Malestar general: ¿Causa común?

Los movimientos ciudadanos masivos han proliferado durante el 2011. Y aunque después de la batalla abundan los generales, la verdad es que nadie los esperaba. Cuando en enero cayó la dictadura que durante décadas gobernó Túnez, los expertos se apresuraron en argumentar que se trataba de un evento aislado que no tendría mayores repercusiones en el mundo árabe. Al poco tiempo, las manifestaciones masivas cundían en Egipto, Yemen, Libia y Siria. Luego surgieron los indignados en España, los estudiantes chilenos exigiendo una mejor educación, los acampados demandando viviendas más baratas en Israel y, en semanas recientes, el movimiento Ocupemos Wall Street en los Estados Unidos. Además de protestas masivas en Bahrein, Bangladesh, Bulgaria, China, Georgia, Grecia, Hong Kong, India, Irán, Marruecos, Omán y Uganda.

Lo que los motivó, lo que piden y quiénes son, varía de un país a otro. También hay diferencias importantes en los niveles de ingresos, el grado de desarrollo institucional, la distribución de la riqueza y elementos culturales.

Me niego, sin embargo, a aceptar que es pura coincidencia o que sólo se trata de contagio. Me propongo explorar, en cambio, si existirá alguna causa común tras esta ola de movimientos ciudadanos, que se disemina sobre el planeta como no sucedía en más de cuatro décadas.

MOTIVOS A DESCARTAR

Es cierto que los movimientos de varios países tienen su origen en la reciente recesión mundial. Los indignados españoles protestan contra las medidas de austeridad, al igual que sus vecinos griegos. Y el incipiente movimiento en Nueva York refleja un descontento generalizado con los banqueros de Wall Street. Sin embargo, las protestas estudiantiles en Chile suceden en un momento en que la economía crece rápidamente. Varios países árabes e Israel tampoco están atravesando por bajones económicos. La reciente recesión mundial no califica.

Otra hipótesis, popular en sectores tradicionales de izquierda, es que se trata de la crisis terminal del capitalismo o, en versión más matizada, de una de las crisis recurrentes de las economías capitalista.

Es cierto que la crisis financiera del 2008 tiene patrones en común con crisis anteriores, patrón descrito de manera magistral por Charles Kindelberger en su clásico libro sobre estados maníacos, pánicos y crisis financieras. Sin embargo, la economía libia era (y sigue siendo) cualquier cosa menos capitalista, de hecho, había un solo dueño de todas las propiedades, Muammar Gaddafi, quien gentilmente las alquilaba a quienes las ocupaban. Y España está entre las economías desarrolladas con un sistema de bienestar más generoso.

También hay varios analistas que explican lo sucedido como la revolución de la clase media. La definición de clase media suele ser vaga y varía de un analista a otro, de modo que al final del día, la mayoría de los ciudadanos son de clase media y no es sorprendente que la mayoría de los manifestantes también lo sea. Sin mayor especificidad, esta explicación raya en lo tautológico.

UNA EXPLICACIÓN POSIBLE
La hipótesis que me parece más plausible es que las nuevas tecnologías facilitan la coordinación de grupos ciudadanos para protestar, al mismo tiempo que dificultan la represión y las campañas de desprestigio por parte de los gobiernos. En jerga económica, los costos de protestar y organizarse cayeron, mientras los costos de reprimir y desprestigiar los movimientos crecieron.

Partamos por ilustrar que hoy en día es mucho más fácil coordinarse para protestar con un ejemplo chileno. Cuando en agosto de 2010, la Corema aprobó la central termoeléctrica Barrancones, fue cosa de minutos para que miles de ciudadanos se coordinaran, desde sus celulares, vía Facebook y Twitter, para manifestar su oposición a la medida. Estaba en Santiago en ese día y presencié el pánico que cundió en nuestra clase política, no sólo el Presidente, que echó por tierra la institucionalidad ambiental y canceló el proyecto, también la oposición, que apoyó entusiastamente la medida.

Los costos de desprestigiar y reprimir las protestas también son más altos ahora que en el pasado. Si antes había un puñado de valientes periodistas que recogían las imágenes de la represión por parte de la fuerza pública y no siempre las publicaban, hoy día cada manifestante con celular es un testigo gráfico potencial de la represión de las fuerzas del orden. Desde las escenas de horror de militares atacando a civiles indefensos que hemos visto en vivo y en directo en algunos países árabes, hasta el policía que reprimió a los manifestantes en Nueva York hace unos días sin que existiera provocación alguna, la fuerza pública tiene que ser mucho más cuidadosa que hace una década.

En el caso del movimiento estudiantil chileno, la creatividad demostrada para crear una atmósfera alegre durante las manifestaciones ha sido notable. Y las iniciativas para contener infiltrados violentos también. Nos enteramos de estas iniciativas por YouTube en vivo y en directo, lo cual obligó al gobierno a abandonar el discurso que intentó inicialmente, donde enfatizaba el supuesto carácter violento de los manifestantes.

EL FUTURO
La presencia mayoritaria de jóvenes en los protestas mundiales del 2011 es consistente con la tesis planteada. Porque los jóvenes manejan las nuevas tecnologías de la información mejor que los ciudadanos mayores.

El mayor peso que tendrán los jóvenes influirá sobre la agenda pública en todo el mundo. Esto es particularmente bienvenido en el caso de Chile, donde este grupo está subrepresentado en el padrón electoral. En lugar de políticas que apuntan a los adultos mayores, como la reforma previsional y la eliminación del 7% para la salud de los jubilados, en años venideros podemos esperar que las principales reformas apunten a los ciudadanos más jóvenes, partiendo por una mejora importante de la educación.

Más temprano que tarde, los gobiernos buscarán formas de volver a «emparejar la cancha». La iniciativa para monitorear las redes de información que contrató el gobierno chileno es un ejemplo de las medidas que nos esperan.

¿Qué hacer para evitar cortapisas futuras a la mayor participación ciudadana, lograda gracias a las nuevas tecnologías de información? Hay varias alternativas. La que me parece más atractiva es abogar por medidas que transparenten la política en todas y cada una de sus dimensiones. Información sobre intereses de nuestras autoridades, fuentes de financiamiento de la política, legislación de lobby, transparencia y rendición de cuentas por parte de los partidos, entre otras. Estas medidas harán permanentes las ganancias que por ahora son transitorias. Porque una vez puestas en práctica, es impresentable echar pie atrás.