Invertir en los primeros años: clave para la recuperación en la postpandemia

Por Diana Hincapié, Florencia López-Boo, Belén Michel Torino[*]

¿Cómo recuperaremos el aprendizaje y la salud física y mental de los niños y niñas de América Latina y el Caribe después de la pandemia del COVID-19? Esta es una pregunta que nos hacemos padres, maestros y formuladores de política, mientras observamos el regreso a la presencialidad en los servicios para la infancia y empezamos a entender los impactos que la pandemia ha tenido en los niños y niñas de nuestra región.

Se calcula que 144 millones de niños estuvieron en promedio 158 días sin clases presenciales a causa de la pandemia, aproximadamente 100 días más que en cualquier otra región del mundo.[i] Además, se estima que un total de 167 millones de niños menores de 5 años perdieron acceso a los servicios de cuidado y educación infantil entre marzo 2020 y febrero 2021.[ii]

Algunos estudios recientes ya nos empiezan a mostrar los efectos negativos que la pandemia ha tenido en el desarrollo cognitivo y motor de los niños y niñas. En Uruguay, el nivel de desarrollo de los niños de entre 4 y 6 años que asistían el preescolar durante la pandemia fue sustantivamente menor que el de los niños de la misma edad en 2019 (previo a la pandemia).[iii]  Las pérdidas en el desarrollo fueron pequeñas o no detectables para los niños que asistían a escuelas más ricas y fueron mayores para los niños con menor desarrollo en la línea de base, particularmente en desarrollo cognitivo. También se documentaron pérdidas de desarrollo, especialmente en el lenguaje, en Chile.[iv] El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) a su vez estimó que los efectos negativos en el desarrollo infantil se podrían traducir en pérdidas económicas (valores descontados de ingresos futuros) de entre el 0,89% y el 2,94% del producto bruto interno (PBI) de los países.[v] Y esto probablemente es solo la punta del iceberg: además de los impactos negativos en el desarrollo infantil y en los ingresos, los efectos en la salud mental, estrés y ansiedad y los incrementos en mortalidad y morbilidad de los más pequeños tendrán consecuencias incalculables si no se comienza a actuar hoy para revertir estas tendencias. [vi]

Para comenzar, tenemos que asegurar que los servicios de primera infancia apunten a la recuperación del desarrollo, con calidad, siendo inclusivos y articulándose de manera eficiente con las áreas de salud, educación y protección social, es clave para mitigar los impactos negativos de la pandemia y no tener una generación perdida. Ya desde antes de la pandemia, los países de América Latina y el Caribe presentaban importantes gradientes socioeconómicos en el desarrollo infantil antes de comenzar la escuela, y estos desafíos se magnificaron a raíz del COVID-19. En esta entrada presentaremos siete claves para atender de la manera más pronta y efectiva estos desafíos.

Grandes avances, mucho por hacer

Entre los 0 y 3 años el cerebro humano crece más que en ningún otro momento de la vida, y el desarrollo en la primera infancia funda las bases de las habilidades cognitivas, motoras y socioemocionales con las que los niños se enfrentarán los desafíos académicos, laborales y sociales en su futuro.[vii] Es por ello que invertir en la primera infancia genera retornos más altos que hacerlo en cualquier otra etapa de la vida, a la vez que aumenta la productividad de la sociedad en su conjunto y mejora la igualdad de oportunidades.[viii]  La región ha sido pionera en la implementación de políticas públicas destinadas a mejorar el bienestar infantil y el BID ha sido un socio clave, apoyando en el diseño, la implementación y la evolución de programas claves como Chile Crece Contigo, Cuna Mas en Perú,  Reach Up en Jamaica, entre tantos otros.

Producto de esta ola de inversiones en las últimas dos décadas, se produjo una importante disminución en la tasa de mortalidad infantil en toda la región. Entre 1960 y 2010, 12 países redujeron la mortalidad infantil en un 75% y tres –Brasil, Chile y Perú– la redujeron en un 90% o más (Figura 1, Panel A).[ix] Gran parte de este avance ha estado relacionado con el aumento de la vacunación y de los cuidados pre y post natales. La desnutrición crónica[x] también ha evidenciado caídas sustantivas (Figura 1, Panel B).

