Mientras limpiábamos los restos de nuestras fondas hogareñas, el 22 de septiembre se celebró el “día de la batería”. El evento es organizado anualmente por Tesla, la empresa dedicada a la fabricación de autos eléctricos y tecnologías limpias. Sin decepcionar, el excéntrico Elon Musk presentó desde California su plan para revolucionar la fabricación de baterías y disminuir a la mitad su costo. ¿La clave? Un menor uso de litio y mayor capacidad de acumular energía en menos volumen.
En cosa de horas, las acciones de Soquimich, la principal empresa que explota el mineral no metálico en Chile, se desplomaron casi un 10%. Aunque las acciones han vuelto a recuperarse en los últimos días, la noticia de Tesla ha levantado una gran duda sobre el futuro del litio. Pero más importante que ello, estos anuncios nos recuerdan que el desarrollo tecnológico puede ser muy disruptivo, y que los sueños de quienes gozan definiendo desde cómodos escritorios los modelos de desarrollo de los países también corren riesgo de ser desplazados. La estrategia de desarrollo no es resultado de gruesos informes de consultoría ni expresión de buenas intenciones.
No sabemos si el anuncio de Musk muestra que el litio es otro mineral más, o si la electromovilidad finalmente hará del mineral no metálico una fuente de ingresos significativa para el país. Pero ese es exactamente el punto. El mensaje de fondo —el verdaderamente relevante— es que no lo sabemos. Y por ello, la nueva ola de política industrial corre el riesgo de ser tan fallida como lo fue en las décadas de 1950 y 1960.
El Estado tiene una tremenda responsabilidad en el desarrollo de la industria de litio, simplemente porque es un recurso natural que pertenece a todos los chilenos. Por ello, debe poder apropiarse de parte de las rentas que se derivan de su explotación, por ejemplo, vía concesiones y cobro de royalties. El diseño de estos contratos debe ser inteligente, de manera de obtener ingresos para el sector público, pero al mismo tiempo incentivar la explotación y desarrollo de privados en un mercado de alto riesgo.
Para los ingenieros, los anuncios de Musk dan cuenta del fascinante avance de la ciencia. Para el resto, el “día de la batería” nos recuerda que la simple declaración de un recurso como estratégico no lo transforma en tal. El Estado debe establecer reglas claras y parejas para acceder al recurso natural, y, eventualmente, invertir en bienes públicos que puedan potenciar de manera no discriminatoria industrias locales. Pero en el riesgoso negocio de las baterías, mejor dejar a los privados competir —que con seguridad lo van a hacer bastante mejor arriesgando su capital— y destinar los escasos recursos públicos a las verdaderas necesidades sociales.