Han pasado algo más de dos años desde que la vida volvió a la normalidad tras la pandemia de COVID-19, un fenómeno biológico que tuvo consecuencias devastadoras en todo el mundo, y fue particularmente nocivo para la economía peruana. Sabemos por las estadísticas que el Perú fue el número 1 mundial en mortalidad por COVID [1, 2]. Ese capítulo trágico de nuestra historia nacional puede ayudarnos a obtener alguna lección, que esperamos destilar en este artículo.
Como economistas, podemos interpretar la pandemia como un choque exógeno que llegó y se esparció en todos los países del mundo de la misma manera, pero no afectó a todos por igual. El efecto que la pandemia tuvo en el Perú nos debería ayudar a entender cómo estábamos como país—y cómo estaremos si no cambiamos.
Existen análisis comparativos de países que explican cómo las condiciones preexistentes, las políticas de subsidios económicos y las restricciones de movilidad pueden haber afectado de manera más drástica la caída del PBI en distintas economías [3]. Un resultado importante de ese análisis es que los países emergentes como el Perú—a diferencia de los países más ricos o más pobres—fueron los que sufrieron económicamente más por la pandemia.
Por un lado, está claro que la pandemia fue devastadora en términos macroeconómicos [4]. La actividad económica cayó drásticamente, afectando al PBI potencial. Por otro lado, en el nivel microeconómico, las finanzas de muchos hogares se desestabilizaron.Usando una muestra de casi 30 mil funcionarios públicos que hicieron declaraciones juradas públicas de sus ingresos en el 2019, podemos distinguir por tercios de ingresos la evolución diferenciada de la morosidad crediticia de esas personas en años posteriores a la pandemia. Vemos un fuerte incremento en morosidad entre los años 2021 y 2022 en todos los niveles de ingresos, con mayor pendiente en el grupo de ingresos medios.
Las cifras recientes del INEI sobre el incremento de la pobreza en el Perú [5] han llevado a muchos a hacer el ejercicio de pensar cuántos años tomaría al Perú crecer al 3%-5% para llegar a niveles de bienestar previos a la pandemia. Ese tipo de cálculo asume que no habrá otros desastres y que podremos aprender de nuestro pasado para implementar cambios hoy. La realidad es probablemente más dramática que esos supuestos.
Una causa subyacente
La enumeración de las causas más probables detrás del desastre sanitario y económico de la pandemia en nuestro país es conocida por todos. En esa lista encontramos la falta de preparación del sector público para la toma de decisiones de emergencia, las carencias estructurales en el sector salud, la alta informalidad ligada a la baja bancarización que impidió la recepción de transferencias (subsidios) o la falta de entendimiento entre el sector público y el sector privado para abordar la emergencia nacional.
Pero pensando de manera más general, podemos encontrar un factor subyacente a esas causas: la ineficacia del sector público en garantizar la provisión de bienes públicos en un nivel mínimamente satisfactorio. Para ver esto, consideremos dos ejemplos. Primero, la pandemia es solamente uno de múltiples choques negativos que ha sufrido el Perú, como el terremoto del 2007 en el sur o el fenómeno de El Niño del 2017; luego de esos choques, se nota poca mejora real, a pesar de la existencia de un presupuesto y de la buena voluntad de la población en superar esos problemas. Segundo, la inseguridad ciudadana. Considerada el problema número uno de nuestro país, la expansión del crimen dificulta nuestro desarrollo y ahuyenta la inversión, el ahorro y el establecimiento de una vida sana y pacífica. Si las personas tienen miedo a que les roben, ¿cómo van a acumular riqueza?
Podemos además intentar encontrar las causas detrás de la ineficacia del sector público y en esto, nuevamente como economistas, veremos la interacción de fuerzas como la oferta y la demanda. El argumento de oferta dice: el sector público peruano refleja la calidad de los políticos y los burócratas peruanos. Si no estamos contentos con esa calidad, podríamos mejorar la situación actual cambiando a los políticos y a los burócratas. Por ejemplo, una contribución intelectual ingeniosa que intentó explicar la informalidad peruana hace ya cuarenta años [6] atribuía el fenómeno informal a las malas leyes y a la excesiva burocracia: un problema de oferta.
Lamentablemente, una explicación que se enfoque exclusivamente en el lado de la oferta no será satisfactoria porque también existe la demanda. Los políticos y los burócratas reflejan al electorado: a las peruanas y los peruanos que deciden a quienes los representan en el estado, y a quienes deciden adquirir la educación necesaria para trabajar en el sector público. Y esas elecciones personales han sido imperfectas debido a múltiples factores como el bajo nivel educativo, la baja conciencia cívica y la sensación de la gente de que no puede hacer nada por cambiar una situación negativa. Las protestas violentas de diciembre de 2022, que cobraron vidas y pusieron una mancha negra en nuestra imagen internacional, no son la forma racional de intentar generar cambios desde el lado de la demanda. Existen los mecanismos en una sociedad democrática, pero no se usan bien.
Es fácil concluir que estamos en un mal equilibrio de bienes públicos. Conviene considerar las consecuencias de esta situación.