 

Figura 1. Mortalidad infantil y desnutrición crónica, en países seleccionados de América Latina y el Caribe
Panel A. Mortalidad infantil por 1.000 nacidos Panel B. Mejoras en la desnutrición crónica
Fuente: Berlinski and Schady (2015) con base en los Indicadores del Desarrollo Mundial (Banco Mundial). Fuente: Berlinski and Schady (2015)2015 con base en los Indicadores del Desarrollo Mundial (Banco Mundial) y la Organización Mundial de la Salud (OMS).

 

Por otro lado, el porcentaje de niños que asiste a los centros de cuidado infantil y prescolares ha aumentado considerablemente en la región en los últimos 20 años (Figura 2). En particular, los niños de cuatro y cinco años tienen mayores tasas de acceso, en parte debido a que la asistencia para ese grupo etario se ha vuelto obligatoria en varios países, particularmente en el Cono Sur. Sin embargo, la evidencia no es clara con respecto a los efectos de la asistencia en los niños más pequeños. Hay estudios que encuentran efectos positivos en desarrollo infantil [xi] y otros encuentran efectos negativos (sobre todo en países desarrollados), posiblemente por la dificultad de ofrecer un entorno de calidad[xii], donde los cuidadores tengan tiempo y herramientas para interactuar con cada niño. Es por ello que la calidad de las interacciones entre cuidadores y niños es uno de los factores críticos que deben atender las políticas públicas dirigidas a los más pequeños.[xiii]

Figura 2. Asistencia a jardines de cuidado infantil y prescolar por país y edad

Fuente: Marco sectorial de desarrollo infantil temprano del BID (2019)

 

Asimismo, se han observado importantes aumentos en el gasto público en la primera infancia. Por ejemplo, Chile, Guatemala y República Dominicana gastaron entre dos y cuatro veces más por cada niño en 2012 que al comienzo de la década del 2000.[xiv] Sin embargo, el gasto promedio de los países de la región continúa siendo muy bajo (0,4% del PIB – figura 3), muy por debajo del 0,7% que invierten en promedio los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Para poder contrarrestar los efectos de la pandemia será necesario incrementar el gasto, priorizando la mejora de la calidad de los servicios y en particular, enfocando el gasto en apoyar a los más vulnerables.

Figura 3. Gasto público en jardines de cuidado infantil y preprimaria (porcentaje del PBI)


Fuente: Berlinski y Schady (2015). Sobre la base de Alcázar y Sánchez (2014) y OCDE.

A pesar de estos avances, la región todavía enfrenta grandes desafíos para asegurar que los servicios de primera infancia sean de calidad, accesibles para todos y que se articulen entre sí de la forma más eficiente. En particular queremos destacar siete claves para enfrentar los desafíos a los que se enfrenta nuestra región para apoyar a la niñez.

Primero, es fundamental seguir trabajando en la agenda de la mejora continua de la calidad de los centros de cuidado infantil. Hay diversos factores que afectan la calidad de los servicios de DIT: el nivel educativo del personal que atiende a los niños, sus salarios, la seguridad y las características de la infraestructura física, el número de niños a cargo de cada adulto, y la frecuencia y calidad de las interacciones entre los adultos y los niños a su cargo. En particular, estas interacciones son de vital importancia dado que tienen un alto poder predictor del desarrollo. Sin embargo, no son fáciles de medir por que requiere observar el servicio y aplicar protocolos que permitan evaluar las interacciones de forma confiable.[xv] Invertir en estas mediciones es un paso vital para conocer la calidad de los servicios y diseñar las mejoras pertinentes, así como se ha hecho en un estudio reciente en México[xvi] donde se encontró que la calidad estructural de los centros (más relacionada con aspectos como la infraestructura física) es buena pero la calidad de las intervenciones es relativamente baja, tal y como se ha encontrado en otros estudios del BID.[xvii]

Segundo, necesitamos continuar promoviendo el acceso a servicios de infancia y asegurar que llegue a las poblaciones más vulnerables. Si bien ha aumentado el acceso a los centros de cuidado infantil y al prescolar, todavía queda un gran trabajo por delante, particularmente para brindar acceso en las áreas remotas[xviii] y trabajar con las familias más vulnerables. La región presenta enormes diversidades étnicas, culturales y socioeconómicas y existen desafíos propios de incluir a los niños con discapacidades tanto físicas como neurológicas. Con respecto a estos últimos, se requiere que se ajuste el diseño e implementación de los servicios de DIT para permitir que ellos alcancen su máximo desarrollo teniendo iguales oportunidades que el resto[xix] para la detección temprana de rezagos o retrasos en desarrollo y para su tratamiento oportuno.

