Uno de los temas más investigados en economía, sociología y ciencia política es el efecto de la desigualdad sobre la violencia. Diferentes teorías explican por qué cabe esperar más violencia política y criminal cuando hay niveles altos de desigualdad. Sin embargo, hay también muchas razones para esperar la relación causal opuesta: la de la violencia sobre la desigualdad. Este es un tema que no ha recibido mucha atención pero resulta prioritario especialmente en América Latina y el Caribe (ALC).
En un artículo reciente que escribí para el Informe Regional de Desarrollo Humano del PNUD 2021, propongo una agenda de investigación sobre los efectos de las violencias, en plural, sobre la desigualdad en el desarrollo humano. Dado que América Latina y el Caribe es la región más violenta del mundo y una de las más desiguales, entender cómo las violencias pueden perpetuar y amplificar la desigualdad es importante tanto para nuestra comprensión de los impactos de la violencia como para el análisis de las causas de la desigualdad. En esta entrada resumo algunas de las propuestas que desarrollo en ese artículo: primero, propongo un esquema sencillo para abordar los posibles efectos de la violencia sobre la desigualdad; segundo, propongo canales por los cuales, con base en diferentes literaturas en múltiples disciplinas, podemos esperar que la violencia impacte la desigualdad. Me centro en varios ámbitos del desarrollo humano que pueden ser particularmente afectados por la violencia: integridad física y derechos humanos; salud física y mental; educación; ingresos; representación política; capital social; democracia; y la calidad de la gobernanza local. Cada sección está basada en múltiples referencias que omito en esta entrada por falta de espacio pero pueden ser consultadas en el artículo.
Considero tres tipos de violencia: política, criminal y social y doméstica. La violencia política incluye todas las formas de violencia interpersonal y colectiva que ocurre en relación a agendas socio-políticas; la violencia criminal se refiere a violencia interpersonal o colectiva asociada con actividades criminales; y la violencia social y doméstica incluye violencia interpersonal (y, en algunas ocasiones, colectiva) asociada a conflictos interpersonales entre personas que no viven en el mismo hogar (violencia social) o que sí lo hacen (violencia doméstica). Aunque no todos los tipos de violencia pueden ser fácilmente clasificados en estas tres categorías, la tipología permite considerar fenómenos que suelen compartir varios atributos.
El punto de partida son dos patrones en la región: (i) niveles de violencia criminal, política y social sumamente altos; y (ii) casi todas estas violencias suelen afectar de manera desproporcionada a sectores de la población que ya están en desventaja pues son las personas de bajos ingresos (especialmente los hombres jóvenes), las mujeres, las personas LGBT y las minorías étnicas quienes tienen un mayor riesgo de ser victimizados y, en algunos casos, de vivir en comunidades profundamente afectadas por la violencia.
El argumento central es sencillo: como la violencia suele impactar desproporcionalmente a individuos y comunidades que están de por sí en desventaja, la violencia puede perpetuar y amplificar diferentes tipos de desigualdad. Debido a su victimización, las víctimas pueden tener menos derechos y libertades; una peor salud física y mental; obtener resultados educativos peores; menores ingresos; y niveles menores de participación política. Asimismo, las comunidades victimizadas pueden contar con niveles más bajos de capital social; estar gobernadas por gobiernos locales menos democráticos; y tener menos acceso a bienes públicos. En resumen, las violencias pueden disminuir el bienestar de las personas y comunidades que están de por sí en desventaja frente al resto de la sociedad, ampliando las brechas existentes.
En el resto de esta entrada resumo brevemente algunos de los canales por los que la violencia puede aumentar la desigualdad en varios ámbitos de desarrollo humano en la región.
El derecho a la vida, la integridad física y la libertad
Cada vez que una persona es víctima de un acto de violencia, se socava su derecho básico a la integridad física. Dado que tanto la violencia homicida como la violencia social afectan con más frecuencia a personas de bajos ingresos y minorías étnicas, la violencia en ALC amplifica la desigualdad al socavar el derecho a la vida de los sectores de la población que ya se encuentran en desventaja. Además, debido a que la violencia criminal letal tiende a ocurrir en barrios marginados y áreas rurales con precaria presencia estatal, la ocurrencia misma de esta violencia exacerba la desigualdad subnacional: comunidades económicamente desfavorecidas y que reciben menos del Estado enfrentan una mayor inseguridad.
La violencia también crea desigualdad en el goce de libertades básicas pues las personas suelen adaptar su comportamiento restringiendo su movilidad o descartando opciones educativas y laborales o actividades de ocio para reducir el riesgo de ser víctimas de violencia.
El crimen organizado puede también aumentar la desigualdad en derechos y libertades al someter a comunidades vulnerables a regímenes locales autoritarios. Cuando las personas viven bajo el gobierno de actores armados como pandillas, guerrillas grupos narcotraficantes, sus derechos y libertades pueden ser violados. Debido a que en ALC las comunidades pobres y las minorías étnicas enfrentan una mayor probabilidad de soportar la presencia de estas organizaciones armadas en su territorio, los efectos negativos de la gobernanza criminal y rebelde exacerban la desigualdad al violar los derechos y libertades de las poblaciones más desfavorecidas.
