¿De Sabor Nacional?

Por Alberto Chong[1]

Como ya varios analistas han señalado, las recientes elecciones presidenciales en nuestro país muestran que a pesar de décadas de correcto manejo macroeconómico, lo cual a nivel nacional se refleja en tasas de crecimiento económico sostenidas, dramáticas reducciones en tasas de pobreza y significativas mejoras en los índices de desigualdad hay, sin embargo, una profunda desazón en gran parte de la ciudadanía, un desencanto que va mas allá de cualquier manejo económico y que ha sido puesto al descubierto por la pandemia que el país aún sigue sufriendo.    Mal que bien, la visión implícita entre economistas se resume en que “si tenemos la casa orden, todo el resto, tarde o temprano, se ajustará” y es quizás por eso que muchos piensan que lo que en realidad hace falta es mejorar la gestión del estado y profundizar las reformas.  No dudo que hay, en menor o mayor grado, algo de cierto en este diagnóstico, pero es también verdad que el grado de polarización exhibida en el proceso electoral llama a mayor reflexión.  La pregunta es ¿cuál es esta situación subyacente que nos ha llevado a donde estamos?

Tratando de pensar en esto no puedo evitar tener recuerdos de mi niñez cuando, como muchos peruanos, una Inca Kola era acompañamiento indispensable en cada almuerzo o cena, desde el pollo a la brasa hasta el arroz chaufa. Después de todo, es la “bebida de sabor nacional”, fuente de inmenso orgullo, con su sabor especial y su color como el sol. Un producto que no existía en ninguna otra parte del mundo.  Sin embargo, cuando tratamos de compartir una Inca Kola con algún extranjero los comentarios típicos suelen ser: “parece chicle”, “es super dulce”, “ese color me recuerda a otra cosa” (ya sabemos a qué) y, en general, no es una bebida particularmente bien recibida ante lo cual, la reacción típica (por lo menos la mía) es la de “no entiendes, no sabes apreciarla”[2].

A diferencia de la época dorada del fútbol peruano, y mas recientemente, el vigente boom culinario, Inca Kola no tiene reconocimiento que trascienda mas allá de nuestras fronteras, y es justamente por eso que su estatus en nuestro país es tan notable. En su rol limitado, la bebida de sabor nacional nos une en orgullo, nos hace sentir especiales, nos sirve como conector, nos sirve de excusa para integrarnos y respetarnos como sociedad. El problema es que justamente Inca Kola es un “outlier” en nuestra cultura, no es la norma.  La norma en el Perú, lamentablemente, está guiada por el principio exactamente opuesto, el desinterés total por el conciudadano. Es por eso por lo que quedé en shock la primera vez que vi a ancianas barrer no sólo las veredas sino también las pistas frente a sus casas en Osaka un día cualquiera a las 8 de la noche. Es por eso por lo que quedé pasmado cuando vi que en los tiempos en que se usaban teléfonos públicos uno podía llamar internacionalmente de EUA y hablar por media hora bajo la simple promesa de pagar luego. Es la misma razón por la cual no olvido ver bajar a tres personas de sus autos en Estocolmo para ayudar a una anciana cruzar una avenida de cuatro carriles sin que ningún otro vehículo tocara la bocina. Es la misma razón por la cual Amazon funciona perfectamente en Alemania, Canadá o Estados Unidos pero es inviable en nuestro país.

Esa “misma razón” es el entendimiento que para lograr un fin común es crucial respetar las reglas explícitas e implícitas que existen en una sociedad. No, los gringos no son esos inocentones a los que se les puede hacer el cuento y vender sebo de culebra; sociedades como las señaladas arriba entienden que hay ciertos criterios básicos que ayudan a que las cosas funcionen. Es por eso que la gente sí respeta las colas, devuelve una billetera extraviada con mil euros o raramente piensa que parar en luces rojas cuando no vienen otros autos sea estúpido.  No hay que decirlo o escribirlo, se sabe.   Este entendimiento común es un “pegamento social” que definitivamente falta en nuestro país y si bien lo que escribo no es ninguna novedad, es interesante que no exista discusión o inclusive ningún tipo de conciencia sobre la falta de lo que es comúnmente llamado “capital social”. Este concepto puede ser definido de varias maneras, pero típicamente se relaciona a los lazos que mantienen unidas a las sociedades a través de la identificación de una identidad común, lo cual facilita la cooperación a través del desarrollo de confianza mutua lo que facilita el trabajo conjunto con fines de lograr los objetivos trazados.  Efectivamente, hay abundantes estudios que demuestran que el capital social es tan importante como el capital físico, sean edificios, puentes, escuelas u hospitales, y tan relevante como la educación o el desarrollo tecnológico[3].

