Lecciones de la década perdida para encarar la inflación actual

Actualmente la inflación en América Latina está en su nivel más alto en 15 años. Y sin saber a ciencia cierta cómo se desarrollará, las expectativas de las personas y las empresas están en gran medida desancladas, es decir, difieren de los niveles objetivo de los bancos centrales, y por lo tanto son una fuente potencial de una inflación aún mayor. Entretanto, a medida que aumentan las tasas de interés en todo el mundo, a los países de la región les resulta más costoso cumplir con sus obligaciones de deuda.

Esto es preocupante, y no muy diferente de la crisis de los años ochenta y noventa. El lado positivo, como lo ha demostrado la historia de la región, es que la independencia de los bancos centrales, su comunicación efectiva con el público, los esfuerzos para hacer sostenibles las finanzas del gobierno y una estrecha coordinación fiscal y monetaria pueden aliviar la crisis y ayudar a la región a navegar de vuelta a costas seguras.

Para comprender cómo puede ocurrir esto, podemos sopesar las circunstancias que rodearon la crisis de endeudamiento de los años ochenta, también conocida como la “década perdida”, y cómo estas arrojan luz sobre la situación actual.

Cómo un shock externo contribuyó a la crisis de endeudamiento de los años ochenta

La crisis de los años ochenta se originó en la década de los setenta, con el aumento del precio del petróleo —impulsado por un embargo de los países árabes de la OPEP— que sacudió la economía mundial. Los shocks de precios afectaron los déficits combinados de cuenta corriente de la región, que entre 1973 y 1975 crecieron un 400%, y la deuda pública externa aumentó drásticamente. En 1978, las obligaciones del servicio de la deuda estaban en su nivel más alto.

En 1979, los precios del petróleo se habían cuadruplicado y la inflación se disparó, provocando un aumento de las tasas de interés en todo el mundo. La tasa de interés de los fondos federales de Estados Unidos (la tasa de interés objetivo de la Reserva Federal) aumentó un 20% en 1980, incrementando las obligaciones de servicio de la deuda de América Latina. En 1982, el elevado desempleo, la caída del ingreso per cápita y la disminución del crecimiento se tradujeron en una deuda insostenible y en el incumplimiento de pago de varios países.

Dieciséis países de la región renegociaron sus deudas. El crédito internacional se limitó, y los reajustes fiscales conllevaron a cubrir los déficits mediante la impresión de dinero. La inflación promedio de 11 países de la región era del 70,5% en 1983. En 1985, había alcanzado un asombroso 1.129%. La región había quedado atrapada en una espiral de alta inflación crónica.

Luego, en los últimos cinco años de la década de los noventa, la inflación promedio bajó al 13,2% y entre 2000 y 2020 se situó en el 5,5%, un logro importante. ¿Cómo fue posible esto?

Un cambio en el marco institucional aumentó la credibilidad y ayudó a combatir la inflación

Si la crisis afectó negativamente el desarrollo de la región, también hizo reflexionar a los funcionarios públicos sobre la sostenibilidad de las políticas. En el ámbito monetario, políticas como los controles de precios, la reducción de las indexaciones salariales y la fijación de los tipos de cambio, contribuyeron marginalmente a los esfuerzos iniciales para estabilizar la inflación, probando no ser sostenibles en el mediano plazo. La estabilización macroeconómica se produjo realmente cuando varios gobiernos aprobaron reformas que otorgaron independencia a los bancos centrales y establecieron cambios en su marco operativo e institucional, lo que condujo a una reducción sustancial de la inflación en los años noventa.

Para 2002, cinco países habían adoptado un régimen de objetivos de inflación. Esta estrategia, según observó el antiguo presidente de la Reserva Federal de EE.UU., Ben Bernanke, “ancla las expectativas de forma más rápida y duradera en comparación con otras estrategias”.  Un régimen de objetivos de inflación establece un ancla nominal para la tasa de inflación. Las predicciones del sector privado se vuelven relevantes, porque la inflación refleja sus expectativas. Debido a esta dinámica, los bancos centrales de la región trataron de anclar las expectativas manteniendo su autonomía y comunicándose eficazmente con el público, y en 2020, la inflación en los países que operaban bajo este régimen se situó en un promedio del 3,3%.

Aprendiendo del pasado a mitigar los riesgos inflacionistas

El contexto económico actual, en cierto modo, nos recuerda las décadas de 1980 y 1990. La aceleración de la inflación —provocada por la demanda reprimida, las alteraciones de la oferta y, ahora, la subida de los precios de las materias primas (incluido el precio del petróleo debido a la guerra de Ucrania)— se está abordando a través de la subida de las tasas de interés en todo el mundo. Este aumento de tasas, como el de los Estados Unidos, hacen que sea más caro para los países cumplir con sus obligaciones de deuda.

La tasa de interés de los fondos federales ha subido por primera vez desde 2018, aumentando 150 puntos básicos (p.b.) desde marzo de 2022, con incrementos adicionales que se esperan este año. Hasta el momento en 2022, Chile ha aumentado su tasa en 500 p.b., Colombia en 300 p.b., y México en 225 p.b. Esto continuará si la inflación persiste, pero hay cosas que los bancos centrales pueden hacer en este contexto de gran incertidumbre para anclar las expectativas de inflación —y, por tanto, la inflación—.

Como lo muestra el Informe macroeconómico 2022 del BID la región puede volver a convertir la crisis en oportunidad. En el plano fiscal, los países que exportan materias primas pueden consolidar sus finanzas y compensar la deuda que creció durante la pandemia gracias al aumento de los precios de las materias primas. Aunque es posible que los países importadores de materias primas experimenten un shock fiscal negativo, pueden impulsar reformas significativas que mejoren la eficiencia de los sistemas tributarios y de gasto público y conduzcan a subsidios más racionalizados que eviten alimentar los efectos persistentes de la inflación.

Los bancos centrales parecen haber dejado atrás la antigua práctica del financiamiento público. Esta crisis no debería suponer un retroceso. Mantener ancladas las expectativas de inflación reduce el costo del financiamiento y hace más atractivas las inversiones de cartera en bonos del Estado.

Hoy en día, las expectativas de inflación están desancladas por 4 puntos porcentuales por encima del límite superior. La incertidumbre puede mantenerlas altas a corto plazo. Pero muestran una lenta convergencia hacia el objetivo a largo plazo, y los bancos centrales deberían esforzarse por reducirlas a mediano plazo. Las expectativas desancladas podrían influir en las decisiones de fijación de precios de las empresas, y poder garantizar unas expectativas bien ancladas hoy podría hacer que el esfuerzo por reducir la inflación fuera menos costoso para el PIB en el futuro.

Los bancos centrales enfrentan desafíos similares a los de hace 40 años. Sin embargo, los esfuerzos realizados en el pasado para crear instituciones sólidas pueden dar sus frutos para sortear la crisis con mayor facilidad que antes. Una comunicación eficaz ayuda a limitar la volatilidad del mercado. La autonomía constitucional ayuda a mantener la credibilidad y anclar las expectativas. Además, es fundamental garantizar una vía sostenible para las finanzas públicas que complemente un marco monetario creíble, mediante la coherencia entre las políticas fiscales y las monetarias.

 

*Artículo publicado originalmente en Ideas que Cuentan, el blog del Departamento de Investigación del BID