Después del catastrófico 2020, en febrero de 2021 hay una lectura del acontecer colombiano lleno de brotes de esperanza. Pasó el segundo pico de la pandemia; el número de contagios ha caído de manera acelerada; el gobierno se atrevió a darle luz verde a la apertura de colegios tras tenerlos un año cerrados (si bien sobre el terreno la gran mayoría no ha abierto); hay nuevos aires en la política global con la posesión de Biden; el gobierno dio un paso histórico al poner en marcha la regularización de los casi dos millones de migrantes venezolanos; el disperso centro político parece haber entendido que recoge a las mayorías pero que necesita llegar unido, lejos de los dos extremos políticos, a las elecciones; Colombia llega tarde al tren de la vacunación contra el Covid19 pero la promesa gubernamental es que cerrará el año con el 70% de la población vacunada; la economía va a rebotar más de 4% este año, quizás más si el petróleo mantiene sus buenos precios. Esa lectura es la de estar en una subida escarpada, con borrasca, pero a punto de llegar a la cima.
Pero hay otra lectura del acontecer, menos rosa, que puede terminar con la borrasca lanzándonos al precipicio. Hablo de la posibilidad de que estemos ad portas de que los brotes económicos se chamusquen. Hay señales preocupantes, señales de que podríamos dar un mal paso fiscal, un lujo muy arriesgado en esta posición.
La situación fiscal es catastrófica. Ya era muy preocupante antes de la pandemia; con su llegada las cifras de deuda y déficit se dispararon, la regla fiscal se suspendió, el país acudió a un crédito con el FMI. Llamados a llevar al Congreso una reforma tributaria en 2020 (cuyas disposiciones se habrían podido aplazar por un tiempo prudencial para no frenar la recuperación, pero habrían despejado las dudas sobre el financiamiento) fueron rechazados por el mismo presidente con el argumento de que esas reformas no se hacen en una pandemia.
Pero los mercados no darán más espera y ahora, aun en medio de una pandemia, pero además con elecciones al Congreso y a la Presidencia ya en el horizonte, el gobierno tendrá que ir al Congreso a buscar tranquilizar esos mercados con una reforma fiscal. La semana pasada empezó a anunciar en medios algunas de las medidas planeadas y la recepción política fue pobre. Luce muy difícil recaudar un par de puntos del PIB con ese ambiente. Los partidos de oposición y algunos de la bancada de gobierno aprovecharán para desmarcarse de la subida de impuestos y no es descartable que reviva el movimiento que paralizó al país con protestas al final de 2019 y que tenía al gobierno contra las cuerdas.
A la par con los anuncios de reforma tributaria, en una clara señal de desespero, el gobierno puso en marcha una rocambolesca gimnasia financiera para que una empresa que controla el Estado (Ecopetrol) compre otra también controlada por este (Isa), y los recursos de la “venta” pasen a financiar el déficit. (Bueno, supongo que con las nuevas prácticas contables esa venta no financiará el déficit sino que lo reducirá). Esa operación podría dejarle recursos por más de un punto del PIB. En el camino, sin embargo, habrá dejado en entredicho la seriedad del mercado de capitales y habrá traicionado la confianza de los inversionistas minoritarios de esas compañías. Un enorme daño colateral.
Una situación fiscal tan volátil solo necesita un fósforo para explotar. Si la reforma tributaria se vuelve la excusa para regresar al paro nocional, tendremos un posible fósforo. Si, como sucedió en la crisis de la deuda de los ochentas, otro país en la región entra en problemas con el pago de su deuda soberana, la posibilidad de contagio hacia otros con balances frágiles es grande: otro posible fósforo. O un revés en la Corte Constitucional que eche para atrás la gimnasia financiera de marras. O puede haber pequeñas chispas en varios frentes que terminen de descarrilarnos: algo de paro, algo de crisis externa con un poco de contagio, una bajada de calificación crediticia, los retrasos que lucen inevitables en la vacunación, la delantera en las encuestas de candidatos populistas. Con uno o más fósforos, o con algunas de esas chispas prendidas, las tasas de interés que pagamos por la deuda pública podrían empezar a treparse jalonando con ellas a otras de la economía. Y nuestros balances públicos y privados, tan frágiles, no resistirían una subida sostenida de tasas. En ese escenario, no habrá cima. Habrá abismo.