Entre las muchas ideas peregrinas que circulan en Chile, una de las más absurdas y generalizadas es que la elección presidencial del 17 de diciembre es un “plebiscito”. Hace unos días, cuando un amigo me repitió esa consigna por décima vez, le pregunté, a boca de jarro, qué se estaba plebiscitando, exactamente. Me miró como si yo fuera un absoluto tarado, y con una sonrisa burlona me dijo: “El modelo neoliberal, poh…”.
Me quedé en silencio, tratando de digerir qué significaba eso. Mi amigo es impaciente y lleno de entusiasmo, y no esperó mi respuesta. Agregó: “Los derechos sociales, poh…”.
Estaba a punto de responderle cuando apareció un conocido y la conversación cambió de rumbo, dirigiéndose al tema favorito de todos los chilenos: las cuitas de la selección nacional y el próximo entrenador que nos llevará al Mundial y posiblemente a un título.
Pero debo reconocer que me quedé pensando sobre tamaña tontería.
¿Qué es un plebiscito?
Según la Real Academia Española, una institución vetusta, pero de cierta utilidad, la palabra “plebiscito” significa: “Consulta que los poderes públicos someten al voto popular directo para que apruebe o rechace una determinada propuesta sobre una cuestión política o legal”.
Esto significa que si una propuesta resulta ganadora, ella es aprobada, y la propuesta contraria es descartada por la población.
Supongamos por un momento que el candidato Alejandro Guillier resulta elegido el 17 de diciembre. Si este fuera, efectivamente, un plebiscito, las propuestas de la Fuerza de la Mayoría serían enarboladas, y aquellas de su rival serían echadas por la borda.
¿Qué significaría esto, en la práctica?
¿Se descartaría, de inmediato, la economía de mercado? ¿Se decretaría el fin de la competencia y la meritocracia como ejes fundamentales de nuestro arreglo social?
¿Se eliminarían la apertura comercial, el sistema financiero actual, la posibilidad de comprar dólares libremente, el derecho al emprendimiento y todos los otros aspectos del llamado modelo neoliberal?
¿Se ordenaría la clausura de todos los malls y se castigaría el consumismo con cárcel?
¿Volveríamos a una situación como la que existía antes del “modelo”, donde la gente no podía viajar libremente, porque las autoridades racionaban la cantidad de dólares que se podían comprar?
Desde luego que no. Nada de eso sucedería.
Y, por el contrario, si el triunfador resultara ser Sebastián Piñera, ¿significa esto que todos los derechos sociales en Chile serían pulverizados y pasaríamos a vivir en la ley de la selva? ¿Se cerrarían los colegios públicos y el mercado empezaría a dominarlo todo?
Tampoco.
La verdad es que los dos candidatos son sensatos, prudentes, reflexivos y no plantean mover al país hacia extremos. Desde luego, tienen diferencias, y alguna de ellas son sustantivas, pero ninguno de los dos quiere eliminar los aspectos centrales del programa del otro.
Este no es un plebiscito. De lo que se trata más bien es de una cuestión de énfasis: un candidato quiere más Estado protector y el otro más competencia y emprendimiento. Uno quiere seguir por la ruta de los últimos cuatro años, y el otro quiere retomar la senda que transformó a Chile en el país líder de América Latina.
Al decir esto no quiero implicar que da lo mismo quién gobierne durante los próximos cuatro años: eso no es así. Los resultados económicos serían diferentes si gobierna el uno o el otro. Yo sigo pensando que bajo Piñera avanzaríamos a pasos más seguros hacia la modernización que se requiere para entrar de lleno al siglo XXI.
La diferencia entre “además” y “en vez”
La gran sorpresa de la primera vuelta fue la votación robusta y masiva del Frente Amplio.
Alguien podría pensar que si bien el candidato Alejandro Guillier no quiere eliminar los aspectos centrales de “el modelo”, el millón 300 mil votantes del Frente Amplio sí quieren hacerlo.
Yo estoy convencido de que este no es el caso.
La gran mayoría de esos votantes quieren un cambio importante en las políticas públicas, y una adopción de los derechos sociales como parte esencial de nuestra vida y de nuestra Constitución. La mayoría quiere cosas específicas, como ponerles cota a las AFP y asegurar un sistema de salud amplio, basal y solidario.
Pero esto no significa que quieran derechos sociales “en vez” de una economía moderna, competitiva y dinámica.
¿Querrían estos ciudadanos que el Estado les impidiera tener varias tarjetas de crédito? ¿Que el gobierno restringiera el número de veces que pueden viajar al extranjero, para así ahorrarle divisas al país? ¿Que las autoridades les indicaran en qué áreas pueden trabajar y en cuáles no? ¿Qué la única opción de empleo fuera en las burocracias estatales?
¿Estarían dispuestas a pagar el doble por sus teléfonos celulares, sus computadores, sus bicicletas y otros bienes importados, para así proteger a la industria nacional?
¿Les parecería bien que para comprar productos electrónicos hubiera que viajar a un país vecino, como debían hacer los ciudadanos argentinos hasta hace unas pocas semanas?
Desde luego que la respuesta a todas estas interrogantes es: no.
Con la excepción de los jacobinos absolutos, de los sacerdotes de la igualdad, y de algunos de los líderes mesiánicos del FA, prácticamente ninguno de los votantes de ese conglomerado estaría dispuesto a hacer esas concesiones.
Lo que los votantes del FA y de la Nueva Mayoría quieren son más derechos sociales, “además” de una economía moderna, competitiva, dinámica y, por qué no decirlo, capitalista.
Y lo que muchos votantes de Chile Vamos desean es un país más tolerante, inclusivo, amable y solidario. Quieren un país con mayores y mejores derechos sociales, “además” de un país capitalista.
Cambiar de opinión
Durante las últimas semanas se ha criticado fuertemente a ambos candidatos por cambiar de opinión, y por adoptar ideas que durante la primera vuelta habían descartado. Se ha reprochado a Alejandro Guillier por ahora hablar de una condonación (parcial) del CAE. A Sebastián Piñera se le ha recriminado por apoyar la gratuidad, cuando antes la criticó.
El problema con estas críticas es que son enormemente pueriles, y desconocen la naturaleza misma del proceso político. De lo que se trata en una segunda vuelta, siempre, es lograr el apoyo de antiguos adversarios. Vale decir, ampliar el ámbito de las coaliciones y de los acuerdos políticos. Esto significa que quienes estaban con anterioridad en la vereda del frente, cruzan la calle. Este proceso de sumar a otros, necesariamente implica que la coalición se hace más amplia, y que algunas de las ideas y proyectos de quienes antes detuvieron del otro lado ahora son adoptadas por aquellos dos contenedores que siguen en la lid.
Si bien no es indiferente quien resulte vencedor, es importante mantener la calma, desterrar la retórica barata y las campañas del terror. Chile se merece una contienda mejor a la que hemos tenido hasta ahora.
Chile Vamos no es tolerante con los homosexuales.