La semana pasada, el Financial Times publicó en sus páginas interiores un artículo que pasó prácticamente desapercibido. Según un estudio de la Ocde -esa organización que a nosotros, los chilenos, nos tiene obsesionados-, la caída de los flujos migratorios estaba afectando negativamente la recuperación global. Vale decir, según estos estudios basados en París, una de las razones por las que la economía mundial no se va a recuperar al ritmo que hubiera podido hacerlo, es porque no hay suficiente migración.
Ese mismo día, la prensa local (incluyendo este periódico) publicó una serie de historias y fotografías relacionadas con el fuerte aumento del flujo migratorio de indocumentados en la frontera norte del país. Estas historias enfatizaron el tema humanitario y las condiciones deplorables en las cuales llegaban estos migrantes, la mayoría proveniente de Venezuela. A raíz de la crisis de Colchane, muchos comentarios en las redes sociales plantearon, en forma implícita o explícita, que un aumento del flujo migratorio-aun de migraciones autorizadas- era negativo para Chile.
El tema, desde luego, no es nuevo. Ha estado presente durante décadas en discusiones sobre políticas públicas, incluyendo aquellas sobre globalización, comercio internacional y la llamada “fuga de cerebros”. La gran diferencia entre estas dos historias es que la primera se refiere a migración legal, mientras que la segunda se centra en personas que entran ilegalmente al país por pasos fronterizos no habilitados.
Respecto de la migración legal, el artículo del Financial Times consigna lo siguiente: la caída de los flujos migratorios hacia los países ricos, durante el último año, va del 30 al 80%. Esto tendrá consecuencias de largo plazo en aquellos países que dependen de un flujo permanente de extranjeros para la realización de trabajos en ciertos sectores, como salud y construcción, y para reducir la carga fiscal de una población que se envejece.
El gobernador del Banco Central de Australia dijo recientemente que el crecimiento de la población ha sido uno de los factores más importantes detrás de la bonanza económica que ha vivido su país. Este año, sin embargo, el país enfrenta un problema serio: el aumento de la población será el menor desde 1916, año en que cientos de miles de jóvenes australianos dejaron el país para enrolarse en los ejércitos aliados durante la Primera Guerra Mundial. Menor aumento de la población, menor crecimiento de la economía.
Canadá sigue una política similar a la de Australia, y su crecimiento depende del aumento de la fuerza de trabajo alimentada por migrantes. Recientemente, las autoridades canadienses anunciaron un aumento en las metas de inmigración de 300.000 a 400.000 personas por año, durante el próximo trienio.
Tanto en Australia como en Canadá la política migratoria se basa en una planificación rigurosa. Ambos países tienen un sistema de “puntos”. Una comisión de alto nivel establece, con suficiente anterioridad, cuáles son las áreas de la economía y de la sociedad en las que el país requiere de más trabajadores. Mientras mayor sea la necesidad, mayor el número de puntos que obtiene un postulante en esa categoría de empleo. Cada año se hace una lista con los candidatos a inmigrar y aquellos con mayor puntaje obtienen una visa de trabajo. Hace unos años, cuando estudié el problema, la categoría que recibía el mayor número de puntos en Australia no era ni médico, ni ingeniero, ni arquitecto, ni científico, ni, desde luego, economista. El mayor número de puntos lo obtenía un “soldador de segunda clase”, alguien que pudiera soldar las tuberías de gasoductos.
Nada parecido existe en Chile. Quizás la mejor manera de describir nuestro sistema es como “un desorden caótico”. Es una situación que se arrastra por décadas, frente a la que sucesivos gobiernos han demostrado desidia y una enorme ineficiencia.
Colchane, y la zona norte del país viven una crisis humanitaria de proporciones. La respuesta del gobierno ha sido tardía y carente de humanidad. Como mínimo, es esencial que aquellos migrantes removidos del país reciban un trato digno y conforme a la ley. Los overoles blancos no ayudan. Producen estigmatización y son esencialmente políticos.
No es posible que sea esa pequeña localidad nortina la que deba albergar en forma temporal a una población tan extendida. El gobierno debiera otorgar subsidios generosos a aquellas comunas que estén dispuestas a acoger en forma digna, amistosa y (posiblemente) temporal a estos migrantes. Uno esperaría que aquellos alcaldes progresistas como Jorge Sharp y Daniel Jadue ofrecerían sus comunas como lugares de acogida de emergencia a los migrantes, mientras dure la crisis.