La impresionante convocatoria lograda por la marcha del 8M mostró cuán transversal es la demanda por una mayor equidad de género. La idea de que lo público, lo político, es propio de lo masculino, y que lo privado, lo invisible, lo que sucede al interior de los hogares y que por tanto no se mide, es propio de lo femenino está en retirada. Ya no hay marcha atrás.
En las últimas décadas hemos sido testigos de avances importantes en este ámbito; los más evidentes son la creciente incorporación de la mujer a la educación superior y al mercado laboral. Pero ello no significa que todo esté resuelto hacia adelante. La violencia y discriminación en razón del género, y los obstáculos impuestos por la cultura y la ley son barreras reales de las que hay que hacerse cargo.
En el acto de conmemoración del primer año del gobierno, el Presidente Piñera dijo reiteradamente que la demanda por una mayor igualdad es una «causa noble y justa» y que se trata de «una causa de este Presidente».
¿Qué significa para la política pública avanzar hoy en este tema?
En lo laboral, la discriminación más clara es el artículo 203 del Código del Trabajo, el que encarece la contratación de mujeres. El proyecto de ley de sala cuna, ingresado al Senado y que reforma este artículo, es un avance, pues el financiamiento del beneficio dejaría de estar asociado al empleo femenino.
Pero a la vez es un proyecto que se queda corto al no cubrir a los hijos de mujeres que no están ocupadas y que quisieran trabajar, y al no incluir a los hombres, perdiendo nuevamente la oportunidad de avanzar en corresponsabilidad parental. Algo similar sucedió con la ley de postnatal parental de la primera administración de Piñera.
La Encuesta de Uso del Tiempo del INE muestra los rezagos en corresponsabilidad: las mujeres que trabajan remuneradamente dedican tres horas más al día a las tareas del hogar que los hombres, y su carga total de horas de trabajo (con y sin remuneración) es dos horas más alta, tanto en días de semana como en fines de semana.
Respecto a la discriminación y la violencia de género, no sirve tener un conjunto de leyes aisladas que intenten abordar por sí solas cada uno de los aspectos de un problema que es dinámico y con aristas que se entrelazan.
La violencia puede ser física, sexual, psicológica o simbólica. Puede darse dentro de los hogares, en la calle, en el trabajo, en los establecimientos educacionales y en las más diversas organizaciones. Puede canalizarse por distintos medios. Hay que mirar el problema como uno solo, para prevenir y reparar.
En cuanto a la prevención de la violencia y discriminación, la educación, en todos sus niveles, debe jugar un rol central. Una mesa de trabajo convocada por el Mineduc entregó recientemente un diagnóstico y propuestas valiosas para una educación con equidad de género. Abordó la formación docente, las habilidades parentales, la conciliación entre el trabajo y la vida personal, la corresponsabilidad y la igualdad de trato, entre otros.
Sería una pena que esta visión global del problema no fuese rescatada a la hora de llevar adelante nuevas políticas. En concreto, preocupa que el plan anunciado por el gobierno no haya recogido la integralidad de las propuestas de la mesa.
En lo educativo, Chile también tiene una deuda enorme en educación sexual. Nuestros estudiantes aprenden de reproducción, pero no de afectividad ni de sexualidad. Pese a haber disminuido en décadas recientes, la tasa de fecundidad en adolescentes en Chile sigue siendo más de dos veces la media en la OCDE.
A veces, para las adolescentes, tener un hijo es un proyecto de vida, una forma de validarse ante sí mismas y la comunidad, en especial aquellas en vulnerabilidad y con menor acceso a educación de calidad. Otras veces se embarazan cuando no cuentan con las capacidades para negociar con sus parejas una sexualidad protegida. En ocasiones es el resultado de abuso y violencia.
La decisión de si tener o no hijos y de cuándo tenerlos debiese ser una elección libre e informada. Pero en este caso parece más bien el resultado de restricciones, imposiciones o falta de oportunidades. La correlación entre maternidad temprana y limitaciones al desarrollo personal es evidente y significativa, y por ello la educación sexual no puede quedar omitida debido al conservadurismo en nuestra sociedad.
Otras áreas pendientes son las diferencias en salarios, empleo formal, pensiones y salud. Más en general, para reparar las injusticias, los gobiernos y la sociedad debiesen siempre preguntarse al plantearse objetivos de política: ¿tienen iguales derechos las mujeres?, ¿están ellas representadas en la toma de decisiones?, ¿se distribuyen los recursos de manera equitativa entre hombres y mujeres?
Chile es un país tremendamente desigual en acceso a bienes materiales y servicios de calidad, en oportunidades y en trato. Buena parte de estas desigualdades se explica por diferencias entre hombres y mujeres. Por ello, buena parte de su solución pasa por una mayor equidad de género.