hasta la fecha son apenas la punta del iceberg en lo que se refiere al descontento desbordado en las calles.
Fuente: cálculos propios (basado en Corrales (2014)) usando los Indicadores del Desarrollo Mundial (Banco Mundial), datos de la CEPAL yhttp://es.wikipedia.org/wiki/Anexo:Cotización_histórica_del_bol%C3%ADvar_venezolano.
Espejismos en el Desierto
La narrativa aquí propuesta no es inconsistente con el argumento de Corrales. Es posible que el crecimiento de la clase media observado en el período reciente resultó en la aparición de demandas tradicionales de la clase media. Debe ser posible evaluarlo con base en encuestas tipo Latinobarómetro. Sin embargo, la narrativa si resalta que la principal fuente de descontento que se observa tanto en las calles como en las encuestas es producto de la confrontación entre expectativas infladas y una realidad cada vez más cruda. En este sentido, este descontento no es tan diferente al que produjo la conmoción social en 1989 conocida como el Caracazo. Los venezolanos están nuevamente viendo como los espejismos asociados a la bonanza petrolera se desvanecen, dejando atrás la misma desolación en la que se encontraron hace veinte años.
La pregunta que queda es: ¿ofrece la oposición una salida a este círculo vicioso? Para ello deben poder explicar las razones del descalabro y transmitir una visión creíble y responsable de cómo superarlo. Todos desearían que la Tabla 1 fuese la realidad imperante, de hecho, lo ideal sería que todos los bloques fuesen de color rojo o gris. No obstante la única manera sostenible de lograrlo es mediante un aumento continuo en la productividad de los venezolanos. El ingreso petrolero puede ser un instrumento en esta tarea, más nunca un sustituto. Queda por ver si los venezolanos hemos entendido esta lección, de lo contrario seguiremos siendo víctimas de estos espejismos.
[1]Ubicándose en 37% según el último estudio de Datanálisis, una de las principales firmas encuestadoras de Venezuela.
[2]Según las cifras más recientes del Banco Central de Venezuela (BCV), la inflación de mayo de este año fue de 5.7%, ubicando la inflación interanual en 60.9%. La cifra de escasez más reciente (enero 2014) se ubicó en 28% (un aumento de 6 puntos porcentuales con respecto a diciembre 2013). A pesar de estar en la obligación de publicar ambas cifras en los primeros días de cada mes, el ente emisor ha optado por retrasar su publicación, y en el caso del índice de escasez simplemente no publicar, alegando modificaciones a la metodología del cálculo. Así mismo no están disponibles las cifras de crecimiento del primer trimestre del año. El FMI estima una contracción de 0.5% para 2014.