La escena es familiar en nuestras ciudades. Un ciudadano comete una falta (burlar un semáforo, saltar una fila, ignorar un paso peatonal). Otro le reclama: “señor, por favor, respete usted la norma”. La respuesta: “¡No sea sapo!”. La expresión, según parece, la reconocen varios en Latinoamérica y no solo los colombianos (por ejemplo, chilenos, ecuatorianos, panameños, venezolanos y costarricenses): “no sea entrometido, soplón, no se involucre en lo que no le importa”. Aunque claro, sí le importa. Al final, esta norma de conducta implica ni más ni menos que está mal visto que terceros ayuden a hacer cumplir los comportamientos pro-sociales. Y el derrumbe de esos comportamientos nos afecta a todos. Lo tenía claro el ya famoso alcalde de Bogotá Antanas Mockus cuando, buscando revertir esta actitud, promovió el “Día de la ‘croactividad’ para cuestionar a fondo la versión colombiana de la ley del silencio y elogiar las actitudes positivas de los bogotanos en defensa de la ciudad.”
¿De donde viene este estigma? Si nos concentramos en la expresión nada más, según el estudio sociológico clásico de La Violencia en Colombia (como se llamó al período de violencia bipartidista de mediados del siglo pasado) esta surge del argot propio de estos grupos en conflicto. Al referirse al Lenguaje de la violencia, afirman los autores que “las circunstancias y las experiencias crearon un ‘argot’ peculiar que les permitió a los grupos en conflicto entenderse entre sí. He aquí algunos de los términos más importantes … Término: Sapear, Sapo. Equivalencia: Delatar, delator” (Guzmán Campos, G., Fals Borda, O., y Umaña Luna, E. 1962. La Violencia en Colombia, estudio de un proceso social. Tercer Mundo). Agregan que algunos de estos términos, incluyendo “sapear” ha pasado a uso general en Colombia, quedando como “pintorescos y semi-trágicos provincialismos”.
Es difícil establecer si este es el origen del término, y quizás hay alguna raíz común más profunda que explica su uso durante La Violencia en Colombia. Pero aún si este es el origen, llama la atención su difusión a lo largo de la región. ¿Por qué encontró tan buen recibo? Es cierto que en otras culturas se estigmatiza al delator. Por ejemplo, es una rata (rat) quien delata, pero esto suele circunscribirse a los delatores en las mafias y el mundo del crimen en general (y algo similar pasa con la expresión snitches get stitches). Además, en este caso la delación suele ser frente a una autoridad, mientras que el sapo puede ser simplemente quien te pide directamente, entre “pares”, que no hagas una falta.
La hipótesis natural sería que nuestro origen hispano común puede explicar esta actitud contra quien se ocupa de las faltas de otros. En El Orden de la Libertad (Fondo de cultura económica, 2017) Mauricio García-Villegas hace alusión a esta idea en su esfuerzo por entender cierta cultura del incumplimiento en América Latina. Y al hacerlo cita a Borges, quien lo atribuye a una forma de individualismo de origen español que describe al ciudadano argentino:
“Siente [el argentino], con don Quijote, que ‘allá se lo haya cada uno con su pecado’ y que ‘no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres, no yéndoles nada en ello’ (Quijote, I, XXII). Más de una vez, ante Ias vanas simetrías del estilo español, he sospechado que diferimos insalvablemente de España; esas dos líneas del Quijote han bastado para convencerme de error; son como el símbolo tranquilo y secreto de nuestra afinidad”.
En la cultura del estigma contra el sapo, varias razones se esgrimen contra él. La de la cita del Quijote sugiere una colusión criminal masiva: cada uno con su pecado, con su “rabo de paja”, se queda callado ante las fallas de otros. Es una suerte de permiso colectivo para incumplir. También se puede criticar al sapo aduciendo otros valores superiores: primero está la lealtad que la honestidad. Esta razón, de nuevo, puede ser común en las organizaciones criminales, donde la lealtad entre pillos es un valor supremo. También, resuena con las nociones de “familismo amoral” de Banfield (The Moral Basis of a Backward Society, The Free Press, 1958). También puede ser una simple advertencia por conveniencia: “no sea sapo, que algo le puede pasar”. Además, todas estas razones pueden reforzarse entre sí y consolidar la inconveniencia de ser sapo por pura resignación: “para qué hacerlo si nada cambiará”.
Analizar esta regla de comportamiento parece importante para entender una de las razones por las que nuestras sociedades tienen dificultades al promover comportamientos pro-sociales. Esto es lo que nos proponemos investigar en un trabajo con James Robinson y José-Alberto Guerra que espero poder compartir con los lectores de Foco en algunos meses. Por lo pronto, bienvenidas sus reacciones sobre la cultura contra el sapo (o como quiera que se les llame a los cívicos que andan por ahí) en sus países.