Escribir no es fácil. La tecnología ha obligado a revisitar el hábito, pero en general la utilizamos para redactar frases cortas. Y es que un posteo en una red social no tiene mucho que ver con el esfuerzo de producir un texto complejo. Además, a diferencia de lo que pasa cuando escuchamos, por alguna razón el cerebro penaliza más las cabezas de pescado cuando estas entran por los ojos. Quizás eso explique la natural distancia que uno toma con la práctica.
De vez en cuando uno tiene la suerte de toparse con personas con el don de una pluma seria y clara. Hay que aprovechar la oportunidad. ¿Escribes a diario? ¿Leer te ayuda? ¿Qué facilita la organización del texto? Pensando en los desafíos colectivos, comento cuatro lecciones extraídas de encuentros con esos genios.
Un primer elemento distintivo del grupo es la capacidad para ordenar ideas. Quien tiene el oficio de la pluma, explota el orden lógico para asegurar que el texto se entienda. Si para llegar a B tenemos que pasar por A, entonces así debe estar escrito. Errores en esto pueden tener importantes consecuencias. Por ejemplo, “el Estado está al servicio de la persona” versus “la persona está al servicio del Estado”. Las mismas palabras, pero significado muy distinto. Y es que “los huevos de pescado” no es lo mismo que “pescado por los….”.
Otra característica es el conocimiento del tema sobre el que se escribe y entender a quién está dirigido. En escritos intrincados esto demanda estudio, astucia y talento. La ausencia de dicha combinación es caldo de cultivo para malos entendidos. ¿Se imagina creer que un relato autobiográfico para captar algunos votos es la base del texto que determinará las biografías de todos? ¡Tremendo entuerto!
Lo anterior se une con una habilidad que se detecta en un buen autor: claridad en el mensaje. Convengamos que si la idea es escribir sin saber lo que se quiere decir, mejor no hacerlo. Uno se imaginaría que esto trae consigo rigidez. Pero la gente que sabe dice lo contrario. El autor aprende mientras escribe y así evoluciona el mensaje. Quién sabe, quizás se parta con un Estado Social de Derecho y se termine con uno Subsidiario.
¿Y qué pasa cuando se está invitado a escribir con otros? Los eruditos en el tema identifican dos tipos de coautores de cuidado. Uno es el que solo quiere poner el nombre y salir en la foto. Otro, el que cree que se las sabe todas, el “uno más que tú”, el coautor iluminado. Este último es el peor, pues no escucha, menosprecia y nunca reconoce errores. En situaciones normales ambos se evitan. Cuando la invitación no depende de uno, no queda otra que tragarse el mal rato.
Para cualquier mortal escribir requiere práctica, disciplina y esfuerzo. La Constitución será redactada por 155 personas elegidas dentro de un mes. Muchos postulantes a esos escaños transpiran tanta confianza como confusión en el mandato. Hay que tomarse el texto fundamental muy en serio. Hay que blindarlo de caprichos, farándula o ligerezas. Tampoco es un ejercicio académico. Lo dejo por escrito: mal escrita la Constitución y sonamos todos.