En una escena de la memorable película “Parásitos”, se produce un diálogo notable. El plan a prueba de balas, dice el padre, es aquel que no existe, porque cuando se planea, algo saldrá mal porque la vida es así. Si no tienes planes, evitarás la insatisfacción de no lograrlos.
¿Cuánto puede relacionarse este razonamiento a la escasez? En “Scarcity”, Mullainathan y Shafir, argumentan que la percepción de escasez hace que los humanos nos enfoquemos en sacar el máximo de lo que tenemos disponible. El ejemplo más común, y nos resonará a todos, es cuando percibimos que nos falta tiempo al acercarse una fecha límite, y terminamos siendo más productivos que cuando nos “sobra” el tiempo, o estamos muy lejos del vencimiento del plazo. La escasez captura la mente, nos hace alejar otras ideas que, siendo importantes, terminan quedando fuera del foco de visión y, en consecuencia, terminan siendo ignoradas para la toma de decisiones. Los autores lo llaman “tunneling”. Y, desde mi punto de vista, se parece a lo que los economistas llamamos racionalidad limitada.
¿A qué vienen estas referencias? A que las reformas liberalizadoras de mercado implementadas en América Latina a inicios de los noventa, estuvieron acompañadas de una falta de planificación. ¿Oxímoron? No. Pasaré a explicar.
Junto con la reforma económica, se instauró en la mentalidad de políticos, líderes de opinión pro-mercado y la mayoría de economistas, la idea que planear era equivalente a planificar y que la planificación ya nos había demostrado que nos conducía a la pobreza y al estancamiento. De eso precisamente era de lo que queríamos salir y postulamos que las fuerzas del mercado lideraran la asignación de recursos, a través de las señales de precios que, a su vez, reflejan escasez relativa. Acompañó a esta idea el fomento del denominado “emprendedurismo”, por el cual, individualmente, podíamos implementar ideas innovadoras. ¿En cuál actividad económica? En aquella donde el ingenio nos condujera. ¿Dónde? Allí donde encontráramos oportunidades. ¿Cuándo? En el momento que pudiéramos madurar nuestras ideas.
Se aceptó el planeamiento estratégico, siempre que fuera a nivel de empresas o de entidades públicas, pero no del sector público como un todo al servicio del ciudadano. Curiosamente, se necesitaron marcos regulatorios para promover la inversión privada y pro-mercado en sendos sectores de servicios públicos. Algún tipo de plan hubo cuando, por ejemplo, se emitieron los diversos marcos regulatorios en los países de la región para promover la inversión en electricidad. Se segmentaron las actividades que hasta el momento habían estado verticalmente integradas, se crearon mercados de clientes libres a partir de establecer un umbral de demanda, se crearon organismos coordinadores de la oferta, etc. Hubo un plan, pero fue llamado “marco regulatorio”.
¿Por qué nos preocupa esto ahora? Pues porque por falta de planes, planificación, planeamiento como economía y como sociedad, la pandemia nos encontró con sistemas de salud fragmentados y en condiciones deplorables; con sistemas de pensiones que apenas pueden caracterizarse como tales; con aparatos de seguridad interna muy listos para robar o abusar, y poco listos para contribuir al bien común; y con sistemas de interconexión vial y digital muy por debajo de la calidad requerida para minimizar los perjuicios de la enfermedad, las cuarentenas, y la paralización económica.
Pues porque por falta de planes, planificación, planeamiento como economía y como sociedad, la articulación de la ejecución de funciones y gestión pública entre los diversos niveles de gobierno ocurre tarde, mal y nunca; carecemos de un servicio civil preocupado del cumplimiento de las funciones del Estado para servir a los ciudadanos y a cambio tenemos funcionarios públicos no siempre motivados, mal pagados, y celosos de cumplir las funciones asignadas según “ámbito de competencia”. Si ese celo deja, por ejemplo, un pasivo ambiental sin atender, bueno, es un problema de otra entidad.
Probablemente, la estigmatización de la palabra “plan” o del verbo “planificar” pueda responder a la combinación del razonamiento de Ki-taek y que puede resumirse en “nada puede salir mal, si no haces planes”, junto a la manera cómo nuestros cerebros procesan la percepción de escasez, según Mullainathan y Shafir. Esta hipótesis podría explicar la toma de posición hace treinta años, cuando, por ejemplo, en el Perú, la mitad de la población podía ser clasificada como pobre y más de la mitad de los niños entre 0 y 3 años sufrían de desnutrición. El objetivo, meta y única visión era, con razón, crecer económicamente para ampliar las posibilidades económicas para todos. Pero, ¿qué nos pasó durante el boom de crecimiento económico – fines de la primera década e inicios de la segunda de este siglo? ¿Qué impidió reflexionar sobre lo que se venía? Temor al cambio, en lenguaje coloquial, o histéresis, en el lenguaje que utilizamos los economistas. Nos mantuvimos tomando decisiones como si le faltara todo a más de la mitad de la población, perdiendo de vista la necesidad de planificar el futuro de la provisión de los servicios sociales universales.
Enfrentamos ahora un periodo muy difícil para la economía y la sociedad. En varios países, el riesgo de regreso del péndulo hacia sistemas que descansen menos en la economía de mercado está muy presente. Puede ser un momento para aprovechar el alto en el camino, y pensar y proponer planes para reformular nuestro contrato social.