La especialización y el aprendizaje criminal en las cárceles

La población carcelaria mundial es superior a 10 millones de personas. Las prisiones son, en la mayoría de los países, un elemento central del sistema de justicia criminal y representan un rubro presupuestal importante: en Estados Unidos los gastos por interno son de alrededor de 35 mil dólares por año, en Europa Occidental esta cifra aumenta hasta los 100 mil dólares por año por interno. En países no desarrollados el gasto es más modesto, en Colombia, por ejemplo, el gasto por interno está entre 12 mil y 24 mil dólares por año, dependiendo del tipo de establecimiento y los servicios que se prestan.[1]

Las prisiones tienen, en general, cuatro funciones principales:

  • La primera función se conoce como disuasión general. La idea es que la existencia de prisiones y el castigo al que se somete un número importante de personas capturadas y condenadas, debería disuadir a potenciales criminales de cometer un delito.
  • La segunda función se conoce como disuasión específica. Esta segunda forma de disuasión corresponde a la persona castigada. La idea es que el paso por un primer castigo lo disuade de volver a cometer delitos.
  • La tercera función pasa por la generación de capital humano con programas de estudio y trabajo que faciliten la resocialización.
  • La última función se conoce como incapacitación, y se trata de evitar (por la vía del encarcelamiento), que una persona cometa delitos que afecten el bienestar de otros.

Estas cuatro funciones del papel de las cárceles se encuentran fundamentadas en teorías de la economía, la criminología y otras disciplinas.[2] Sin embargo, las tasas de reincidencia son en general altas. En Estados Unidos y Europa, donde los datos están disponibles, entre el 20 y el 60 por ciento de las personas que cumplen una condena vuelven a ser condenadas en menos de dos años.[3] En Montevideo, Uruguay, uno de cada cuatro internos reincide en el día de su salida.[4] La alta reincidencia criminal sugiere que las funciones de disuasión específica y resocialización no necesariamente funcionan bien o en todos los casos. También debería llamar la atención sobre la eficiencia del gasto público en prisiones, que podría ser redirigido hacia otro tipo de estrategias

¿Qué hace tan altas las tasas de reincidencia? 

En un trabajo en desarrollo junto con María Antonia Escobar y Martín Vanegas-Arias estamos estudiando dos posibles determinantes de la reincidencia, usando el contexto colombiano. 

Primero, investigamos patrones de especialización. La Tabla 1 presenta un hecho estilizado. La tabla incluye información para personas que reinciden (vuelven a ingresar al sistema), en una ventana de tiempo de un año después de salir. Las filas representan el delito asociado al primer encarcelamiento. En cada caso, se muestra la distribución de delitos asociados al segundo encarcelamiento (en las columnas). La diagonal representa el porcentaje de personas que reinciden en el mismo delito. Por ejemplo, entre quienes ingresaron una vez a la cárcel por crímenes a la propiedad y vuelven a ingresar en menos de un año, el 59 por ciento de las personas son reincidentes que vuelven a cometer el mismo delito.

Tabla 1. Matrices de transición, delitos cometidos por reincidentes

Segundo, estudiamos si hay evidencia de efectos de pares: aprendizaje en las cárceles asociado al contacto con internos “especializados.” En condiciones normales, los internos son segregados al interior de las cárceles. Por un lado, procurando que personas sindicadas (quienes no tienen condena) y condenadas no se encuentren en las mismas celdas y patios. Por otro lado, procurando que los contactos entre internos no faciliten la construcción de redes y el aprendizaje de nuevas habilidades criminales.

Para estudiar si los patrones de especialización y el aprendizaje en las cárceles se encuentran asociados a la reincidencia, analizamos las tendencias delictivas alrededor de las cárceles en Colombia cuando se da la salida de internos. La Figura 1 presenta un nuevo hecho estilizado, detallando el número promedio de crímenes contra la propiedad que son denunciados alrededor de las cárceles en cuatro circunstancias: cuando es liberado algún interno condenado por crímenes a la propiedad; cuando son liberados otros internos que hubiesen compartido celda con alguien condenado por crímenes a la propiedad; cuando son liberados otros internos que no hubiesen compartido celda con alguien condenado por crímenes a la propiedad; y cuando no es liberado ningún interno. La figura sugiere que la cantidad de delitos alrededor de las cárceles es más alta cuando se liberan internos “especializados” o cuando se liberan internos expuestos a efectos de pares, y que la cantidad de delitos es más baja cuando se liberan internos no expuestos a efectos de pares o no se libera a ningún interno. 

