La presidencia de Donald Trump termina en un escándalo mayor, proporcional al personaje. Posiblemente, desde Reagan que un Presidente de Estados Unidos no ocupaba una posición tan central en el escenario político mundial, aunque por razones muy diferentes. En el caso de Trump, su protagonismo se basa en formas grotescas y ordinarias. Pero no se pueden desconocer aquellos aspectos de fondo que marcaron su presidencia y que también explican su influencia. Con Trump han brotado dos fenómenos distintos, pero relacionados entre sí, que constituyen un viraje mayor en el quehacer político y económico mundial: el discurso antiglobalización y el discurso anti-China.
La integración intensa desde la década de 1970 ha sido fuente de tremendo progreso para el mundo. Sin embargo, como todo proceso de apertura, deja heridos. Trump fue capaz de percibir esa fibra en el corazón de Estados Unidos, donde los destellos de las grandes ciudades no llegan. El giro proteccionista marcará una época y, considerando que ninguna de las otras grandes potencias del mundo ha sido históricamente un promotor de un orden mundial basado en la apertura, modificará el ambiente económico global.
La disputa con China representa también un cambio significativo en la posición de Estados Unidos. El sentimiento antiglobalización es, en cierto sentido, indistinguible del resquemor hacia China, toda vez que el gigante asiático es el símbolo del cambio experimentado en el mundo en las últimas cuatro décadas. Pero a ello se suman las dudas sobre los subsidios a sus empresas, la protección de la propiedad intelectual y sobre el rol de China en el liderazgo económico, político y militar en el mundo. Lo concreto es que el equilibrio armonioso de las últimas décadas está amenazado.
Trump no ha sido el líder intelectual de estos cambios en la arquitectura global, pero ha sido su catalizador. Sus posturas han encontrado eco en una parte de la derecha que siente atracción por posiciones nacionalistas y, por qué no decirlo, proteccionistas, y también en la izquierda, que se sube a cualquier tren que cuestione el orden establecido, independiente del destino al que esté dirigido.
Como estos fenómenos no son inventados, no desaparecerán una vez que Trump salga de la Casa Blanca, aunque sea por la fuerza. Con Biden, las formas cambiarán y los tuits de madrugada desaparecerán, pero el sustrato no lo hará. Cual serie de Netflix, el primer capítulo está terminando muy caliente, pero la trama continuará. Quienes detestan al personaje no podrán olvidarse fácilmente de él, y aquellos que lo idolatran tendrán vivo el recuerdo de sus políticas.