El catalizar el potencial de la juventud no es solo esencial para el bienestar de los jóvenes, sino también por un bienestar sostenible. Desafortunadamente hay más de 22.8 millones de jóvenes[1] en América Latina y el Caribe que viven en pobreza (y 3.7 millones en pobreza extrema)[2], y además carecen de las capacidades y oportunidades necesarias para salir de la pobreza durante sus vidas. Todos, —desde los gobiernos y la sociedad, desde familias hasta el sector privado—tenemos la importante responsabilidad de ayudar a los jóvenes a salir adelante, asegurándoles igualdad de oportunidades para que ellos alcancen su potencial.
Una forma de apoyar a los jóvenes es dándoles la oportunidad de adquirir capacidades mediante el sistema de educación formal—incluyendo educación secundaria y superior. Desafortunadamente, en la mayoría de los países se evidencia una alta disparidad en la participación educacional entre los jóvenes que viven en hogares en situación de pobreza y los que no. Y aun cuando asisten a instituciones educativas, no siempre los estudiantes adquieren sólidas habilidades en lecto-escritura, limitando su desempeño escolar y la adquisición de otras habilidades funcionales requeridas por el mercado laboral, por consiguiente, limitando también sus posibilidades de mejorar su situación económica, y las de sus familias. En América Latina la desigualdad en la participación educacional es considerablemente alta. Por ejemplo, en El Salvador 11% de los jóvenes en condición de pobreza extrema están inscritos en el sistema educativo mientras que la mitad de los jóvenes en hogares no pobres están inscritos. En Paraguay, Brasil y Colombia el promedio de participación escolar entre los jóvenes, a nivel general, menor al 50%. Asimismo, en estos países hay un nivel de deserción escolar considerablemente alta, especialmente entre los jóvenes que provienen de hogares en pobreza. Aun cuando gran parte de los jóvenes están inscritos en el sistema educativo o se ha visto progreso en la participación de los jóvenes, como en Perú, Uruguay y Argentina, el aprendizaje es limitado. En estos países, a los 10 años ya hay deficiencias en aprendizaje, lo cual influye cuanto aprenden y/o permanecen en el sistema educativo. En Perú, 56% de niños de 10 años no han desarrollado la habilidad de leer y entender lo que están leyendo. El estimado es 54% en Argentina y 42% en Uruguay. Es probable que la falta de permanencia en el sistema escolar durante el ciclo de educación secundaria influya en las deficiencias de aprendizaje de estos jóvenes.
Un elemento básico para cultivar las capacidades de los jóvenes es asegurar que no solo participen en el sistema educativo sino también que el tiempo que invierten educándose les provea habilidades necesarias para tener mejores oportunidades económicas. Infortunadamente los jóvenes que viven en hogares pobres tienen mayor probabilidad de tener un aprendizaje bajo. Muchas veces estos jóvenes asisten a la escuela, pero sus resultados educativos son más bajos que los obtenidos por la población de más alto nivel económico. En muchos casos, su aprendizaje se ve limitado por impedimentos físicos y psicológicos que derivan de su situación económica precaria. Por ejemplo, en Guatemala, Honduras, Haití, Republica Dominicana, y El Salvador, donde la pobreza entre los Jóvenes es muy alta, el nivel de participación educacional es de alrededor de 10.7 años (un nivel menor pero comparable con el resto de la región, 11.8), mientras que el aprendizaje impartido equivale a solamente 6.3 años (comparado con 7.8 en la región)[3]. En Perú y Chile, la participación está a niveles similares (alrededor de 12.8 años) pero el aprendizaje es mucho más bajo en el caso de Perú; solo 8.3 años comparado con 9.6 años en el caso de Chile. Mas allá de la educación secundaria, también hay altas desigualdades en la participación de los jóvenes en el nivel universitario. Por ejemplo, en Colombia, solo 11.3% de los jóvenes que provienen de hogares en pobreza se matriculan en estudios terciarios mientras que mas de la mitad (56.7%) de jóvenes no pobres estudian nivel superior.
