Un vacío elocuente recorre el discurso de los candidatos presidenciales. Mientras abundan las promesas de gastos e impuestos, brilla por su ausencia uno de los temas más delicados de los próximos años: cómo lidiar con la pandemia y recuperar la educación perdida de millones de niños. Esta indiferencia quedó de manifiesto en los debates presidenciales, donde, para periodistas y candidatos, este no fue un tema. (Solo Boric insinuó algo. Bien por él, aunque el registro de la izquierda en esta materia no lo acompaña.)
Este silencio es inentendible, simplemente porque el virus no desaparecerá de un día para otro. Las vacunas mitigan sus efectos más dramáticos, pero con alta probabilidad las olas de contagios no se detendrán fácilmente. La visión dominante es voluntarista —esperemos que “termine” la pandemia—, y queda bien reflejada en las palabras del secretario del Colegio Médico, para quien “no nos tenemos que acostumbrar a vivir con el virus. Otra forma de hacer las cosas es posible”. ¡Es justo al revés! Lo que necesitamos es aprender a convivir inteligentemente con el virus. Por eso, un nuevo gobierno debe diseñar un plan con anticipación, y los chilenos, al momento de votar, debemos conocerlo.
De alguna manera, todo está supeditado a ello. Los objetivos de empleo palidecen sin una estrategia creíble de normalización de la vida social. Lo mismo sucede para los planes fiscales; ninguna promesa resistirá con el ir y venir de las cuarentenas. Sin duda, lo más crítico es la situación escolar. El año y medio de clases intermitentes a distancia está generando un costo emocional y educativo de insospechadas consecuencias. Todos los indicadores dan cuenta de aquello, por lo que la primera prioridad del próximo gobierno debiera apuntar a fortalecer el proceso educativo y de socialización de niños y jóvenes. ¿Qué debiera tener este plan? Por de pronto, tres R. Reconocimiento, responsabilidad y riesgo. Hay que reconocer a quienes se vacunan, no escatimando en incentivos para cambiar el comportamiento de los rezagados. Segundo, los chilenos estamos siendo tratados con un paternalismo excesivo. Urge una estrategia que enfatice la responsabilidad individual, y que las personas asuman las consecuencias sanitarias de no hacerlo. Por último, es inevitable correr un poco más de riesgo. La situación actual —y el congelamiento al que empujan los gremios— esconde inmensos costos en educación y salud mental, que no por ser invisibles son menos graves.
Esperar pasivamente que el virus desaparezca o que la vacuna haga milagros no puede ser el nuevo normal. Las soluciones de esquina raramente son óptimas, y lo que estamos viviendo en la educación es un claro ejemplo de ello.