Hace unas semanas, el Presidente Sebastián Piñera hizo un anuncio que pasó prácticamente desapercibido. En una entrevista en Mega declaró que su administración iba a presentar un proyecto de ley para «premiar a las familias que quieran tener más hijos.» La noticia se perdió entre polémicas y escándalos, entre hechos dolorosos y preocupantes. La poca gente que la notó pensó que se trataba de una extravagancia más del Jefe del Estado, de un gesto a la decaída y vapuleada Iglesia Católica, de otro bono que confirmaba el carácter clientelista de los gobiernos nacionales.
Pero resulta que el Presidente tiene razón. Las proyecciones sugieren que en Chile el tema demográfico es una bomba de tiempo; poco a poco nos iremos quedando sin gente, con una población que se va encogiendo, con adultos mayores y sin personas jóvenes.
Empecemos con los datos: según el Informe de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas, la tasa de crecimiento de la población en Chile es del 0,8% anual. Esta es más baja que la de una serie de países avanzados, incluso de varios a los que aspiramos parecernos en términos de desarrollo económico y social. Nuestra población crece más lento que en Noruega, Suiza y Australia, los tres países con el mejor índice de desarrollo humano. También vamos más lento que Nueva Zelandia, Canadá e Israel; estamos por debajo de Islandia, Argentina y el Reino Unido.
Estas cifras responden, en parte, al hecho de que en nuestro país la inmigración es muy baja. En efecto, si uno se concentra en la «tasa de fertilidad», o número de hijos por mujer, nuestros datos son, desde un punto de vista comparativo, un poco mejores. Considérese el mismo grupo anterior. Tenemos una tasa de fertilidad de 1,8 hijos por mujer, la que es igual a la de Noruega y Australia y mayor que la de Suiza y Canadá.
Según los demógrafos, nuestra población seguirá creciendo con lentitud hasta el año 2055, cuando alcanzará 21,6 millones de personas. En ese momento dejará de crecer y empezará a disminuir. Vale decir, durante los próximos 37 años la población crecerá en un 18% acumulado, desde los 18,3 millones actuales a los 21,6 proyectados. En el 2100, seremos tan solo 19,7 millones de personas. El 2100 parece muy lejano, pero no es así: un gran número de los niños y niñas que están naciendo en estos días aún estarán vivos en esa fecha, y verán el cambio de siglo.
Todo lo anterior tiene implicancias serias tanto en lo social como en lo económico.
Lo más importante es que este patrón se traduce en un rápido envejecimiento de la población. Cada vez tendremos más adultos mayores en relación a jóvenes en edad de trabajar. Esto, a su vez, refuerza algo que la mayoría de los chilenos sabe, pero que algunos se niegan, obstinadamente, a aceptar: cualquier sistema de pensiones basado en lo que se llama «reparto», donde los jóvenes activos y con trabajo les financian las pensiones a los ancianos, es completa y absolutamente inviable en el mediano plazo.
Consideremos lo siguiente: hoy día hay en Chile 8,3 millones de personas empleadas (esto incluye formales e informales), y 1,4 millones de adultos mayores de 70 años o más (hombres y mujeres). De acuerdo con las proyecciones, en el 2030 los mayores de 70 serán 2,5 millones, y las personas activas serán 9,5 millones. Mientras los adultos mayores crecen en un total acumulado del 79%, las personas activas solo crecen en 16%. ¿Qué pasa en el 2050? Los mayores de 70 años serán 4,5 millones, mientras que los empleados llegarían a los 10 millones. Vale decir, en poco más de 30 años (una generación) pasamos de una situación donde hay casi 6 personas activas por cada mayor de 70 a una donde hay apenas 2,2 activos por adulto mayor.
Las consecuencias de esto se pueden ver con claridad si uno hace el siguiente ejercicio: supongamos que el 4% de contribución adicional propuesta por el gobierno va a un fondo de reparto que financia una «pensión básica universal» pagada a todos los mayores de 70 años, sin discriminar por ingreso o historia laboral. Supongamos, además, que todos los trabajadores activos -formales o informales, cuentapropistas o en dependencia- contribuyen a este 4%; no hay elusión. Con la demografía de hoy, la pensión básica sería igual al 23% del salario promedio (imponible) de los trabajadores activos. En el 2030, con la demografía de ese momento, la pensión universal sería del 15% del salario de los activos, y el 2050 se desplomaría al 8,8% del salario promedio de los trabajadores activos. En tan solo una generación, la tasa de reemplazo de este sistema de pensión básica universal -sistema que ciertos progresistas empujan sin antes mirar los datos- caería en un 60%. ¡Horrible!
Pero el problema demográfico va más allá de las pensiones. El envejecimiento proyectado de la población significa que habrá cada vez menos hombres y mujeres jóvenes para hacer los trabajos más difíciles y exigentes. Hoy en día, la cohorte (grupo de personas en un intervalo de edad predeterminado) más grande en Chile corresponde a los 25 a 29 años. Cerca de 1,5 millones de personas jóvenes y fuertes, capaces de emprender todo tipo de proyectos y llevar a cabo cualquier función están en ese grupo de edad. En contraste, en 2055, cuando nuestra población llegue a su máximo, la cohorte más grande será la de personas entre 60 y 64 años.
¿Quién hará los trabajos pesados en Chile? ¿Quién estará en las minas y en alta mar? ¿Quién en los puertos y en los salares?
La respuesta a estas preguntas viene en dos partes: para poder continuar con una economía sana y vigorosa necesitamos inmigrantes y robots. Mucha gente los ve, hoy en día, como amenazas, como destructores de empleos de chilenos. Esa es una mirada miope y muy siglo XX. Lo que necesitamos es tener programas bien pensados para adoptarlos, para convivir con ellos, para hacerlos partes de nuestra vida.
¿Podemos cobrarles contribuciones pensionales a los robots? Claro que sí. Es ahí, justamente, donde está la llave maestra de nuestro futuro.