Los jóvenes en situación de pobreza están también más expuestos a factores de riesgo ya que estos enfrentan situaciones que afectan sus aspiraciones y opciones de vida. Muchos jóvenes en situación de pobreza no desarrollan sentido de propósito lo cual afecta negativamente su integración social y económica. Además, si bien la violencia afecta a todos los grupos socioeconómicos, los jóvenes pobres viven con una mayor exposición a la violencia, lo que también conduce a resultados perjudiciales. Hay una correlación positiva en entre las desigualdades de ingresos familiares y la violencia en adultos jóvenes. Las desventajas que enfrentan los jóvenes que provienen de hogares pobres afectan los resultados en la edad adulta, independientemente de la situación financiera como adulto. Esto a su vez afecta el desempeño de estos jóvenes y su capacidad productiva a lo largo de sus vidas.
Hay también grandes diferencias en cuan económicamente activos están los jóvenes pobres y no pobres. Un cuarto de los jóvenes pobres está fuera del mercado laboral y 9% están desempleados. A la vez, solo 8% de los jóvenes que viven en situación económica media y alta están fuera del mercado laboral y 4% enfrentan desempleo. Estas cifras denotan que una gran parte de los jóvenes cuyos hogares tienen ingreso inferior a la línea de pobreza, no están acumulando capital humano mediante el sistema educativo o contribuyendo a la economía mediante participación laboral al ser excluidos. Los periodos de inactividad y desempleo entre los jóvenes, cual sea su nivel educativo, conducen a la erosión de sus habilidades y deterioro de su capacidad productiva. Otra forma de verlos es que hay un gran descuido del activo principal de la región, su juventud.
Es importante recalcar que el estar ausente del sistema educativo y sector económico afecta la motivación y confianza de la persona. Esto perjudica la capacidad de la persona de entrar a la economía y aportar a ella si la demanda laboral aumenta, y si se abren oportunidades laborales. Peor aún, el vivir en pobreza puede llevar a la persona a sufrir estrés crónico lo cual afecta negativamente la salud y el desempeño académico—capacidad de concentración, memoria y aprendizaje—de las personas que lo sufren. La clara ausencia de los jóvenes provenientes de hogares pobres en sistema educativo y/o sector económico es alarmante porque estos jóvenes no podrán escapar la pobreza en la que nacieron, y la transmisión de pobreza entre generaciones continuara si no se rompe el ciclo vicioso en el que están atrapados.
La alta deserción del sistema educativo y baja transición de la escuela al trabajo observada entre los jóvenes de hogares pobres en la región es en gran parte el resultado de deficiencias en la provisión de servicios a los segmentos más pobres de la población. La falta de relevancia de lo aprendido en el sistema educativo (esto incluye el nivel, grado, disciplina, reputación de la institución) es un factor importante que reduce la probabilidad de transición de la escuela al trabajo entre los jóvenes. La baja capacidad de absorción de trabajadores en la economía y pocas oportunidades de pasantías afectan la probabilidad de acceder a un trabajo bien remunerado. También hay factores subjetivos en muchos países en la región que afectan la capacidad transición de los jóvenes. Uno de ellos es la necesidad de tener conexiones sociales o networks informales para acceder a un empleo; en otras palabras, las puertas están abiertas solo para aquellos que conocen a alguien que les facilite el acceso a los canales de contratación. Otro aspecto importante es el aspecto sociodemográfico: por ejemplo, género o grupo étnico. En algunos casos esto se debe a discriminación y otros casos a sesgos inconscientes que afectan los patrones de contratación y retención. Todas estas limitaciones que enfrentan los jóvenes en nuestros países—sean factores objetivos o subjetivos—contribuyen al continuo descuido de este valioso recurso humano.
Si realmente creemos que los jóvenes son nuestro divino tesoro entonces debemos empezar a derrumbar las barreras que limitan su desarrollo y contribución. La evidencia es contundente en que cuando descuidamos de los jóvenes contribuimos a perpetuar las desigualdades de hoy y los patrones negativos de la sociedad. Por lo tanto, la pregunta no es, «¿Deberíamos invertir en los jóvenes?». Es, «¿Podemos darnos el lujo de no hacerlo?».
[1] Jóvenes se refiere a personas de 15 a 24 años.
[2] Pobreza en la mayoría de los países en la región se refiere a personas que viven con $5.5 USD por día, y pobreza extrema se refiere a personas que viven con $1.9 USD por día.
[3] Este promedio es de toda la población, no solo los jóvenes pobres. Se estima que la diferencia entre los años cursados y el aprendizaje adquirido en la población pobre es aún más alta.