Por último, las respuestas del aparato de seguridad del Estado para frenar la delincuencia y la violencia política también pueden aumentar la desigualdad al exacerbar los sentimientos de inseguridad y violar los derechos individuales de las poblaciones. Dado que estas acciones tienden a afectar de manera desproporcionada a las personas pobres y a las minorías étnicas, pueden ampliar las disparidades entre las personas acomodadas y los sectores de la población que ya están de por sí en desventaja económica y política.
La salud física y mental
La violencia doméstica y la violencia de género aumentan la desigualdad porque conllevan importantes secuelas en la salud física y mental de las víctimas, quienes suelen ser mujeres y minorías sexuales y de género. Los estragos de estos tipos de violencia han sido ampliamente documentados e incluyen estrés pos-traumático, depresión, ansiedad, ideación suicida e intentos de suicidio, así como dolor crónico, pérdida de memoria, problemas de concentración y aumento en el riesgo de cáncer de útero en el caso de las mujeres. Ya que tanto las mujeres como las minorías sexuales y de género enfrentan múltiples desventajas en las sociedades latinoamericanas y del caribe, estos efectos conducen a una mayor desigualdad.
La violencia doméstica, criminal y social también impacta la salud de niños, niñas y adolescentes. Varios estudios muestran que las experiencias tempranas de violencia pueden tener impactos irreparables en la cerebro, afectando la regulación emocional, la memoria, la atención y el desarrollo cognitivo, entre otros. La violencia suele conllevar también problemas de comportamiento. La violencia contra madres, padres y maestros también impacta la salud y el desarrollo de los menores. Como los niños y niñas de bajos ingresos y de minorías étnicas corren un mayor riesgo de sufrir la mayoría de las formas de violencia, cabe esperar que estos efectos negativos amplíen la brecha en el desarrollo humano entre estos grupos poblacionales.
La educación
La violencia puede afectar el desarrollo del cerebro, afectando tanto la cognición como las habilidades no cognitivas. A través de estos y otros canales, la violencia afecta la capacidad de aprender de los niños y niñas y disminuye su rendimiento académico. Además, al impactar la salud mental de los y las menores, la violencia también puede socavar su educación ya que la enfermedad mental contribuye a calificaciones más bajas, mayor ausentismo y mayores tasas de deserción.
La violencia puede también amplificar la desigualdad en la calidad y accesibilidad de las escuelas ya que en varias ciudades de la región la violencia relacionada con pandillas y otros grupos armados conlleva un mayor ausentismo de los maestros y maestras, alta rotación del personal directivo y cierres temporales de escuelas. En muchos casos, llegar a la escuela requiere cruzar barrios inseguros. Estos efectos están también concentrados en las poblaciones más desfavorecidas y, por lo tanto, es de esperar que amplíen las brechas entre los más y menos desfavorecidos de la sociedad.
La violencia aumenta también la desigualdad en el apoyo familiar que reciben los y las estudiantes privilegiadas en comparación con las más desfavorecidas. Cuando los acudientes de los niños y niñas son impactados por la violencia, su capacidad de cuidado y apoyo se ve impactada. Dado que los cuidadores desempeñan un papel importante en el desarrollo de la capacidad cognitiva y socioemocional de los y las menores, la violencia puede aumentar las desventajas de niños, niñas y adolescentes en las poblaciones más expuestas a los diferentes tipos de violencias.
Ingresos
Una amplia literatura ha mostrado que la violencia puede afectar los ingresos de individuos, familias, comunidades y países enteros por múltiples canales. No puedo referirme a todos por falta de espacio pero señalo algunos.
A nivel individual, los efectos sobre libertad, salud y educación resumidos anteriormente suelen tener también un impacto en los ingresos, aumentando la desigualdad entre individuos.
A nivel subnacional, algunos estudios han mostrado que la violencia puede afectar negativamente la economía local de regiones y ciudades, por ejemplo impactando la producción, las ganancias, los salarios, el desempleo y la pobreza. Dado que varios tipos de violencia suelen afectar más a los barrios más desfavorecidos y a los municipios rurales más apartados, estos efectos conllevan a un aumento en la desigualdad de ingresos subnacional.
A nivel nacional, múltiples estudios han estimado el impacto de diferentes tipos de violencia, especialmente la asociada a guerras, crimen organizado y delincuencia. Estos costos pueden traducirse en mayor desigualdad de ingresos si evitan que el país invierta en políticas que, de implementarse, reducirían la desigualdad. Si menores niveles de crecimiento impiden que los gobiernos inviertan en las reformas institucionales que buscan disminuir la desigualdad, la violencia puede contribuir a la perpetuación de la desigualdad. De otro lado, las distorsiones que crea la violencia en la asignación de recursos públicos y privados también pueden contribuir a la persistencia de la desigualdad.
