“Todos los ejercicios epidemiológicos, las fórmulas de proyección con las que yo me seduje en enero, se han derrumbado como castillo de naipes”. Esta fue la declaración de un atribulado Jaime Mañalich días antes de abandonar su cargo, en medio de las críticas por la forma como estaba liderando la lucha contra la pandemia.
No queda claro cuáles fueron esos ejercicios y fórmulas (ha sido criticada la opacidad), pero sospecho que, por estos días, no solo aquellas fórmulas se han derrumbado con estrépito. El castillo de naipes era bastante más extenso.
Junto a los ambiciosos modelos epidemiológicos, la expansión descontrolada de la pandemia ha destruido nuestra laboriosamente construida quimera de país desarrollado. De paso, ha deteriorado la fe en la capacidad de la ciencia y la tecnología para solucionar los problemas de la humanidad. Ambas pérdidas revisten un carácter trágico y modificarán para siempre nuestra visión del futuro. La pérdida, al igual que la muerte, produce un sentimiento de indefensión (lo dice Freud), un enorme vacío ante la repentina inexistencia de algo, o alguien, que era parte de nuestro sostén más íntimo. Habrá que hacer un duelo, de nuevo Freud, y no será fácil.
Algo de duelo hay en las palabras de Mario Marcel, Banco Central, en su realista presentación al Senado este miércoles. Ahí hizo un admirable llamado a la humildad y, en algo inusual para un economista, nos advirtió que “estamos sujetos a eventos que no podemos controlar, no lo sabemos todo”.
El caos de una cuarentena imposible para amplios sectores de la población ha puesto dolorosamente en evidencia algo que nos habíamos empeñado en olvidar: que seguimos siendo un país emergente, un país del tercer mundo, en que la realidad de muchos sigue siendo la pobreza, el hacinamiento y la informalidad. La pobreza, que los números daban por superada, se ha hecho presente en forma brutal y descarnada.
Y está el naufragio de los números. El sentimiento de indefensión en que nos encontramos se explica en parte por el desplome en la credibilidad de las estadísticas oficiales, no solo del coronavirus. Más allá de la pandemia, es el conjunto de datos que describen el estado de la sociedad el que hoy parece debilitado y poco fiable. Las estadísticas de empleo, de crecimiento, de delincuencia, para qué hablar de pobreza. La capacidad del Estado para generar estadísticas confiables está en duda.
El “cientismo” es la visión de que solo la ciencia será capaz de solucionar los problemas de la humanidad. Quizás es hora de adoptar la posición más humilde que nos han propuesto estos días personajes tan diversos como el presidente del Banco Central, el poeta Warnken o el propio Mañalich sumido en el desaliento de la derrota: nada menos que reencontrar el sentido de nuestros límites y, en definitiva, de la vulnerabilidad de nuestras vidas.