Tercero, se requiere retener y desarrollar el talento humano. Actualmente  las deficientes  condiciones laborales en el sector infantil generan una alta rotación de los recursos humanos –facilitadores, educadores, docentes, madres comunitarias, etc.– que llevan adelante las tareas de cuidado y estimulación. Es importante que su trabajo sea reconocido y valorado para asegurar que el mejor talento se quede dentro de la comunidad y que las inversiones en su formación sean fructíferas. Además, debemos disminuir las brechas de conocimiento acerca de cuáles son las intervenciones más costo-efectivas para que el personal que provee estos servicios pueda brindar interacciones de calidad.

Cuarto, todo lo anterior requiere promover la gestión eficiente y la toma de decisión informada. Una adecuada atención a la primera infancia requiere de la articulación e integración de los distintos niveles de gobierno y los ministerios. La pandemia evidenció más que nunca la importancia de la intersectorialidad en las intervenciones durante la infancia. Sin embargo, existen diversas estrategias para alcanzar esta integración y falta evidencia acerca de la efectividad de los distintos esquemas posibles. De todas formas, sabemos que el camino elegido debe poner al niño, las familias y las comunidades al centro y para ello necesitamos contar con encuestas nacionales que releven información periódica sobre el acceso a los servicios, la calidad de estos y el nivel de desarrollo que alcanzan los niños.

Quinto, necesitamos fomentar la recuperación de las pérdidas en desarrollo infantil y en aprendizajes. Los daños que ha generado la pandemia en el crecimiento de los niños deben ser revertidos con programas que atiendan las necesidades específicas de los más afectados, es decir los pequeños en hogares más vulnerables. Además, será necesario trabajar tanto con el niño como con su familia y los demás cuidadores. Todos ellos deben recibir apoyo para mantener su bienestar físico y emocional y promover la salud mental, de forma de poder garantizar entornos estimulantes para niños y niñas, ricos en interacciones cálidas y sensibles y emocionalmente estables y libres de violencia. Programas de protección social implementados durante la pandemia y con foco en familias con niños menores de 5 años (con el child tax credit implementado por la administración de Biden en los EEUU) pueden generar aprendizajes sobre cómo las transferencias monetarias se complementan con los programas tradicionales de infancia. Asimismo, las modalidades híbridas implementadas durante la pandemia para llegar a familias cuando los servicios se habían interrumpido (como por ej. las visitadoras de Crianza Feliz en Boa Vista que usaron WhatsApp para comunicarse con las familias beneficiarias, o los agentes de salud en Jamaica que usaron llamados telefónicos) están siendo evaluadas en el BID, y algunos resultados muestran evidencia prometedora en cambios de las pautas de crianza.

Sexto, debemos seguir fortaleciendo los programas de trabajo con familias. Antes de la pandemia ya teníamos evidencia clara del impacto de las visitas domiciliarias de estimulación temprana en las cuales se apoya a los padres para que generen actividades estimulantes e interacciones de calidad con los niños. Como mencionábamos antes, la pandemia hizo que estos programas tuvieran que adaptarse a modalidades híbridas o no presenciales para continuar ofreciendo este apoyo, y fueron fundamentales para mantener el cuidado y estimulación de los niños en el hogar durante estos años. Estas adaptaciones de la pandemia pueden servir para llegar a más familias con modalidades mixtas que combinen la presencialidad y las intervenciones digitales o multicanales (radio, TV, llamadas telefónicas, WhatsApp, entre otros)

Por último, los sistemas sanitarios deberán estar atentos a varias agendas. Deberán atender no solo las agendas de vacunación pediátrica del COVID, inmunizaciones y controles de salud, sino también las de salud mental, monitoreo del desarrollo y estatus nutricional. Necesitamos monitorear cuáles han sido los impactos de la pandemia, tanto en el corto como en el largo plazo y seguir atendiendo los temas centrales de salud, nutrición y salud mental para no retroceder en los avances de más de 2 décadas que mostramos al principio de esta entrada.

 

El camino hacia una recuperación inclusiva que priorice la primera infancia.

La pandemia ha tenido grandes impactos negativos en el desarrollo  de los niños de la región. A esto se le suma la ansiedad, el estrés que los niños y sus cuidadores han vivido durante los últimos dos años. Revertir o mitigar estos impactos requiere de acciones urgentes. Cada año que estos niños sigan creciendo sin las oportunidades adecuadas para desarrollar sus habilidades tendrá impactos en el corto y largo plazo para ellos y para los países de la región.

