La competencia en la industria musical es feroz. El talento no basta. La continua e infatigable disposición a competir por la preferencia del siempre esquivo público es clave. ¿No lo cree? Dese una vuelta por el metro de Santiago.
Con Matías nos juntamos a las 12:45 horas en la estación. Los dos viajamos en dirección oriente, así que nos pusimos de acuerdo para compartir el viaje. Yo me bajaría primero; mi amigo, un par de estaciones después.
Ya en el tren, bastó el «atención, cierre de puertas» para que a nuestro lado un criollo Freddie Mercury sacara un micrófono, encendiera un camuflado parlante y nos anticipara lo que sería su concierto de tres minutos. Tenía talento el hombre, pero queríamos conversar y su música lo impedía, así que esquivando vendedores ambulantes, nos alejamos de su improvisado Wembley. La acción molestó al cantante, quien nos despidió con un saludo a nuestras madres. El mundo al revés: el artista reprocha al público.
La distracción causada por Freddie retrasó la conversación y al llegar al primer destino quedaban temas por discutir. Confiados en que solo el ruidoso paso de los trenes complicaría la comunicación, decidimos entonces continuar hablando en el andén. Pero el entretenimiento no había terminado, el show recién comenzaba.
Una y otra vez, al abrirse las puertas de cada nuevo tren, nos encontramos cara a cara con un artista distinto. Primero fue una joven con un repertorio de Myriam Hernández; luego, un trío instrumental tocando piezas clásicas (contrabajo incluido); el siguiente, una mala versión de Daddy Yankee (no soporto el reggaetón), concluyendo con un Frank Sinatra local de inglés impecable. Cuatro trenes, cuatro artistas. Era como estar en «El Show de Pepito TV»: ¿Qué famoso saldrá al abrirse la siguiente puerta?
Pero la fascinación no terminó allí. Poco a poco nos dimos cuenta de que dentro de un mismo tren los artistas se reparten los espacios. La coordinación es total: se abre la puerta y Freddie corre hacia el carro desde donde sale Frank, quien, a su vez, corre a tomar la posición de Freddie. No puede haber demora. Hay que batir al «comienza el cierre de puertas» y a otros artistas que buscan escenario donde probar suerte. Pura competencia. Todo por ganarse la propina del difícil público «cautivo» 20 metros bajo tierra, que intenta leer, conversar o dormitar. Es el Festival del Metro de Santiago.
La capital sigue ampliando su red de transporte subterráneo y en buena hora. Pero se puede hacer más. Dada la descontrolada oferta de talento artístico que la deambula, ha llegado el momento de dotar de camarines a los vagones; de enchufes, para no agotar las baterías de los parlantes; adquirir trenes con mejor acústica, y construir escenarios en las estaciones. En una de esas, la ineptitud de los responsables de poner orden en el metro permita a la postre el nacimiento de estrellas. ¿La calidad y tranquilidad del viaje? Mientras el monstruo no despierte, parece que no importa.