Por último, la violencia puede evitar que la reducción de la desigualdad se convierta en una prioridad para el país. Los altos niveles de violencia, ya sea política o criminal, a menudo hacen que el control de la inseguridad sea la prioridad de los ciudadanos. La pregunta sobre cómo reducir la violencia a menudo domina los debates públicos, las campañas políticas y los planes gubernamentales, relegando otros asuntos, como la desigualdad, a un segundo plano.
Democracia, capital social y gobernanza local
La violencia puede socavar el compromiso político de las personas, así como el capital social y la calidad de la democracia en sus comunidades. Dado que la mayoría de los tipos de violencia afectan de manera desproporcionada a las comunidades más desfavorecidas de la sociedad, estos efectos amplifican diversas formas de desigualdad.
Varios estudios encuentran que, después de la guerra, las víctimas de la violencia tienden a participar más en política que quienes no sufrieron directamente la violencia. Otros estudios encuentran que las víctimas de delitos tienden a involucrarse más en diversas formas de participación política. Sin embargo, varios estudios que se centran en contextos de violencia crónica encuentran lo contrario: las personas tienden a retirarse de la esfera pública y participan menos. La misma presencia de pandillas que controlan territorios locales puede socavar la participación política, incluso entre aquellos que no han sido victimizados directamente. Dado que estas dinámicas son más comunes en los barrios y poblaciones más desfavorecidos de la sociedad, es de esperar que la brecha en la influencia política de personas más y menos favorecidas aumente.
La violencia puede también amplificar la desigualdad subnacional al reducir la calidad de la democracia y el estado de derecho en comunidades desfavorecidas. Una amplia literatura ha encontrado que el crimen erosiona el apoyo a la democracia, las instituciones y el estado de derecho en ALC. Las políticas de mano dura que han sido invocadas en muchos países para frenar la delincuencia socavan la democracia, van en contra del estado de derecho, y a menudo conducen a la violación de los derechos humanos especialmente en las comunidades más desfavorecidas. Aún más, varios estudios han documentado casos en los que grupos armados ilegales han intimidado o movilizado a ciudadanos para que voten por un candidato particular en países como Colombia, Brasil, El Salvador, Jamaica y México. Estas prácticas no sólo afectan la participación política sino que terminan deslegitimando la democracia local.
Por último, la violencia puede aumentar la desigualdad subnacional en la calidad de la gobernanza local—una forma de desigualdad que ya es de por sí muy alta en los países de la región. Esto ocurre, en parte, cuando la violencia socava el proceso democrático como lo mencioné anteriormente. La violencia puede también impactar directamente la capacidad y la calidad de gobiernos locales en comunidades vulnerables de otras maneras. Por ejemplo, la violencia contra los políticos es común en algunos de los países más violentos de la región. El asesinato político puede afectar negativamente a los gobiernos locales al impactar el desempeño de políticos y burócratas, así como la calidad de futuros candidatos a cargos de elección popular.
Otro canal por el cual la violencia puede afectar negativamente la provisión de bienes públicos es a través de la capacidad de gasto: cuando la violencia afecta negativamente el crecimiento económico local, también afecta el capacidad de los gobiernos locales, lo que, a su vez, puede reducir el gasto en bienes públicos.
Finalmente, la violencia criminal, política y social puede socavar la confianza de los ciudadanos en la policía y el sistema judicial. Esta falta de confianza puede, a su vez, aumentar el uso de prácticas extralegales como el vigilantismo mientras mina la derechos, la gobernanza local y la democracia local.
Cuando la violencia impacta la gobernanza local y la provisión de bienes públicos a través de estos canales puede convertirse en un factor crítico que perpetúa la desigualdad subnacional.
Conclusión
Estudios sobre los efectos de la violencia política, criminal y social en diversas disciplinas demuestran que la violencia impacta diferentes ámbitos del desarrollo humano tanto a nivel individual como colectivo. En América Latina y el Caribe las personas de bajos ingresos, minorías étnicas, mujeres, minorías sexuales y de género tienen un riesgo más alto de ser víctimas de violencia. Geográficamente, la violencia también suele impactar desproporcionalmente a los más vulnerables: los barrios de bajos ingresos en grandes ciudades y los municipios rurales en zonas apartadas con presencia estatal precaria.
Estas múltiples maneras en que la violencia puede dejar a personas y comunidades en una situación aún peor deben ser consideradas en nuestro estudio de la desigualdad en la región. Las violencias que afectan a nuestros países dejan huellas profundas en la salud, la educación, los ingresos, las libertades, los derechos y la democracia. Es urgente desarrollar una agenda de investigación que considere estos y otros canales por los cuales la violencia impacta la desigualdad.
Para avanzar esta agenda es necesario tener más y mejores datos. También es indispensable adoptar un enfoque interdisciplinario: sólo conectando las diferentes literaturas que estudian las dinámicas y efectos de la violencia desde la medicina, la economía, la criminología, la psicología, la ciencia política o la sociología podemos avanzar en nuestra comprensión de la manera en que la violencia aumenta múltiples formas de desigualdad en la región.