 

Es nuestra responsabilidad como padres, maestros y funcionarios, enfocar nuestras acciones y esfuerzos en la recuperación de las pérdidas en el desarrollo infantil, en los aprendizajes, en el bienestar y en la salud mental de los niños y niñas de nuestra región. Esto solo se dará con una mejor gestión de los recursos destinados a la infancia y garantizando el acceso a servicios de primera infancia de calidad.

[*] Banco Interamericano de Desarrollo.

[i] UNICEF, 2022;  Reuge, N., Jenkins, R., Brossard, M., Soobrayan, B., Mizunoya, S., Ackers, J., … & Taulo, W. G. (2021). Education response to COVID 19 pandemic, a special issue proposed by UNICEF: Editorial review. International Journal of Educational Development, 87, 102485.

[ii] McCoy, D. C., Cuartas, J., Behrman, J., Cappa, C., Heymann, J., López Bóo, F., … & Fink, G. (2021). Global estimates of the implications of COVID‐19‐related preprimary school closures for children’s instructional access, development, learning, and economic wellbeing. Child development, 92(5), e883-e899.

[iii] González, M., Loose, T., Liz, M., Pérez, M., Rodríguez‐Vinçon, J. I., Tomás‐Llerena, C., & Vásquez‐Echeverría, A. (2022). School readiness losses during the COVID‐19 outbreak. A comparison of two cohorts of young children. Child Development.

[iv] Abufhele, A., Bravo, D., Boo, F. L., & Soto-Ramirez, P. (2021). Developmental Losses in Young Children from Pre-Primary Program Closures During the COVID-19 Pandemic.

[v] López Bóo, F., Behrman, J., & Vazquez, C. (2020). Economic costs of preprimary program reductions due to COVID-19 pandemic. Inter-American Development Bank.

[vi] Hincapié, D., López-Boo, F., & Rubio-Codina, M. (2020). El alto costo del COVID-19 para los niños. Estrategias para mitigar su impacto en América Latina y el Caribe. Banco Interamericano de Desarrollo.

[vii] Heckman JJ. Skill formation and the economics of investing in disadvantaged children. Science. 2006;312(5782):1900–2.

[viii] Heckman, J. (2011) The Economics of Inequality: The Value of Early Childhood Education. American Educator, 35, 31-47.

[ix] Berlinski, S., & Schady, N. (Eds) (2015). Los primeros años: el bienestar infantil y el papel de las políticas públicas. Banco Interamericano de Desarrollo.

[x] Desnutrición crónica o retraso en el crecimiento: un niño se considera con desnutrición crónica cuando su estatura se encuentra más de 2 desviaciones estándar por debajo de la estatura promedio de los niños bien nutridos de la misma edad y sexo en la población de referencia.

[xi] López Bóo, F., & Hojman, A. (2019). Cost-effective public daycare in a low-income economy benefits children and mothers.

[xii] Meloy, B., Gardner, M., & Darling-Hammond, L. (2019). Untangling the evidence on preschool effectiveness: Insights for policymakers. Learning Policy Institute.

[xiii]  Berlinski, S., & Schady, N. (Eds) (2015). Los primeros años: el bienestar infantil y el papel de las políticas públicas. Banco Interamericano de Desarrollo.

[xiv] Berlinski, S., & Schady, N. (Eds) (2015). Los primeros años: el bienestar infantil y el papel de las políticas públicas. Inter-American Development Bank.

[xv] López Boo, F., Araujo, M. C., & Tomé, R. (2016). ¿Cómo se mide la calidad de los servicios de cuidado infantil?: guía de herramientas. Banco Interamericano de Desarrollo.

[xvi] Rubio-Codina, M., Parra, J., Jensen, D., & Aguilar, A. M. (2021). Una fotografía sobre la calidad de los centros de atención infantil y el estado del desarrollo infantil en México en niñas y niños menores de tres años: metodología y resultados.

[xvii] Berlinski, S., & Schady, N. (Eds) (2015). Los primeros años: el bienestar infantil y el papel de las políticas públicas. Banco Interamericano de Desarrollo.

[xviii] Mapa de accesibilidad a las escuelas argentinas: https://www.fundacionbyb.org/mapa-escuelas

[xix] OMS (2015). Diez datos acerca del desarrollo en la primera infancia como determinante social de la salud. Organización Mundial de la Salud.