Hay pocas ideas menos populares hoy que la de otorgar fondos públicos a los partidos para que financien sus actividades. Es una consecuencia natural de la baja confianza que la ciudadanía expresa hacia las instituciones políticas. Pero los partidos son fundamentales para la democracia, y así como los derechos sociales requieren de financiamiento, también lo necesitan los derechos civiles y políticos.
El financiamiento público permite a los partidos institucionalizarse y competir sobre una base de mayor igualdad. También permite reducir el riesgo de que sean capturados por los intereses de quienes tienen acceso privilegiado al dinero.
En pocas palabras, los fondos públicos permiten a la ciudadanía acceder a una mayor diversidad de propuestas programáticas y a organizarse en torno a ellas.
El financiamiento fiscal a los partidos debe ir de la mano, sin embargo, del cumplimiento de un conjunto de requisitos básicos: representatividad, democracia interna, transparencia y rendición de cuentas.
Tanto en el Senado como en la Cámara están en discusión iniciativas en este ámbito, contenidas en los proyectos de ley de Partidos Políticos y de Fortalecimiento y Transparencia de la Democracia.
Entre ellas, el refichaje de los militantes de los partidos ha concentrado buena parte de la atención reciente. Para algunos, la reinscripción es una medida puramente simbólica, por medio de la cual los partidos actuales tendrían la oportunidad de mostrar su buena fe y voluntad de avanzar en la agenda de probidad.
Por supuesto que aprobar una fórmula de refichaje expedito es una señal de buena fe, pero el objetivo fundamental es otro: los padrones confiables y accesibles a todos los militantes fomentan una competencia más abierta y justa dentro de los partidos, elemento esencial de una democracia interna real.
Si solo unos pocos controlan el padrón, esos pocos tienen una ventaja indebida sobre las decisiones que se toman en el partido, una suerte de poder monopólico sobre grupos de afiliados. Por ello es que se debe reinscribir a la totalidad de los militantes y dotar al Servel de capacidades para que pueda verificar la información contenida en los padrones y ser el garante de ella.
Esta medida constituye, por tanto, un requisito inexcusable para acceder a los fondos públicos.
Existen otras medidas igual de relevantes para el buen funcionamiento de los partidos; por ejemplo, que las elecciones internas se realicen con una frecuencia mínima y bajo supervisión del Servel, y que las decisiones que afectan los derechos de los militantes o de quienes deseen inscribirse sean fundadas.
Las indicaciones ingresadas por el Ejecutivo a la Ley de Partidos Políticos contienen normas en esta dirección. Ellas pueden ser fortalecidas estableciendo en la ley plazos mínimos de convocatoria y formas de notificación de las sesiones de los órganos internos para garantizar el derecho de participación de todos los afiliados. Asimismo, permitiendo que las decisiones que afectan derechos sean revisadas por un organismo externo como el Tricel. También, dotando al Servel de capacidades reales para supervisar las elecciones internas.
En este sentido, al igual que en los negocios, la actividad política requiere de entidades independientes e imparciales que la regulen y supervisen. Por lo mismo, es importante que el ministro Eyzaguirre haya pedido a la Comisión de Constitución de la Cámara revisar su votación sobre normas que facultarían al Servel y al Consejo para la Transparencia para fiscalizar la información que entreguen (o se nieguen a entregar) los partidos. La Comisión votó recientemente que fuese el Tribunal Supremo de cada partido el que revise esos casos.
La semana pasada, 16 organizaciones de la sociedad civil (Fundación Superación de la Pobreza, Educación 2020, Fundación para la Confianza y Ciudadano Inteligente, entre otras) enviaron una carta a la Comisión de Probidad y Transparencia del Senado pidiendo que se aprueben las medidas sobre el funcionamiento de la política y el fortalecimiento de la sociedad civil contenidas en el Informe de la Comisión Engel.
En democracia, la ciudadanía deposita en sus representantes la capacidad para definir las reglas que nos organizan. Es un acto de confianza. Pero la confianza no puede ser ciega.
