El Senado de los Estados Unidos acaba de aprobar, con los votos del Partido Republicano y el rechazo del Demócrata, la mayor reforma tributaria en décadas en ese país. El cambio más importante es una reducción de los impuestos a las empresas, desde una estructura con tasa marginal máxima de 35%, a una tasa uniforme del 20%.
En la discusión parlamentaria, el Ejecutivo y los republicanos insistieron en que los recortes a los impuestos corporativos se pagarían solos, debido al crecimiento y salarios más altos que traería una mayor inversión, generando nueva recaudación.
Estas creencias están profundamente arraigadas en ciertos sectores políticos, a pesar de la evidencia provista por expertos.
Por ejemplo, la Oficina de Presupuestos del Congreso, una institución independiente que apoya la toma de decisiones presupuestarias, estimó que los recortes reducirían la recaudación fiscal fuertemente en los próximos 10 años, elevando el déficit. Estimaciones similares obtuvo el Penn Wharton Budget Model, de la Universidad de Pensilvania.
Asimismo, la Escuela de Negocios de la Universidad de Chicago congrega, cada cierto tiempo, a un panel de expertos para indagar su opinión respecto de temas económicos de importancia pública. El panel está formado por economistas de todo el espectro político, con diversidad en edad y con expertise en una amplia gama de temas. Todos ellos son académicos senior de las universidades del mayor prestigio en los Estados Unidos. Varios de ellos han recibido el premio Nobel o la Clark Medal otorgada a economistas destacados menores de 40 años.
Hace unas semanas se le preguntó al panel su opinión sobre la reforma impositiva de Trump. La primera pregunta indagaba si le parecía que la reforma tributaria elevaría sustancialmente el PIB de aquí a una década. Ponderando por la confianza que le asignan a su respuesta, un 64% dijo estar en desacuerdo (un 38% en desacuerdo y un 26%, fuertemente en desacuerdo). Un 34% declaró incertidumbre. Solo una persona se mostró de acuerdo, alguien que posteriormente indicó no haber entendido bien la pregunta.
Algunas respuestas fueron categóricas. Por ejemplo, al entregar su opinión, el profesor de la Universidad de Chicago y experto en finanzas públicas Austan Goolsbee dijo: “Por supuesto que no (elevará sustancialmente el crecimiento). ¿A nadie le importa ya la evidencia?”.
Al panel también se le preguntó si creía que, de aprobarse la reforma, la deuda pública como fracción del PIB se elevaría sustancialmente de aquí a una década. El 100% dijo estar de acuerdo con la afirmación (un 44% de acuerdo y un 56%, totalmente de acuerdo). Daron Acemoglu, académico del MIT y experto en desarrollo económico, simplemente indicó: “¿Cómo podría ser de otra manera?”.
De igual forma, el ex director del Council of Economic Advisors de la Casa Blanca Lawrence Summers, entre otros, ha discutido explícitamente la falta de rigor con la que el actual Council of Economic Advisors ha llegado a la cómoda conclusión de que la rebaja tributaria elevaría de manera importante los salarios.
A este debate sobre los efectos macroeconómicos, por cierto, se suma otro sobre los efectos regresivos de una reforma como esta.
La candidatura de Sebastián Piñera ha propuesto rebajar la tasa de impuesto de primera categoría, comparándola con la tasa promedio en la OCDE, a pesar de que estas tasas no son directamente comparables. En un sistema totalmente integrado, como el que tuvo Chile hasta hace poco, el impuesto efectivo a las empresas es cero, pues es solo una retención de los impuestos personales que deben pagar sus dueños. Luego de la desintegración parcial de la reforma reciente, la tasa que paga una empresa es del 9,45%, muy por debajo de lo que se paga en la OCDE, donde típicamente el sistema está desintegrado.
La candidatura también supone que una rebaja tributaria a las empresas elevará la inversión, los salarios y el crecimiento, y con ello generará más recaudación. Si la recaudación tributaria como fracción del PIB se elevara con el producto, Chile tendría una altísima relación de ingresos fiscales al PIB y con ello podría estar permanentemente financiando el gasto asociado a programas nuevos. Pero el PIB ha crecido más de siete veces desde 1990 y la recaudación sigue en torno a 21 puntos del producto. Solo ha sido más alta en tiempos de boom del cobre.
Los modelos que enseñamos en los cursos introductorios de economía muestran que los impuestos desincentivan la inversión. Pero para estimar los efectos reales, más allá de los supuestos simplificatorios que usamos con fines analíticos, hay que revisar con rigor en qué contexto se hace la rebaja.
¿Qué otras rebajas tributarias ya obtiene la inversión? ¿Qué deducciones tiene la depreciación y los intereses de la deuda que la financian? ¿Son competitivos los mercados? ¿Se traspasan las rebajas tributarias o quedan como ganancias de sus dueños? ¿Cómo son los costos de ajuste a la inversión que enfrentan las empresas? ¿Son tales que los ajustes solo pueden ocurrir lentamente?
La realidad es mucho más compleja que lo que dice una correlación simple o un modelo básico en el caso de los impuestos. La evidencia sugiere más bien que los riesgos de un mayor déficit fiscal de rebajas tributarias son reales. Lamentablemente, a veces cuesta aceptar la evidencia que se contrapone a nuestras preferencias.
Para equilibrar la balanza, el Partido Republicano también ha votado drásticos recortes al gasto público en prácticamente todas las áreas, sobre todo seguridad social y salud, salvo el gasto militar y en infraestructura.