No sé usted, pero yo volvería feliz al colegio. Amigos, pichanga, carcajadas, todo se extraña. Y en esa amalgama juvenil todo profe atento sumaba. Su quirúrgica charla cuando uno estaba bajoneado, reflauta que aliviaba. Con millones de menores sin acceso a escuelas ni maestros, ¿hemos tomado conciencia del drama?
Frente a la pandemia, la educación online está empujando una gran transformación. Generaciones de estudiantes nativos en lo digital se conectan con facilidad y preguntan en un aula virtual como si fuese presencial. Las clases se graban, repiten y comparten. Incluso las evaluaciones se han transformado. Con algo de trabajo se diseñan pruebas en plataformas que no solo analizan automáticamente la posibilidad de que los alumnos se copien, sino que también revisan y asignan las notas instantáneamente. Inmensa ganancia en productividad.
Pero no nos entusiasmemos tanto. Por de pronto, una obvia dificultad de la educación virtual es que no es aún una opción disponible para todos. La falta de conectividad y recursos la hace impracticable para muchos alumnos y profesores. Y si bien este es un punto clave —una nueva fuente de desigualdad—, no quiero utilizarlo para defender la clase presencial. De hecho, incluso bajo acceso universal a internet, precisamente por lo que hemos vivido, la instrucción tradicional será irreemplazable.
Entre los más chicos esto es claro. El cerebro puede aprender a leer utilizando una tablet, pero un corazón emocionalmente desconectado será siempre analfabeto. Por eso la socialización temprana es parte integral de nuestro desarrollo. ¿Y en el liceo? ¿Por qué no allí irse 100% virtual?
Si bien parece moderna, conveniente y barata, en ese nivel la opción tampoco calza. ¿Razón? Frente al distanciamiento en el hogar, ha tomado mayor relevancia la ayuda que el profesor puede brindar en el difícil tránsito que parte con la pubertad. Cambios de comportamiento en adolescentes pueden alertar de aprietos socioemocionales e incluso enfermedades mentales. Entonces, ¿reconocerá el profesor las señales a través de la pantalla? ¿Cómo planear una quirúrgica charla a través de un zoom? Todavía no existe tal avance.
Lo anterior hay que tomarlo en serio. Ya antes de la pandemia, 16,5% de los adolescentes en Chile reportaba alguna enfermedad mental (Minsal, 2018), con estudios incluso elevando la cifra por sobre el 30% en la población infanto-juvenil (Vicente et al., 2012; Caqueo-Urízar et al., 2020). Si sumamos el estrés por la violencia, incertidumbre y toda la evidencia internacional que indica que la pandemia está multiplicando la prevalencia de los trastornos de ansiedad y depresión, es claro que este es un enorme tema nacional.
Así que autoridades e instituciones de educación tienen que prepararse. Retomar la normalidad no será tan fácil como abrir las salas y ya. Algo de instrucción online quedará, pero la real innovación estará en cómo se prepara a los profes para la nueva normalidad. A medida que se abran escuelas y colegios, tendrán la difícil labor de aliviar nuevos y complejos desórdenes emocionales a nivel escolar. Más que nunca, tendrán que educar tanto cerebro como corazón.