El llamado de las organizaciones de la sociedad civil es un reflejo de las dificultades que conlleva el que la política se autorregule.
La ciudadanía, como mandante en la política, tiene derecho no solo a participar abiertamente en la discusión, sino que también a exigir un marco normativo que garantice que el poder se utilice en beneficio de todos.
EL FINANCIAMIENTO FISCAL A LOS PARTIDOS DEBE IR DE LA MANO DEL CUMPLIMIENTO DE REQUISITOS.
Hoy, en todas las democracias constitucionales, la política tiene mucho financiamiento pero no lícito. No debe extrañar porque la política puede ser un negocio muy rentable si se tiene éxito—quizás más rentable que las mejores actividades productivas y comerciales y que las mejores actividades ilícitas. El financiamiento de la política se complica porque lo que se financia son personas poco confiables y no hay “pololeo” alguno que genere confianza en el candidato (sí, el financiamiento de la política se puede ver como un caso extremo de financiamiento de ONGs y caridades). Ningún político puede dar las garantías que normalmente se exigen a vendedores de proyectos de inversión (de ahí que algunos políticos recién se reconocen como tales cuando han sido capaces de adquirir—bien o mal—una buena fortuna personal). Si uno acepta que la política es un mal necesario—el poder se justifica porque la coerción es necesaria para la coexistencia aunque su ámbito sea mucho menor que lo propuesto por los románticos del colectivismo—entonces hay que financiarla y hay que trazar líneas claras para controlar que su financiamiento no destruya la institucionalidad de la política en cuanto actividad para acceder y gozar del poder coercitivo legítimo (lo que buscan los políticos como oferentes) y del gobierno en cuanto instrumento para ejercer bien ese poder (lo que buscan los ciudadanos como demandantes). Nunca habrá igualdad de ningún tipo entre los ciudadanos y si se quiere controlar la importancia de la desigualdad de ingreso en la política y el gobierno, el financiamiento público se vuelve necesario pero hay que precisar bien cómo hacerlo. Ese financiamiento implica un subsidio a quienes compiten por acceder al poder, pero si aceptamos la soberanía popular lo lógico es que se subsidie la demanda, es decir, que el subsidio sea administrado por los demandantes. El subsidio a la demanda requiere el uso de vouchers distribuidos igualitariamente entre todos los ciudadanos para que ejerzan su derecho a apoyar a los políticos de su preferencia; dicho de otra manera, cada ciudadano (estrictamente cada inscripto en el Registro Electoral) tendría un voto y un voucher. Por supuesto, un sistema de vouchers requiere reformar el sistema de movimientos sociales y partidos políticos que podrían financiarse con los vouchers. Si algunos ciudadanos quieren hacer contribuciones adicionales—es decir, donaciones—no hay motivo para no respetar sus preferencias, pero tampoco hay motivo para que estas contribuciones puedan reducirse de la base del impuesto a la renta (pienso que sólo las personas naturales deben pagar impuesto a la renta y no hay justificación para que donación alguna sea reducida de la base del impuesto, y además que ninguna persona jurídica debiera pagar impuesto a la renta y hacer donaciones no relacionadas con la actividad específica de su personería).
Joseph Henrich (Vancouver School of Economics, University of British Columbia; ver su website http://www2.psych.ubc.ca/~henrich/home.html) es ejemplo del académico multi-disciplinario (como antropólogo hizo estudios sobre los mapuches chilenos) y acaba de publicar un nuevo libro
http://press.princeton.edu/titles/10543.html
que Arnold Kling está leyendo y cuya lectura lo motivó a escribir este breve post
http://www.arnoldkling.com/blog/joseph-henrich-on-cultural-transmission/
El post me hizo pensar inmediatamente en los políticos y en la alta rentabilidad de la política como negocio (iría más lejos y diría que es un ejemplo claro de ese tipo de negocio en que unos pocos ganadores se llevan todo). La alta rentabilidad explicaría que muchos ambiciosos de poder intenten apostar fuerte el dinero de otros.