Sequías

Escasas precipitaciones, ríos con exiguo caudal, zonas de emergencia agrícola y embalses a media capacidad. El déficit hidrológico de parte importante del territorio nacional causa alarma. En principio, un evento de sequía puntual no es algo nuevo para el país. En este caso, sin embargo, la cosa asoma permanente.

En Talca, París o Londres las consecuencias del cambio climático son indesmentibles. Más allá de sus manifestaciones de corto plazo, sus costos en el largo plazo aparecen astronómicos. Se estima, por ejemplo, que un aumento constante de 0,04 °C por año en la temperatura reduciría el PIB del planeta en más de 7% al 2100. Chile en este ejercicio saca el premiado: califica dentro de los 15 países más afectados en el ranking global (Kahn et al., 2019).

Y si las consecuencias del proceso son caras, el costo de las soluciones no se queda atrás. Un reporte de Morgan Stanley, por ejemplo, estimó que durante las próximas tres décadas el planeta debería invertir US$ 50 trillones en el desarrollo de tecnología si se quiere acotar el calentamiento global. El número es consistente con las estimaciones de Naciones Unidas, que indican la necesidad de destinar al menos US$ 2 trillones al año por 20 años para hacer una diferencia real.

Entonces, no queda más que elegir entre dos opciones. No hacemos nada, apretamos los dientes e internalizamos el cargo sideral en el futuro. O priorizamos, se redirigen a la brevedad inmensos recursos a la causa y evitamos el descalabro. Una pizca de conciencia y preocupación por las siguientes generaciones inclina la balanza hacia la segunda opción.

Decidido lo anterior, toca definir los detalles para conducir el complejo proceso. Acá hay menos claridad, lo que es aprovechado por enfoques extremos. Uno de ellos es la cruzada contra el crecimiento económico. ¿Su lógica? Menor actividad, menor emisión, entonces alivio al cambio climático. La visión, de una profundidad digna del escuálido Lago Peñuelas, tiene algún arrastre político a nivel local. De hecho, copiando argumentos foráneos, se ha utilizado para objetar el comercio internacional e incluso promover la reducción de la jornada laboral.

Por suerte, la discusión en el mundo va por un carril distinto, pues se reconoce que con menor crecimiento vienen menores ingresos, recaudación e innovación. ¿Financiar millonarias iniciativas de contención, mitigación y remediación del cambio climático? Imposible si los recursos no están. Para avanzar en serio se requiere pensar en incentivos, fuerzas de mercado y regulación. No para reducir el crecimiento, sino para fomentarlo en base a la sostenibilidad. Esa es la estrategia a abrazar.

Chile, claro, será un espectador de tal revolución. Con varios años de minúsculo crecimiento por delante, a duras penas se podrá hacer cargo del desafío local que está significando el cambio climático. Pero los extremos locales no desistirán: ¡Bienvenido el menor crecimiento!, aplaudirán. Es la deshidratación propia de otra sequía que golpea duro a un grupo: la de falta de conciencia de lo que significa no progresar.