No es claro. La calidad de los políticos puede haber mejorado y, a pesar de eso, la calidad de la degradarse. ¿Quién es responsable? Quizás usted. ¿Cómo así? Veamos.
Los avances tecnológicos han provocado cambios en nuestro comportamiento que pasan desapercibidos. Por ejemplo, con acceso continuo a un universo de datos, menor es la necesidad de utilizar nuestra memoria (gracias al celular, uno no recuerda más que un par de teléfonos). Estudios apuntan a que hemos reemplazado el cerebro por internet como centro de acumulación de conocimiento.
Esto también ha afectado una habilidad civilizatoria central: el pensamiento crítico. Un escolar que “aprende”, digamos, Pitágoras acude a intemet para ver un video de dos minutos en donde alguien, que ya digirió el teorema, lo explica con Peras y manzanas. ¿Dedicar una hora para entenderlo por cuenta propia? Ni pensarlo.
Entre los adultos, algo similar ocurre cuando nos informamos. Lo hacemos a partir de rápidas redes que transmiten noticias en trocitos y casi siempre ya cocinados. Así, sin masticar, la información la tragamos. Y mientras los ciclos noticiosos se acortan, los incentivos para profundizar un tema a partir de la lectura dedicada de un estudio, libro o incluso diario, se acotan.
No me mal entienda. La era digital nos ha dado inmensas ventajas. Sin embargo, también ha significado nuevos riesgos para las sociedades modernas.
En política, por ejemplo, las negativas consecuencias sobre la democracia de la asociación entre redes sociales, desinformación y polarización dan cuenta de aquello. Y tal proceso acompañado por un lento, pero continuo derrumbe de la calidad del debate público. Es esto, creo, lo que se observa en Chile.
Para hacer el punto, uno podría recurrir a los tantos casos emanados del Congreso local, pero eso sería de una simplicidad comparable a utilizar Wikipedia como única fuente de información. Más interesante es apuntar a dos clásicos rasgos que aparecen entre varios candidatos presidenciales. Primero, la facilidad con que se desmarcan de lo que han dicho y hecho (me equivoqué, pero pedí disculpas). Segundo, una supuesta disposición a escuchar todas las ideas, a pesar de que el respectivo programa de gobierno no ofrece espacio a moderación.
Uno esperaría que una población con acceso ilimitado a información reconociera la amenaza que significan esas tácticas, pero eso no ocurre. Y es que los candidatos han también evolucionado, incluso mejorado (hay más competencia). Sus estrategias explotan con mayor efectividad nuestras debilidades. Por eso, quizás, los cambios de postura son raramente penalizados (no hay memoria) y las críticas técnicas evadidas (¿leyó los programas de gobierno?). Todo atenta contra la calidad del debate, ¿pero de quién es la culpa?.
Los llamados por una mejor política son vacíos si no se hace referencia a los cambios estructurales que la tecnología ha generado en la sociedad. Como escribió el poeta T.S. Eliot, “¿dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento?, ¿dónde esta el conocimiento que hemos perdido en la información?”. Quizás no sean los políticos el problema, sino el resto que no quiere despertar.