Figura 1. Promedio de delitos denunciados alrededor de las cárceles colombianas

En un esfuerzo por analizar si estas correlaciones esconden una relación causal, estimamos modelos de diferencias-en-diferencias que incluyen controles asociados a la estacionalidad de las actividades criminales, fenómenos climáticos focalizados, y características propias de cada cárcel y sus alrededores, entre otros. Los resultados preliminares sugieren, como presenta la gráfica, que el número de crímenes contra la propiedad denunciados alrededor de las cárceles aumenta en alrededor de 26 por ciento cuando salen internos “especializados.” También sugieren que el número de crímenes contra la propiedad denunciados aumentan hasta un 45 por ciento cuando se liberan internos expuestos a efectos de pares.

Las malas condiciones de reclusión como factor de refuerzo

Estos patrones de especialización y aprendizaje en las cárceles se agravan cuando las condiciones de reclusión son adversas. En un trabajo adicional investigo las diferencias en tasas de reincidencia entre internos asignados a cárceles en “buenas condiciones” comparados con internos asignados a cárceles en “malas condiciones.” El caso colombiano permite realizar este tipo de análisis porque recientemente fueron construidas (o renovadas) diez cárceles, y el mecanismo de asignación de internos sigue un proceso cuasi-aleatorio dentro de distritos judiciales. Las malas condiciones de reclusión pueden asociarse, por ejemplo, a un mayor tiempo de interacción no supervisada entre internos o a la imposibilidad de implementar de manera adecuada programas de resocialización. 

La Figura 2 presenta la diferencia, en puntos porcentuales, en las tasas de reincidencia de internos asignados a cárceles en “buenas condiciones” versus internos asignados a cárceles en “malas condiciones.” La probabilidad de reincidencia es entre un 30 y un 40 por ciento mayor si los internos son asignados a cárceles en malas condiciones. En un intento por explorar los mecanismos que facilitan esto, encuentro evidencia que respalda el desarrollo de redes criminales y la falta de oferta de programas de resocialización como elementos relevantes. 

Figura 2. Diferencia en tasas de reincidencia entre internos asignados a cárceles en buenas versus malas condiciones

   

¿Qué hacer?

La evidencia que comparto en esta entrada complementa un número creciente de estudios que documentan algunos efectos adversos de las prisiones. Estos efectos adversos generan varios problemas:

  • Primero, una afectación directa a ciudadanos que son víctimas de quienes reinciden. 
  • Segundo, un problema de eficiencia del gasto: los recursos públicos invertidos en prisiones no logran su objetivo de disuadir y resocializar a quienes pasan por allí y, por el contrario, refuerzan en algunos casos los patrones delictivos. 
  • Tercero, la tendencia generalizada (especialmente en América) es de hacer un mayor uso de la prisión. En un contexto en que crece más rápido el número de internos que el número de cupos, esta tendencia solo agrava en el largo plazo las condiciones de reclusión, por un mayor hacinamiento. Esto, como detallé antes, puede generar mayor reincidencia (reforzando patrones de especialización y efectos de pares). Al final, se tiene una especie de bola de nieve que puede explotar en situaciones como las que vive Brasil, donde desde las cárceles se conformaron algunos de los grupos criminales más grandes del mundo.

 

La respuesta a qué hacer es clara: hay que cambiar el sistema actual. El problema es en qué dirección. Además, un sistema costoso, tradicional, y adoptado por prácticamente todos los países del mundo es difícil de cambiar. Se requiere voluntad política para asumir el riesgo de implementar los cambios y no es claro que los incentivos estén alineados para esto. Una alternativa puede ser facilitar cambios incrementales (de menor escala), que puedan ser más viables políticamente. Por ejemplo, si las malas condiciones de reclusión profundizan la especialización y efectos de pares entre internos, y no es claro que haya presupuesto disponible para construir más y más cárceles, una alternativa sería descriminalizar algunas conductas, reducir penas o permitir que algunas conductas sean sancionadas por medios alternativos. Esto, en el largo plazo, podría ser más beneficioso socialmente que la alternativa de seguir con el status quo.

 

[1] Estimaciones propias con base en el Vera Institute (Estados Unidos), el Consejo de Europa y el Gobierno de Colombia

[2] Ver por ejemplo Becker (1968) y Ehrlich (1973)

[3] Fazel y Wolf (2015)

[4] Munyo y Rossi (2015)