Por Roberto Chang[1]
Setiembre-Octubre 2020
El lunes 12 de Octubre la Real Academia Sueca de las Ciencias anunciará el ganador del Premio Nobel de Economía 2020. Como se ha vuelto una suerte de tradición, el evento es motivo de especulación, debate, y pronósticos por parte de muchos de mis colegas economistas. Los rumores corren, y apuestas van y vienen.
Aquí no voy a decir quiénes creo que serán los elegidos el lunes 12. La historia de los Nobel en Economía sugiere que los criterios de la Academia para escoger ganadores han sido opacos y cambiantes, y también que la Academia se ha dejado influenciar por modas y presiones políticas. Por eso, predecir el Nobel de Economía es como comprar tickets de una lotería en la que no conocemos las probabilidades.
Más bien, la ocasión es propicia para reflexionar sobre quiénes merecen ganar el Nobel y, más en general, qué es lo que hace que ciertas contribuciones lleguen a ser consideradas vitales para nuestra profesión (mientras que otras no). Para esto debo no sólo expresar mis preferencias y mi muy humilde opinión, pero también explicar el criterio central de mi ranking. Creo apropiado bautizarlo como el “Criterio de Lucas” porque como muchas otras cosas de la profesión, tuve la suerte de aprenderlo de Robert Lucas Jr. [2]
Debe haber sido hace un cuarto de siglo, tomando tragos después de un seminario de verano en Northwestern, y el consabido partido de fútbol que los profesores asistentes jugábamos contra los profesores con tenure, cuando alguno de los jóvenes planteó la pregunta de quién ganaría el Nobel ese año. La conversación tomó vuelo y eventualmente giró hacia la discusión de quién merecía el honor. Entonces Lucas (que era el candidato más fuerte, y lo ganaría el año siguiente) dijo: “El premio debería ir a quien genere más empleos en la profesión”.
La frase se me quedó grabada en la memoria: Qué quería decir Lucas? Con el tiempo he comprendido que Lucas decía mucho. Una contribución merecedora de ser celebrada con un Nobel abre las puertas para que muchos otros la exploremos, la extendamos, la convirtamos en acciones, la transmitamos por generaciones. En otras palabras, la contribución es importante en la medida en que crea nuevos puestos de trabajo para nosotros, los economistas.
Un ejemplo perfecto del Criterio de Lucas es, por supuesto, la obra de Lucas mismo. Pensemos en cuantos empleos se derivaron de ella en forma directa: Cuantos economistas nos hemos dedicado a extender sus ideas, a estimar modelos relacionados, a articular las consecuencias para política macroeconómica y financiera? Y en forma algo menos directa, pero no menos importante: pensemos en el impacto que han tenido las ideas de Lucas en el mundo en general, gracias a su aplicación a través de medidas y reformas económicas.
Por eso, al pensar en quién merece el Nobel, mi primera consideración es quiénes han hecho contribuciones fundamentales, en el sentido que han creado empleos para otros economistas, de acuerdo con el Criterio de Lucas. Y siguiendo ese criterio algunos candidatos surgen nítidamente.
Para ser concreto, y ya que estamos a puertas de una ronda más de este ritual, menciono el caso que es, para mí, el más claro. Una contribución que aún espera ser reconocida con un Nobel es la teoría moderna de intermediación financiera, y aquí el aporte fundamental es, sin duda, el modelo de bancos creado por Douglas Diamond y Phil Dyvbig.[3] Dicho modelo fue el primero en explicar cómo, partiendo de supuestos plausibles sobre los aspectos fundamentales de la economía, surgen intermediarios financieros o bancos que se fondean emitiendo depósitos a la vista para financiar inversiones reales. Este proceso involucra una transformación de madurez de activos y pasivos bancarios (dado que los depósitos bancarios son pasivos de corto plazo que los bancos usan para financiar préstamos de largo plazo) que, en el modelo, cumple un rol social benéfico (en este caso, proporcionar una solución eficiente al problema de asegurar los depositantes contra necesidades inmediatas de liquidez, cuando hay información asimétrica). Pero al mismo tiempo, el descalce de madurez requerido puede causar otros equilibrios que son malos, asociados con corridas bancarias y pánicos financieros. En la teoría de Diamond y Dyvbig, dichas crisis pueden ser eliminadas con un sistema de seguros de depósito o la presencia de un prestamista de última instancia.