En realidad, muchas de las taras y profunda desazón que embarga gran parte de la sociedad peruana se puede atribuir a la pobreza de capital social, en donde la corrupción es, quizás, la máxima expresión de este problema. Después de todo, ¿qué cosa es la corrupción sino la búsqueda de lucrar del gobierno con el total menosprecio por las reglas y valores y el absoluto desinterés al prójimo?  En una sociedad con grandes carencias de capital social, el aparente deseo de muchos votantes en las recientes elecciones presidenciales de fomentar un cambio en el modelo económico para que el Estado tenga una participación mas sustantiva, se puede entender como la búsqueda de un sustituto de dicho capital social. Si uno no puede confiar en que las reglas y valores vayan a ser cumplidas por un conciudadano, si no hay civismo, solidaridad, si no hay un pegamento social que cohesione una sociedad, quizás un estado altamente intervencionista es visto como la solución. La propuesta de Pedro Castillo, tan ambigua como es, al día de hoy, es consistente con esta visión.

La carencia del modelo económico, si se quiere, no es necesariamente el exceso de su dependencia de un mercado “salvaje”, ni la falta de reformas de segunda generación, ni siquiera la pobre gestión gubernamental. Parte importante del problema, en mi opinión, es pensar exclusivamente en el lado de la oferta, pero no entender que el lado de la demanda es igualmente importante; después de todo, los países son construidos por sus habitantes. En las ampliamente conocidas palabras de John F. Kennedy, el “what you can do for your country” raramente ha estado en la ecuación de la sociedad peruana.  Para que el Perú sea un país viable el reto es cómo lograr esto. Obviamente, no se consigue de un día a otro.

Una manera de iniciar este cambio es que las políticas públicas de hoy sean pensadas con una visión de largo plazo, a fin de forjar una cultura de responsabilidad social que ayude a construir capital social que tanta falta nos hace. Esto no significa que construir “una escuela por día” o “mil hospitales en cinco años” no sea importante, ya que si no es complementado con un verdadero ‘pegamento social’ siempre habrá una tendencia a estar dentro de este mismo círculo vicioso. Lo anterior es fácil de decir, pero difícil de hacer, de lograr, sobre todo frente a nuestro ciclo electoral. Sin embargo, sí sería posible si es que, entre gobernantes de diferentes ideologías o tiendas políticas los incentivos estuviesen alineados. Todos queremos que las reglas sean aplicadas por igual, todos queremos que el resto respete las reglas, todos queremos que exista “accountability” en la sociedad y todos queremos un buen Estado que monitoree la correcta aplicación de reglas y regulaciones e imponga las penas correspondientes cuando sea necesario.  Si uno se pone a pensar que al final del primer gobierno de Alan García el Perú parecía un país inviable y lo compara con el país que tenemos hoy, no queda duda que es posible.

Y regresando a Inca Kola, es importante no confundir chauvinismo, con un sentido de solidaridad, confianza, respeto al conciudadano y bienestar común; son cosas muy diferentes.  Después de todo, como sabemos, nuestra bebida de sabor nacional fue originalmente creada por inmigrantes ingleses y el dueño actual de la marca es Coca Cola!

 

 

Referencias

 

Coleman, James S. 1988. ‘Social Capital in the Creation of Human Capital.’ The American Journal of Sociology 94: S95.

 

Putnam, Robert D., Robert Leonardi, and Raffaella Y. Nanetti. 1993. Making Democracy Work : Civic Traditions in Modern Italy. Princeton, N.J.: Princeton University Press.

 

Guiso, Luigi, Paola Sapienza, and Luigi Zingales. 2004. «The Role of Social Capital in Financial Development.» American Economic Review, 94 (3): 526-556.

 

[1] Georgia State University y Universidad del Pacífico. Gracias a los comentarios de Arlette Beltrán, Angelo Cozzubo, Virgilio Galdo y Mónica Medina.  Mi agradecimiento a Hugo Ñopo por retarme a pensar en estos temas. Te debo una Inca Kola.

[2] https://www.letraslibres.com/mexico-espana/el-imperio-la-inca

[3] Ejemplos son Coleman (1988), Putnam (1993), Guiso, et al., (2004), entre muchos otros.

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