Los problemas en la última cifra de inflación han devuelto a la primera plana al Instituto Nacional de Estadísticas, con la renuncia de su director y el anuncio del Gobierno de ponerle urgencia al proyecto de ley que modifica su institucionalidad. Las dificultades son de larga data, desde los cambios en la encuesta de empleo hace 10 años, pasando por el Censo, al tema de la inflación. Esto ha sucedido en distintos gobiernos, y con diferentes directores. Por ello, aunque algunos piensen que los problemas se solucionan con la guillotina, resulta evidente que estamos frente a un tema más complejo.
El Estado ha crecido mucho, tanto en presupuesto como en responsabilidades, pero no se ha modernizado a la velocidad con que crecen sus recursos. Muchas instituciones públicas están pasadas de moda, y no tienen la capacidad de sustraerse del debate de corto plazo para diseñar planes de largo alcance, y acomodarse a cambios que suceden en el mundo a una velocidad insospechada.
Pensemos en las estadísticas. Big data, cambio tecnológico, migración, recursos naturales, cambio climático, por nombrar algunos. Todos, debates sofisticados y con desafíos metodológicos importantes. Subirse a este carro no es fácil. Requiere tiempo, talento, recursos y una cabeza orientada a ello, y no simplemente a subsistir. Por eso, la pregunta de fondo en el caso del INE no es tanto qué aspecto específico del cálculo falló, sino más bien cuál es el diseño institucional que impide enfrentar los desafíos estadísticos de buena forma.
La dependencia directa del INE de la política no es buena. No porque el poder político haya influido directamente sobre las estadísticas, cosa que hemos visto allende los Andes, sino porque no permite mirar más allá del corto plazo. Y aunque las elecciones sean cada cuatro años, no todo debe modificarse cada cuatro años.
Por eso, lo más crítico del caso INE es que el sistema político mira desde la galería un problema que es suyo. El INE necesita un gobierno corporativo más robusto y con mayor autonomía, y quien puede dárselo es la política. Los largos años sin hacerse cargo de un problema que existe, y que no es difícil de arreglar, no solo han logrado hacer mella en la institución estadística más importante en Chile, sino que silenciosamente minan la credibilidad de la política. La política con mayúscula, la que está llamada a dar solución a las dificultades que el proceso de desarrollo acarrea.
El permanente impulso a procrastinar, dejando para mañana lo que se puede hacer hoy, se ha traducido en un nuevo golpe. Ayer fue el Sename, hoy el INE. No vaya a ser que la incapacidad del sistema político por avanzar conduzca a su autodestrucción, y que el grito de que se vayan todos prenda. Ahí estaremos en un verdadero problema.