El modelo Diamond-Dybvig significó una revolución en el estudio del sector financiero y su interacción con la macroeconomía. Su impacto en la profesión es obvio. Numerosos colegas en Economía y Finanzas han dedicado buena parte de su investigación a explorar los aspectos teóricos del modelo, entender sus detalles técnicos, y corroborar su validez empírica. Su importancia es tal que, cada vez que aparece un modelo nuevo que incluye bancos o intermediarios financieros, la primera pregunta es cómo se relacionan esos bancos con el modelo de Diamond y Dyvbig.[4]
A la vez, gran parte del análisis de supervisión y regulación de bancos e intermediarios financieros está basado en versiones de Diamond-Dyvbig. Y, por supuesto, las explicaciones más convincentes de crisis bancarias y financieras recientes, así como el diseño de políticas orientadas a evitar episodios parecidos, son derivadas de dicho modelo. De hecho, Diamond-Dybvig ha sido prácticamente el único aparato teórico que permite empezar a entender la crisis financiera global que empezó en 2007 y explotó en Setiembre 2008 con la bancarrota de Lehman Brothers.[5] Y ese análisis proporcionó la justiificación conceptual de la decidida respuesta de los bancos centrales de todo el mundo a la pandemia de Covid-19, durante la cual el sector financiero se ha mantenido sorpresivamente robusto.
Por todo esto, un macroeconomista moderno difícilmente puede llamarse tal si no ha estudiado el modelo de Diamond y Dyvbig. Es más, muchísimos empleos en la profesión (no que decir, en el mundo en general) no existirían si Diamond y Dybvig no hubieran inventado su modelo.
Adivino que, con alta probabilidad, Diamond y Dybvig no ganarán el Nobel esta vez tampoco, porque ciertamente hay otros candidatos que lo merecen. Por otro lado, no son tantos, sobre todo si adoptamos el nuevo Criterio de Lucas.
Post Scriptum. César Martinelli y Gonzalo Pastor me retan a dar una opinión sobre qué latinoamericanos serían identificados como candidatos al Nobel bajo el Criterio de Lucas. Por espacio y tiempo, sólo menciono los dos nombres que me vienen a la cabeza. El primero es obvio: nuestro gran amigo y mentor Guillermo Calvo. El segundo sé que me traerá cola, pero al César lo que es del César: nuestro compatriota Hernando de Soto (por sus esfuerzos en hacer ciencia social, no política).
[1] Agradezco comentarios útiles y divertidos de César Martinelli y Gonzalo Pastor.
[2] Y, por supuesto, espero que el lector podrá diferenciar entre el Criterio de Lucas y la Crítica de Lucas.
[3] El paper original es “Bank Runs, Deposit Insurance, and Liquidity”, Journal of Political Economy Vol. 91, No. 3. (June 1983), pp. 401-419. Por supuesto, la literatura derivada es inmensa.
[4] De hecho, la llamada “Tercera Generación” de modelos de crisis cambiarias empieza con bancos de tipo DD en economías abiertas. Ver Roberto Chang y Andrés Velasco, “A Model of Financial Crises in Emerging Markets,” Quarterly Journal of Economics, 116 (2001), 489-517
[5] Ver, por ejemplo, Gary Gorton, «Information, Liquidity, and the (Ongoing) Panic of 2007,» American Economic Review, American Economic Association, vol. 99(2), 567-72, May 2009.