Fueron dos las encuestas electorales que acapararon casi toda la atención mediática durante la primera vuelta de la elección presidencial: la Cadem y la CEP. Cada domingo, uno de los principales programas de política en televisión anunciaba las nuevas cifras de la Cadem, seguidas de un análisis de sus vaivenes semanales por parte de los panelistas estables del programa. Ni una palabra sobre las debilidades metodológicas de la encuesta, que solo una de cada ocho personas contactadas responde, que no existe evidencia alguna de que quienes responden votan parecido a quienes no responden.
En el caso de la CEP, solo hubo dos encuestas electorales durante la campaña, cada una de las cuales concentró una atención mediática que resultó ser desproporcionada. Transmisión en directo del evento donde el oráculo dilucidaba el resultado electoral; primeras planas de los medios más influyentes; editorialistas y líderes de opinión exponiendo teorías sociológicas cuyo escaso sustento empírico descansaba en la encuesta, y mucho más.
El 19 de noviembre supimos que la Cadem y la CEP estaban equivocadas. No eran errores menores, fue un fracaso estrepitoso. La Cadem sobreestimó la votación de Piñera en más de ocho puntos porcentuales y subestimó el apoyo a Sánchez en más de seis puntos. Los errores de la CEP fueron aun más grandes. Proyectó más del 48% para Piñera y en torno al 10% para Sánchez, las votaciones efectivas fueron de 36,6 y 20,3%, respectivamente.
Lo que hemos presenciado luego de la debacle de las encuestas tiende a minimizar las responsabilidades. En el caso de la Cadem, la estrategia consistió en intentar redefinir los criterios con que se evalúa una encuesta electoral. El criterio habitual es ver si los errores de las proyecciones estuvieron dentro del margen de error de 3% que anuncian todas las encuestas. Si anduvieron cerca -errores del 4 o 5% serían aceptables para candidatos con altas votaciones- pasan la prueba. Pero errores del 8, 10 y 12%, como los observados, no pasan este test. Probablemente, por eso, el vocero de la Cadem, con el apoyo de uno de los panelistas del programa que daba las primicias semanales, contribuyeron a los anales de las encuestas con un nuevo criterio para evaluar su poder predictivo: la encuesta Cadem habría sido un éxito porque acertó el orden en que llegaron los tres candidatos con mayor votación. Que los errores fueron mucho más de lo razonable da lo mismo.
Para comunicar que al menos ellos se creen su cuento, que no se arrepienten de nada y que no tienen nada que aprender, Cadem decidió seguir con sus encuestas para la segunda vuelta. Y es así como publicó una primera encuesta el lunes de esta semana. Al menos esta vez no se dieron a conocer las proyecciones en el programa de televisión, sino que por la prensa y con menos cobertura que durante la primera vuelta, aunque ningún medio se atrevió a publicarla junto al horóscopo.
Se han utilizado varios argumentos adicionales para minimizar los errores de las encuestas. Entre ellos, mencionar los serios errores de encuestas electorales recientes en otros países, partiendo por el Brexit. Nadie ha mencionado que la magnitud de los errores en el caso chileno fue mucho mayor que para el Brexit.
También han aparecido teorías más sofisticadas, o al menos difíciles de falsificar, para explicar la debacle de las encuestas, destacando entre estas que fallaron los modelos de “votante probable”. La idea es la siguiente: con la introducción del voto voluntario cualquier proyección debe partir por determinar cuáles encuestados irán a votar y cuáles no. Llevamos poco tiempo con el nuevo sistema y todavía no tenemos un buen modelo para hacer esta clasificación.
Un análisis de los datos de la encuesta del CEP sugiere que es improbable que esta explicación sea correcta. En primer lugar, porque los errores de proyección basados en los votantes probables son similares a aquellos que resultan si se usa toda la muestra. De hecho, un cálculo muy sencillo indica que se requieren diferencias de participación implausibles entre quienes respondieron que votarían por Sánchez y por Piñera para explicar los gruesos errores cometidos por esta encuesta. Concretamente, una tasa de participación del 80% para el primer grupo de encuestados (Sánchez) versus un 35% para el segundo (Piñera).
La creatividad de algunos analistas ha llegado a niveles notables buscando argumentar que los errores de las encuestas lejos de perjudicar a Beatriz Sánchez en realidad pudieron favorecerla. Las encuestas fueron creando un ambiente de expectativas respecto de una victoria inevitable de Piñera y un colapso de la candidatura de Sánchez que hace difícil creer que esto no benefició al candidato de Chile Vamos y perjudicó a la candidata del Frente Amplio. Si se va a argumentar que no fue así, lo mínimo es presentar alguna evidencia.
Es importante que sepamos qué sucedió realmente con las encuestas, es dañino para nuestra convivencia democrática que quienes se equivocaron de manera tan notoria busquen minimizar lo ocurrido. Cualquier explicación que den debiera ir acompañada de evidencia sólida, no de una que otra anécdota. Idealmente, que un grupo de analistas independientes de las instituciones que hicieron las encuestas evalúe la fuente de los errores e informe sus conclusiones a la ciudadanía.