Impactos de la ineficaz provisión de bienes públicos
Si continúa el bajo desempeño del país en asegurar un mínimo de bienestar a la población a través de los bienes públicos que garanticen una vida mejor que la actual, seremos testigos de una serie de consecuencias negativas en los próximos años.
El sector empresarial más sofisticado continuará creando pequeñas burbujas de eficiencia—ya que los bienes públicos son de baja confiabilidad—sin lograr un verdadero impacto en el desarrollo del país, y quizá dándole la espalda a las necesidades clamorosas de amplios segmentos de la población.
La informalidad endémica de nuestro país se fortalecerá sin formalizarse y continuará reteniendo al país en un bajo nivel de desarrollo.
La mano negra del narcotráfico y de la actividad económica ilegal asfixiará los esfuerzos por modernizar al país, fomentando el caos del cual esas actividades reditúan. Al haber mucho dinero ilegal que no se reporta en las encuestas o no entra al sistema bancario, la baja bancarización continuará y las grandes mayorías seguirán excluidas de los beneficios que las finanzas pueden ejercer en la vida de las personas.
La inseguridad se volverá insoluble; los entrampamientos judiciales dificultarán la vida social; el valor de los contratos será bajo.
Nuestra juventud talentosa preferirá hacer su vida desde muy temprano en otro país. La ola de emigración que vemos actualmente se volverá irreversible, a vista y paciencia de padres y educadores.
Y el próximo desastre natural nos cogerá desprevenidos, como si no hubiéramos aprendido nada.
Un mejor equilibrio
¿Cabe tener esperanza ante nuestra situación actual? ¿El futuro peruano es oscuro o hay un rayo de luz? Creemos que hay razones para tener esperanza.
Por el lado de la oferta, mucho se podría lograr a través de la actividad privada, especialmente de las empresas más grandes, que podrían intentar tender lazos con el estado para ayudar estratégicamente a entender las carencias y solucionarlas. El hecho de que esa colaboración no haya sucedido hasta ahora a gran escala sugiere que el liderazgo requerido aún no existe y debe fomentarse. La moda que las políticas ambientales, sociales y de gobernanza (ESG) han traído a muchos directorios tiene un elemento de verdad, como también se nota sustancialmente en la enseñanza social cristiana de décadas recientes [7], que ha enfatizado la grave responsabilidad de los tomadores de decisiones del sector privado en generar cambios económicos que logren una mayor inclusión de los más necesitados.
Por el lado de la demanda, si las peruanas y los peruanos queremos aspirar a más, sabremos exigirnos y exigir. Exigir a nuestros familiares, maestros, empleadores, colegas y amigos a que den más en aspectos tan básicos como la puntualidad, el cumplimiento de la palabra dada y el respeto a los derechos de los demás. Todo el entramado de nuestra vida social pasa por decisiones personales que son de índole moral. En un experimento de campo realizado en 40 países y publicado en Science [8], se evalúa cuántos funcionarios públicos y privados devuelven una billetera reportada como perdida. Perú se ubica entre los últimos tres países: sólo en 13% de los casos se devuelve la billetera, lo cual contrasta con tasas de 80% en países del norte de Europa. Hay un amplio camino por recorrer en los grandes problemas económicos de nuestro país, pero ese camino empieza en el fuero interno de la conciencia de cada persona: los bienes públicos se vuelven muy privados y requieren decir sí al bien y no al mal.
La pandemia nos ha puesto en nuestro momento más difícil de los últimos treinta años. Pero por sí misma la pandemia no lo hizo: ella simplemente fue el choque que reveló en qué estábamos fallando como sociedad. Depende de nosotros – como individuos y como nación – aprender la lección y empezar a cambiar.
Referencias
[1] Johns Hopkins University Coronavirus Resource Center. https://coronavirus.jhu.edu/data/mortality Acceso realizado el 15 de mayo de 2024.
[2] Chang, R. 2022. ¿Qué país ha perdido más vidas por COVID? Foco Económico. https://dev.focoeconomico.org/2022/05/06/que-pais-ha-perdido-mas-vidas-por-covid/ Acceso realizado el 24 de mayo de 2024.
[3] Alon, T.; M. Kim; D. Lagakos; M. Van Vuren. 2023. Macroeconomic effects of COVID-19 across the world income distribution. IMF Economic Review 71, 99—147.
[4] Varona, L.; J. Gonzales. 2020. Dynamics of the impact of COVID-19 on the economic activity of Peru. PLoS ONE 16(1), https://doi. org/10.1371/journal.pone.0244920
[5] INEI. 2024. Perú: Evolución de la pobreza monetaria 2014—2023. Informe técnico.
[6] De Soto, H. 1986. El otro sendero. El Barranco.
[7] Benedicto XVI. 2019. Caritas in Veritate.
[8] Cohn, A.; M. Marechal; D. Tannenbaum; C. Zund. 2019. Civic honesty around the globe. Science 365, 70—73,
A los factores que empeoraron la crisis durante la pandemia está la soberbia de las autoridades que desdeñaban toda propuesta basada en la evidencia y que se les alcanzaba con buena intención