A fines de los 80, el almacén de don Lalo era un éxito en la villa. Ubicado entre los blocks 17 y 18, tenía de todo. Era verdulería, ferretería, carnicería, bazar y más. ¿Sin plata para comprar el kilo de pan? Don Lalo sacaba un librito, anotaba tu nombre y deuda. A fin de mes publicaba la lista de morosos. Las cuentas se saldaban en un par de días. Con esto, el minúsculo local daba un servicio esencial: ante la ausencia de Estado y mercado financiero, cubría las eventualidades de la comunidad. Pero, la verdad, hacía bastante más.
El crecimiento económico alteró las cosas. En buena hora los mercados se desarrollaron. Llegaron los supermercados y las tarjetas de crédito. El Estado, por su parte, aprovechó la bonanza fiscal. Las transferencias monetarias se masificaron y los servicios públicos se multiplicaron. Todo apoyó la prosperidad. ¿Don Lalo? Bueno, tuvo que cerrar. No se ponga triste. Él rápido se subió al carro del progreso y encontró mejor oportunidad. No fue drama para él. ¿Y para el barrio?
«The Third Pillar» («El tercer pilar»), el más reciente libro de Raghuram Rajan, profesor de Chicago y exgobernador del Banco Central de la India, discute el tema desde una perspectiva global.
La tesis del texto merece atención. En esencia, plantea que los problemas actuales de las democracias liberales nacen del desbalance de los tres pilares que las sustentan: mercado, Estado y comunidad. Mientras los dos primeros ampliaron sus ámbitos de acción, reduciendo la pobreza, generando empleos, promoviendo movilidad social, el tercero, ese grupo social que reside físicamente en un sitio específico, que comparte una cultura y define nuestra identidad, la comunidad, se quedó atrás.
Las consecuencias del desacople son múltiples. Por de pronto, la evidencia indica que la felicidad depende de cuán sólido sea nuestro círculo más cercano. Las redes sociales nos conectan, pero no generan humanidad ni amistad. Así, el paradójico malestar frente al progreso podría anclarse en la disfuncionalidad de nuestro entorno.
La situación, agrega Rajan, es caldo de cultivo para el populismo, que brota con fuerza tanto en la izquierda como en la derecha radicales. La primera culpa al mercado y propone erradicarlo. La segunda, al Estado e impulsa el nacionalismo. Ambos extremos se equivocan. Las personas desean mercados que operen con reglas claras y competencia justa, que activen la economía local. Demandan, además, un Estado moderno y responsable, que cubra riesgos y extienda nuevos puentes para progresar.
En el barrio, el impersonal acceso al crédito y los anónimos subsidios del Estado invisibilizaron momentáneamente el impacto del cierre del vecinal almacén. Pero el sobreendeudamiento y los ajustes de las transferencias públicas transformaron su recuerdo en motor de disconformidad. Y es que en el fondo don Lalo no solo vendía y fiaba. Sin saberlo, construía comunidad. Eso es lo que se añora. ¿Cómo revivirla? Ahí el desafío de toda democracia liberal.