Me preguntaron si en las primarias mi voto sería estratégico. Y sí, voté por un candidato solo para bloquear a otro. Confieso que no es primera vez que siento la necesidad de hacerlo.
¿Es ese un voto estratégico? Lo es, dadas las restricciones; pero es una estrategia deficiente, puesto que lo ideal es dar señales que representen el verdadero sentir del votante. Mi voto ‘estratégico’ se confunde entre los votos de aquellos que votaron por el mismo candidato, pero no de forma estratégica y, por tanto, las señales se desvanecen. Esta señal confusa lleva a los políticos a la sobreinterpretación de los resultados, a la que se refieren los analistas, especialmente Josefina Araos. Tal sobreinterpretación es dañina para la democracia, ya que lleva a los políticos a tomar decisiones erróneas, basados en su supuesto apoyo, en el diseño de su campaña y del programa, en las negociaciones para la plantilla parlamentaria y en los énfasis del gobierno.
Si bien el tradicional ‘una persona, un voto’ es un buen principio, no explota todos los beneficios que la democracia debiera brindarnos. Para el caso planteado podría haber una solución fácil, que llevaría a los mismos resultados, pero enviando los mensajes correctos. En efecto, manteniendo la fórmula de ‘una persona, un voto’ se puede introducir la figura de un voto negativo; así, cada persona emitiría un voto, pudiendo elegir si este será positivo o negativo. Me imagino las objeciones que surgirían y, sin duda, en un país con bajas habilidades de comprensión lectora se teme hacer cualquier cambio en el sistema electoral. Pero no es tan difícil; por ejemplo, se podrían tener dos tipos de papeletas idénticas en el contenido, pero de distinto color: un color para los votos positivos y otro color para los negativos.
Más allá del signo de las preferencias, en una democracia sana también es deseable señalizar las prioridades políticas en distintos temas o la intensidad de las preferencias, para lo cual se han diseñado mecanismos como la votación cuadrática, la democracia líquida, el juicio mayoritario, etc. Todas destinadas a resolver la Imposibilidad de Arrow para agregar preferencias y poder, así, acercarnos al óptimo social. Estos mecanismos, además, dan estabilidad a las agrupaciones políticas, reduciendo los incentivos de minorías a escindirse, puesto que pueden canalizar la intensidad de sus preferencias y lograr que sus temas preferidos sean defendidos por el colectivo, a pesar de ser minoría numérica.
Con el voto cuadrático, por ejemplo, cada votante tiene un número de ‘voces’ que se traducen en votos para distintos temas. Lo cuadrático se refiere a que cada vez que se quiera agregar un voto a un mismo tema, la cantidad de ‘voces’ requeridas se incrementa en forma cuadrática, lo que encarece el extremismo, pero permite que se revelen las intensidades en las preferencias. Este mecanismo ya se ha comenzado a usar en áreas acotadas de instancias democráticas en el mundo y creo que Chile está en el momento de comenzar a experimentar con diversos mecanismos en las instancias de participación ciudadana que se multiplicarán en el futuro cercano. Debemos reflexionar sobre la democracia del futuro.