Hace unos años, Chile adoptó el Índice de Pobreza Multidimensional como una manera más comprehensiva de medir la incidencia de la pobreza en el país. Este indicador sintetiza la situación de los hogares en cinco áreas de su bienestar: empleo, salud, trabajo y seguridad social, vivienda y entorno, y redes y cohesión social. La medición busca comprender mejor las circunstancias en las que viven los ciudadanos chilenos, más allá de su capacidad de gasto.
La medición tradicional por ingresos —esto es, según la capacidad para comprar una canasta dada— muestra que la incidencia de la pobreza es más alta entre las mujeres. En efecto, en promedio desde 2006, la proporción de mujeres en situación de pobreza supera la de los hombres en alrededor de 1,5 puntos porcentuales. Ello es natural dadas las mayores dificultades que tenemos las mujeres para generar ingresos autónomos: participamos menos en el mercado laboral, percibimos salarios menores a todo nivel de logro educativo, nos empleamos en sectores menos productivos, y tenemos una mayor probabilidad de trabajar de manera informal.
Con la nueva medida multidimensional es posible ampliar la mirada sobre las carencias que experimentan hombres y mujeres en el país. La brecha entre hombres y mujeres se revierte en el indicador global, con una incidencia agregada algo mayor entre los hombres. Sin embargo, se aprecian diferencias al desmenuzar el índice. En general, es en salud donde los hogares encabezados por mujeres presentan una mejor situación. Al contrario, el rezago más importante en las circunstancias de las mujeres está en el trato igualitario, que mide la frecuencia con la que los miembros del hogar han sido tratados de manera injusta o han sido discriminados. Las otras brechas relevantes que experimentan las mujeres están en la habitabilidad de sus viviendas y en la seguridad del entorno en el que se desenvuelven.
El país se ha puesto una vara más alta para evaluar la situación de los hogares chilenos. Ello debiese modificar el foco de las políticas públicas hacia la superación de la pobreza, pues ya no basta con que las familias cuenten con mayores ingresos: también se requiere que tengan las herramientas para su mejor inclusión. Al hacer aquello, sin embargo, la mirada de género es importante, pues existen diferencias sustantivas en la vivencia de la pobreza entre hombres y mujeres.