Mientras la élite está de vacaciones, disfrutando en playas o lagos, la Convención Constitucional avanza a “matacaballos”. Las comisiones aprueban normas, las revisan, las envían al pleno, donde son discutidas mínimamente y con una frivolidad preocupante. Algunas son aprobadas, otras son devueltas a las comisiones para ser “amononadas” y ser consideradas nuevamente por los 154. Una o dos de las propuestas murieron en forma súbita al no alcanzar el apoyo de la mitad de los constituyentes, pero hasta ahora han sido las menos.
Aún no sabemos a ciencia cierta cómo terminará esta historia, pero todo indica que no va a finalizar bien, que el resultado será una Constitución larga, enredada, contradictoria y muy difícil de implementar. Muchas de las normas aprobadas hasta ahora son muy abiertas y su puesta en marcha generará demoras y polémicas desgastadoras e interminables.
¿Qué significa, en la práctica, que los jueces deban utilizar una “perspectiva de género” al hacer su labor y dictar fallos? ¿Quién determinará si un juez ignora esa perspectiva o si la aplica en forma deficiente? ¿Ante qué tribunal podrá quejarse quienes se sientan afectadas o afectados?
Tampoco sabemos si los tribunales de los pueblos originarios tendrán jurisdicción geográfica – por ejemplo, operarían para todos en Wallmapu-, o jurisdicción basada en la etnia de las personas. ¿Qué pasa con un litigio entre una persona con 1/8 de sangre mapuche y una con ¼ de sangre diaguita?
Digamos las cosas como son: Lo que está sucediendo no es “hermoso”.
Al contrario, es un enredo mayúsculo, un festival de ilusiones hilvanadas por activistas apasionados, por ex becarios de Becas Chile, por hombres y mujeres empecinados en desconocer la historia del país y las experiencias internacionales.
En los años venideros los historiadores se preguntarán cómo se llegó a una situación que está poniendo en peligro el bienestar de millones de chilenos. Porque eso es lo que va a suceder, con un alto grado de probabilidad. La incertidumbre creada por la nueva constitución, sumada a los costos de implementar sus nuevas normas, resultarán en una caída de la inversión y con ello en menores empleos y salarios más bajos. En vez de acercarnos al “Mejor Vivir”, la mayoría de los chilenos y chilenas estarán alejándose de esa meta.
La lista de responsables es larga y empieza con el actual gobierno, el que nunca supo leer la realidad política del país. No entendió que su apoyo electoral era frágil, y una vez empezada la revuelta entró en pánico y actuó sin un mínimo de espíritu estratégico.
La mayor falla ha sido, sin duda, la de la derecha como sector político. Empezaron mal con el plebiscito. Luego, su lista de candidatos para la Convención no entusiasmó a nadie y ni siquiera se acercó al tercio que les hubiera dado un puesto en la mesa de negociaciones.
Pero quizás lo más grave es que una vez que se supo que no alcanzaban ese tercio, no desarrollaron una estrategia clara y pro activa, no entregaron una visión de país moderno, inclusivo y tolerante, no propusieron un borrador de constitución elegante y breve, que defendiera la libertad y protegiera los derechos a los que aspira la ciudadanía en el siglo 21.
Al contrario, lo que hemos visto de parte de la derecha es una actitud quejosa y defensiva, una estrategia basada en decir NO a las propuestas de los activistas, sin plantear opciones atractivas y luminosas como contrapeso. Contrapropuestas ha habido, desde luego. Pero casi todas son “fomes” y grises, y ninguna ha logrado entusiasmar a la ciudadanía. Si tomamos a una persona al azar, y le preguntamos qué propone la derecha para el futuro, la respuesta más probable será un silencio sepulcral.
Hace unos días terminé de leer el segundo tomo de la autobiografía de Ricardo Lagos. Es un libro esencial para todos quienes estén interesados en el futuro de Chile. Porque quienes ignoran la historia caen en trampas, en ilusiones infantiles y frívolas. Este libro debiera haber sido lectura obligatoria para todos los Constituyentes. Hubieran aprendido que la historia de los 30 años no es tan simple como se las han pintado, que los avances fueron reales, y que para llegar al punto que estamos se requirió una mezcla de valentía con sangre fría y visión estratégica. ¿Se necesitaban cambios? Desde luego que sí, pero no sobre la base de borrar lo hasta ahora logrado, que no es menor.
A estas alturas solo cabe preguntarse qué hubiera pasado si el Partido Socialista dirigido por el Senador Elizalde hubiera apoyado a Ricardo Lagos en la elección presidencial del 2017. Mi conjetura es que Lagos hubiera derrotado a Piñera, que estaríamos mejor y que nos hubiéramos evitado mucha violencia innecesaria. El Bar Nacional seguiría sirviendo empanadas de queso y pino, y no estaríamos enfrentando este tremendo enredo del que, posiblemente, no saldremos bien.