Aunque muchos insistan en declarar que el país atraviesa por una crisis, la evidencia indica que la desconfianza en otros y el cuestionamiento de las élites llegaron para quedarse. Luego, en vez de abordar los nuevos desafíos como una etapa temporal y añorar reconstruir el equilibrio anterior, hay que hacerse cargo de la nueva realidad y construir un equilibrio que permita seguir avanzando. Por cierto, hay que acostumbrarse también a que las cosas seguirán cambiando (y aprender que los cambios son a la vez crisis y oportunidades y que, en todo caso, son inevitables).
Desde hace varios años, parte de la élite intelectual chilena viene confundiendo la evolución inevitable de la sociedad. Ya sea porque las instituciones democráticas son cuestionadas, los líderes no son valorados de la misma forma que cuando se restauró la democracia o la gente se comporta de forma distinta que a comienzos de los 90, algunos intelectuales se apuran en identificar una crisis. Algunos de esos intelectuales también dan a entender, sin evidencia ninguna, que en el Chile prehistórico de 1973, las cosas funcionaban mejor.
Pero así como la llegada del correo electrónico representó una crisis para el correo regular, los cambios en la sociedad abren nuevas oportunidades. Y aunque algunos añoren los tiempos cuando se enviaban cartas por correo regular, los cambios son inevitables.
Una crisis es un estado temporal. Si la crisis no se soluciona, se produce un quiebre que genera una nueva realidad. Si en cambio se soluciona, volvemos al Estado anterior de las cosas (con cambios que, presumiblemente, evitarán que se repita la crisis). Por eso, es errado definir lo que está pasando en el país como crisis. Primero, porque esa categorización supone que es un estado que se podría haber evitado y, segundo, porque esa definición también supone que el estado actual es temporal.
Pero el desarrollo tecnológico que permite más y mejor acceso a la información y el desarrollo de la economía que ha permitido el crecimiento de la clase media vinieron para quedarse. Luego, las condiciones que han generado esta supuesta crisis no van a cambiar. Así como pasar de la infancia a la adolescencia no es crisis, pasar del Chile opaco donde las decisiones las tomaban unos pocos y el resto las acataba sin objetar a un Chile más vociferante donde muchos más quieren participar tampoco es crisis.
Las prácticas tradicionales de Chile que permitían que las campañas se financiaran en la opacidad y que aislaban a las altas autoridades del escrutinio ciudadano ya no se podrán volver a repetir. Los candidatos no se van a poder subir a aviones privados facilitados por empresarios sin explicar cómo se pagan esos viajes. Eso aplica no sólo para los candidatos díscolos, sino también para los abanderados de las coaliciones dominantes que fueron los que más usaron aviones privados en el pasado.
La vieja costumbre de los candidatos de salir a buscar fondos a países amigos ya no se pueden realizar. Los think tanks y fundaciones que servían como excusas para armar equipos de campaña y conseguir financiamiento antes de que empezara el periodo oficial de campaña están siendo sometidos a un escrutinio mayor. Eso lo sufrirán en carne propia los ex presidentes que ahora que vuelven a ser candidatos, se encontrarán con una cancha mucho más difícil y un electorado más cuestionador y más difícil de convencer que cuando ellos ganaron las elecciones.
Pero difícilmente esta nueva realidad puede ser definida como crisis. Es verdad que es una realidad más incómoda para la élite tradicional. Pero el desarrollo del capitalismo y la profundización del modelo suponen que las cosas van a ser más difíciles para la élite en la medida que se empareja la cancha. Para los que siempre han sido beneficiarios de privilegios y regalías a las que el resto de los chilenos no tenía acceso, estas nuevas dificultades pueden parecer una crisis. Pero para los chilenos que siempre debieron competir en una cancha cargada en su contra, la nueva realidad es una oportunidad. Para la élite que ahora no goza de la confianza automática de las masas, sí hay crisis. Pero para las masas que siempre han sido sospechosos a ojos de la elite, la realidad actual no es nada nuevo.
Los nostálgicos del Chile de antes —los que ahora repiten que todo tiempo pasado fue mejor— debieran revisar los datos y cifras para entender que el país de ahora es más inclusivo, horizontal y menos desigual en acceso a oportunidades que nunca antes. Sin duda hay desafíos complejos —que este gobierno no ha sabido abordar y, en muchos casos, ha ayudado a profundizar—. Pero como la nueva realidad es una situación permanente, inevitable y que, además, ofrece valiosas oportunidades para construir un mejor país, difícilmente podríamos hablar de crisis. Y si aun así algunos la quieren definir como crisis, entonces hay que ir acostumbrándose a que la crisis es la nueva normalidad.