La encuesta dada a conocer por el PNUD esta semana es para llorar, con resultados mucho más negativa que la del CEP que ya era preocupante. Van algunos botones de muestra.
La fracción que piensa que la democracia funciona mal o muy mal pasó del 20 a 40 por ciento entre 2012 y 2016. La confianza en las instituciones cayó para cada una de las 16 instituciones consideradas. Las mayores caídas, proporcionales, entre 2008 y 2016 son para la televisión (49 a 23 por ciento), Ministerio Público (33 a 14 por ciento), Gobierno (42 a 13 por ciento), empresas privadas (31 a 13 por ciento), Congreso (28 a 8 por ciento) y partidos políticos (15 a 5 por ciento). Todo lo cual sugiere una profunda crisis de confianza en nuestras instituciones y probablemente más que eso.
Las preguntas sobre corrupción también muestran un deterioro notable. Quienes creen que hay mucha corrupción aumentaron, proporcionalmente, en al menos un 50 por ciento para cada una de las once instituciones consideradas. Donde más subió, proporcionalmente, es para los Ministerios (de 16 a 49 por ciento), el Congreso (de 25 a 63 por ciento), el Gobierno (de 24 a 60 por ciento) y las Fuerzas Armadas (de 13 a 31 por ciento). Y cuando se pregunta por qué el 95 por ciento de los encuestados confía poco o nada en los partidos políticos y el 92 por ciento confía poco o nada en el Congreso, la principal razón, en los dos casos, es la corrupción.
Hay una pregunta, sin embargo, donde las cosas mejoraron notablemente desde la última medición y no es una pregunta cualquiera. Cuando se pregunta si en el último año la persona encuestada tuvo que pagar alguna coima o hacer algún favor para que le solucionaran un problema en el Servicio Público, el porcentaje que responde sí cae del 5 al 1 por ciento. Es decir, cuando se pregunta por lo que uno vive en carne propia, el pago de una coima para que le den hora en un consultorio o un favor para recibir el subsidio municipal, los casos de corrupción cayeron en un 80 por ciento.
¿Cómo medir la corrupción?
Hace 25 años, cuando se hablaba de corrupción se contaban anécdotas. Buenas anécdotas, malas anécdotas, pero sólo anécdotas. Nada de datos. Claro, había países con más y menos anécdotas pero no había forma de cuantificar el grado de corrupción en un país, menos aun saber si estaba aumentando o disminuyendo. En ese entonces era prácticamente imposible evaluar si una estrategia para combatir la corrupción estaba siendo exitosa.
Todo cambió cuando a mediados de los noventa un grupo de pioneros, trabajando en instituciones como Transparencia Internacional y el Banco Mundial, desarrollaron los índices de corrupción. La tarea no era fácil y tiene paralelos con el trabajo que desarrolló una generación anterior para medir lo que produce un país (las cuentas nacionales).
En el caso de la corrupción, uno de los mayores desafíos fue ir más allá de percepciones, las cuales pueden verse influidas más de lo razonable por el último escándalo en la materia o por la cobertura de los medios. Con tal objeto se desarrollaron varias estrategias. La más importante privilegia preguntas que apuntan a experiencias concretas del encuestado (¿”en el último año tuvo que pagar una coima para recibir un servicio público?”) por sobre preguntas de percepciones (“¿cree usted que son corruptos la mayoría de los políticos?”). Y cuando se teme que el encuestado no sea cándido por temor a autoincriminarse, se le pregunta por otros parecidos a él: “¿Diría usted que entre las empresas de su sector es habitual pagar coimas para obtener favores del regulador?” o “¿en su opinión, entre los restantes candidatos a alcalde hubo alguno que excedió los límites de gasto?”.
Volvamos a las preguntas de la encuesta del PNUD, esta vez a la luz de la distinción entre preguntas de percepciones y preguntas de experiencias personales. La inmensa mayoría de las preguntas –más de 100– son del primer tipo, y en todas estas preguntas hay un deterioro desde la última medición. En cambio, las preguntas sobre lo que vive la encuestada son solo 6 y en cada una de estas hay una mejora.
De realidades a percepciones
La pregunta, entonces, es si las nuevas realidades, reflejadas por el momento en una reducción drástica del pago de coimas para recibir servicios del sector público, irán permeando las percepciones.
No será fácil. El deterioro de las percepciones es enorme y tiene una base muy real. En el último tiempo, sin embargo, se aprobaron más de una docena de leyes y medidas administrativas que cambian las reglas del juego tanto en el mundo de la política como en el mundo de los negocios. Así, por ejemplo, la elección municipal que viene evidenciará algunos de estos cambios y las parlamentarias y presidenciales del 2017 debieran poner de manifiesto muchos más. En lo que dice relación con los partidos políticos, dentro de los próximos doce meses también veremos cambios importantes, partiendo por elecciones internas con supervisión del Servel y sin las habituales acusaciones de fraude. Por otra parte, en temas que dicen relación con el sector privado, la legislación recién aprobada contra la colusión contempla, por primera vez, penas de cárcel efectivas y multas con poder disuasivo.
Quedan cosas por hacer, de eso no cabe duda. Existen dudas fundadas respecto de la capacidad del Servel para asumir sus nuevas responsabilidades. El rol de la sociedad civil seguirá siendo clave, presionando cuando un tema no avanza, instalando nuevos temas cuando se da una oportunidad (Milicogate y gasto en defensa, por ejemplo), monitoreando que los reguladores cumplan con sus nuevas obligaciones y premiando con su apoyo a los líderes que promueven la agenda de probidad y transparencia.
No obstante los desafíos anteriores, los avances a la fecha son importantes y, a medida que la gente vaya percibiéndolos en su vida diaria, las percepciones comenzarán a mejorar.
En palabras de uno de los creativos de la Campaña del No, a propósito de cómo se forma la imagen de un país, “tu no formas una imagen país a partir de una campaña publicitaria sino que haces cosas y esas cosas repercuten […] cuando hacemos cosas positivas y sorprendentes, crece nuestra imagen país”. Lo anterior no solo vale para cómo nos perciben desde fuera sino también para como nos vemos nosotros mismos.