La sucinta versión de la historia que hace Sebastián Edwards en el artículo de este medio, a propósito de su respuesta a una pregunta de una periodista, me dejó perplejo. En palabras de Edwards, la historia económica chilena “es muy simple”: “Pinochet fue un hombre muy malo que delegó la política económica a un grupo de economistas muy buenos”. En esa narrativa, Pinochet fue un accidente. Nada malo habría entonces en las declaraciones de Paulo Guedes, flamante ministro de economía de Bolsonaro: emular en Brasil las políticas de los “Chicago Boys” en Chile. Parece trivial: Guedes podría tomar lo que hicieron “los buenos economistas” del “hombre malo”, pero prescindiendo de este último. ¿Cómo no se les había ocurrido antes?
Pero hay preguntas – las odiosas preguntas – que debemos encarar. ¿Habría sido posible implementar todas las políticas que aplicaron “los buenos economistas” sin contar con el poder “del hombre malo”? El consumo de alimentos per cápita en Chile, después de 17 años de dictadura, no superaba el de 1973…. ¿Habría sido ello posible en democracia? ¿No fue acaso la represión, que volvió a recrudecer a comienzos de los ochenta, incluyendo el crimen de Tucapel Jiménez, contrapunto trágico de la política de “ajuste automático” de la época, que dejó al desempleo empinándose por sobre los dos dígitos en la caída más grande del PIB después de la Gran Depresión? ¿No fue el poder omnímodo del “hombre malo” el que permitió perseverar a todo trance en una política que aún hacia 1987, en el diagnóstico del propio Edwards (de la época), producto del “pesado gasto asociado con el pago de la deuda externa” y “la baja tasa de inversión de la última década y media”, entre otros factores, dejaba la senda de crecimiento de Chile como “moderada en el mejor de los casos”? Y en el lado más positivo del balance: ¿Habría sido posible la erradicación de la desnutrición en Chile, enfocada en la madre embarazada y el primer año de vida del lactante, en gobiernos democráticos de pocos años, cuando el rédito de la misma – nuestra actual “clase media emergente” – ocurriría sólo una generación después? ¿No requería ello de un “hombre malo” con intenciones de eternizarse en el poder?
Los ejemplos citados debieran dejar claro que los “Chicago Boys” no obraron en un mundo aparte, ajeno al contexto político, aunque hoy resulte más cómoda una narrativa que rescata a los “buenos economistas”, desentendiéndose del “hombre malo”.
Para los registros, al igual que Edwards, yo fui opositor a Pinochet, al tiempo que también comparto con él que una parte relevante de nuestro crecimiento económico se debe a reformas hechas en dictadura. Como Edwards, también está muy lejos de mi ánimo reivindicar la figura de Pinochet. Pero de ahí a inferir que lo que hacían “los buenos economistas” nada tenía que ver con lo que hacía “el hombre malo” resulta incoherente. Desde luego, no me refiero aquí a las historias personales de esos economistas – tengo la mejor opinión de muchos de ellos –, pero el quid del asunto es otro: es si podrían haber hecho el trabajo que hicieron, si no hubiesen contado con el “hombre malo”.
Por eso, la declaración de Guedes, de que va a aplicar las políticas de los “Chicago Boys” en Chile, suscita interrogantes complejas: ¿Cuáles (y cuánto) de dichas políticas son aplicables en una democracia como la de Brasil, muy distinta de la dictadura en que se aplicaron en Chile? Esa, me parece, era la pregunta que, a su manera, intentó hacer la periodista a Edwards. Sorprendentemente, la respuesta fue casi pueril.