El secreto del desarrollo

¿Qué nos falta para alcanzar el desarrollo? Por un rato la respuesta pareció pasar por el arribo de la idea de que se podía sacrificar crecimiento sin afectar a la gente, pero los magros resultados de la Nueva Mayoría sepultaron tal amorosa ingenuidad. Lo propio está haciendo la cuarta revolución industrial. Gracias a ella solo un muy miope puede creer que el salto al progreso en el siglo XXI se puede dar esquivando la modernización del mercado laboral, la calidad de la educación o el fomento al emprendimiento. Existe consenso, hay espacio para el optimismo, ¿pero será esto suficiente?

La incertidumbre política ha sido siempre una amenaza para el progreso. Desde el retorno a la democracia, Chile ha sabido navegar en esas turbulentas aguas. De la mano de un pragmatismo a prueba de balas, el éxito económico, una historia de reformas económicas bien pensadas, los gobiernos evitaron los vaivenes. Así, la nación lleva 28 años de estabilidad, coronada por la inédita secuencia Bachelet, Piñera, Bachelet, Piñera. Pero que tal aparente calma no nos distraiga.

La participación promedio en la elección presidencial de 2017 llegó al 49%, pero con porcentajes muy inferiores entre los jóvenes. De hecho, 2,1 millones de chilenos menores de 30 años no votaron el año pasado. Una extrapolación simple sugiere que de haberlo hecho, el resultado de la primera vuelta hubiese sido distinto. Por sí solo, esto quizás no preocupe tanto, hay más. Durante la última década se evidencia en Chile una importante y transversal caída en la satisfacción con la democracia. La combinación de ambos fenómenos sí es nueva fuente de inestabilidad.

La situación ha sido explorada, pero no en una dimensión fundamental: ¿cómo debe la élite responder ante el escenario de mayor incertidumbre política? En la respuesta a esta pregunta, creo, encontramos una clave del progreso.

Lo primero a dilucidar es si el grupo actuará en función de sus propios intereses o los de la sociedad. Honestidad obliga. Lo más seguro es que apueste por los propios. ¿Ahí nuestro problema? No, para nada. Esa es la respuesta aquí y en la quebrada del ají. Descartada esa posibilidad, centrémonos entonces en lo que sí hace la diferencia. ¿Cómo debería la élite proteger sus intereses? Aquí dos opciones: impulsando reglas impersonales o apostando por una institucionalidad hecha a la medida que favorezca a quienes la conforman. Puede parecer contraintuitivo, pero lo óptimo para la élite es apostar por las reglas impersonales. Solo estas aseguran la posibilidad de defenderse como cuerpo en el evento de concretarse cambios políticos importantes. Por el contrario, reglas a la medida solo amplifican la incertidumbre, potencian el populismo y sustentan el subdesarrollo.

Si Chile dará o no el salto al progreso permanente antes de 2030, dependerá de sus élites. Estas deben ganar conciencia de su rol, aprender a ceder espacios de poder y promover reglas que brinden estabilidad en el largo plazo. Este es el secreto del desarrollo.

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