Parte importante de los análisis y diagnósticos que se han formulado para entender el estallido social constatan la incapacidad de nuestro modelo de desarrollo de asegurar oportunidades de progreso y estándares mínimos de calidad en servicios clave para amplios sectores de la población, especialmente en un escenario de bajo crecimiento.
La economía chilena muestra una tendencia de crecimiento claramente declinante desde 1990 en adelante, que en los últimos 6 o 7 años se ha hecho aún más pronunciada, confirmando que el actual modelo funciona solo cuando el entorno externo es favorable. Este fue el escenario de los 90, cuando retornamos a los mercados financieros internacionales y el comercio mundial se expandía por encima del 7% anual. También fue el caso desde mediados de la década del 2000, cuando la libra de cobre superó los 4 dólares y las inversiones mineras alcanzaban una rentabilidad de 60%. Un período que llegó a su fin en 2013, pero desde entonces cada administración gubernamental ha actuado en los hechos de manera similar, negando la necesidad que tiene Chile de buscar y definir una nueva forma de crecer.
Esta necesidad se ha hecho más urgente de cara a la actual crisis social, un fenómeno de masas que expresa dos demandas independientes: la primera, político-institucional, se manifiesta en el mayoritario respaldo a una nueva Constitución; la segunda, socioeconómica, se refleja en la exigencia de servicios públicos de calidad (pensiones, salud, educación, ciudad y entorno). Para atender esta segunda demanda es fundamental encontrar una nueva forma de crecer, sin lo cual arriesgamos que aumente la brecha entre las expectativas socioeconómicas de la población y la capacidad de satisfacerlas.
La nueva forma de crecer se diferencia del modelo actual en tres dimensiones fundamentales: (a) los mecanismos a través de los cuales se coordinan los actores; (b) la gobernanza de la toma de decisiones, y (c) la gestión integrada de la estrategia.
Respecto de la primera dimensión, el modelo actual privilegia la coordinación que ocurre en los mercados, dejando en un nivel secundario —o relegando a un segundo plano— la que puede realizar el Estado y olvidando del todo la que se puede generar a través de redes de colaboración entre los actores sociales. Esto obliga a que la fórmula de mercados fuertes, Estado débil y sociedad pasiva deba ser reemplazada por la de mercados competitivos, Estado fuerte y sociedad empoderada.
Una primera consecuencia de lo anterior es que, en el modelo actual, los entornos de colaboración son poco frecuentes porque solo se generan en forma espontánea a través de los mercados. En contraste, para progresar en la economía del conocimiento se requieren instancias frecuentes de colaboración entre actores, lo que solo se obtiene por una acción colectiva intencionada.
Otra consecuencia es que en el modelo actual el desempeño se mide solo a través de los resultados en los mercados. En cambio, con una sociedad activa y empoderada, este desempeño se debe complementar con las dimensiones social y ambiental.
Respecto de la segunda dimensión, la gobernanza de las decisiones en el modelo actual es centralizada, opera verticalmente desde arriba. La participación de los actores sociales es limitada y, cuando ocurre, se trata de una etapa de consulta para decisiones que igualmente se adoptan a nivel central. Bajo este esquema, los actores clave son el gobierno central y las empresas que operan independientemente unas de otras.
Este modelo funciona en ambientes de baja incertidumbre y sin cambios, justamente lo contrario de lo que ocurre en la economía del conocimiento. Por esta razón, la gobernanza de la nueva forma de crecer opera simultáneamente “desde arriba” y “desde abajo”. Ambos mecanismos se complementan y generan decisiones que aprovechan mejor el conocimiento que está fragmentado y distribuido en toda la sociedad. En este caso, la participación opera en el nivel de la decisión (co-decisión).
Los actores clave son los diferentes niveles del gobierno que requieren un alto nivel de coordinación, el sector privado, las universidades, y la sociedad civil. Funcionan en redes de colaboración, siguen estrategias que se refuerzan mutuamente y se coordinan simultáneamente “desde arriba” y “desde abajo”. El liderazgo es colectivo y el poder está distribuido de manera equilibrada.
La tercera dimensión apunta a resolver varias debilidades que tiene el modelo vigente para la gestión integrada de la estrategia de desarrollo, como el hecho que considera que hay recetas generales para el crecimiento (diseño ex-ante); que lo relevante es lo que hace cada actor en forma individual (el todo es igual a la suma de las partes); que las estrategias son territorialmente neutrales (ausencia de contexto), y que las políticas privilegian los subsidios y las transferencias a las personas y empresas (tendencia al asistencialismo). Estas características son verdaderos frenos para avanzar en la economía del conocimiento.
Contrariamente, la nueva forma de crecer se basa en una estrategia integrada que se adapta continuamente al contexto local (fortalezas, capacidades y activos disponibles); se apoya en las sinergias e interacciones entre actores (el todo es superior a la suma de las partes); recurre a la experimentación para explorar nuevas actividades productivas, y los instrumentos de política privilegian los proyectos conjuntos (colaboración, sinergia e interacción). Esto significa que los entornos territoriales funcionales son una unidad fundamental para organizar la transformación de las actividades productivas.
En síntesis, el desafío que representa el prolongado bajo crecimiento y las demandas socioeconómicas que el estallido social ha puesto sobre la mesa de las urgencias requieren concebir una nueva forma de crecer. Aferrarse a un modelo que dejó de funcionar o dejarse llevar por el dirigismo del Estado son caminos que solo agravarán el actual escenario que enfrentamos. La nueva forma de crecer, que se apoya en un balance entre el mercado, el Estado y la sociedad, abre una oportunidad concreta para redefinir nuestro camino al desarrollo.